miércoles, 23 de octubre de 2013

Culpa grossa

  Mucho se puede decir de alguien por cómo escribe. Hay decisiones en los ejemplos de escritura más cotidiana que explican una parte de lo que somos. O no, no necesariamente "explican", pero sí muestran, muestran algo que podemos interpretar, casi siempre para el culo, pero que nos proporciona algún divertimento. Ahí mismo, por ejemplo. "algún divertimento". ¿Por qué no "algo de diversión"? Sí, puede que mi admiración por Cortázar sirva de simple explicación, sumada a mi tendencia barroca-firuletera (poco imaginativa, además).
  Pero yo justo me quería posar en otros ejemplos, en las palabras que todos usamos, pero que escribimos de manera diferente. Son, casi (si no) siempre, palabras extranjeras. Recuerdo a esa piba que, por saber francés, escribía bordeaux y remise. Una locura. Recuerdo también que la jodía por eso mismo, sorete yo, siempre buscando qué decir para joder al otro, la torturaba construyendo un personaje para ella, de chica de Zona Sur pero que moría por vivir en Capital, con todos sus amigos allá, que fue al Nacional Buenos Aires y que todo lo hacía allá, y que tomaba de vez en cuando un "remise", nunca un "remís" como hacía yo, pobre negrito de Temperley. Me divertía como chancho, hasta que me frenó, me dijo que no la hacía reír ni un poquito que dijera esas cosas y tuve que parar. Era y sigo siendo un pelotudo, la llamaba pretenciosa sólo por YO no saber francés, como hacen mis conocidos y amigos cuando se me da por decir algo en inglés, cuando hay tantos conceptos que me salen en inglés antes que en castellano.
  Escribo "grosso" así, con dos eses. Una palabra usadísima, pero no veo quién más la anda escribiendo así. El hecho de que alguien en algún momento me lo señalara (diciendo algo así como "sos el único", esa especie de cumplido poderosísimo pero de doble filo) me obligó a re-pensarlo. Casi, casi, casi que empiezo a escribirlo con una ese en vez de con dos. Pero, por suerte, no sé nada de italiano. No aprendí nada de mi madre, nada de tantos días en compañía de sus primos ítalo-parlantes, nada de tanto Fellini y Mastroianni, y rechacé en más de una ocasión viajes a Italia. Puedo quedar libre del mote de pretencioso que mi voz interna de mierda me adjudica (sí, porque Fellini y Mastroianni son mainstream [¿mainsqué? ¡pretencioso!]). Grosso va con doble ese. Queda mejor así, nunca busqué ser el único y a nadie quiero demostrar que sé algo que no sé. Dejadme en paz. ¿Pero a quién le pido que me deje en paz? Si soy yo. Así como la torturé a ella, me torturé a mí. Qué cagada que el imperativo no tenga primera persona. Dejóme en paz. No, eso sería que ella me dejó en paz. Siempre vuelvo a lo mismo...
  Ahora también recuerdo el fotolog de mi amigo, un fotolog que fue y es un blog tantísimo mejor que este, donde yo comentaba de manera mierdosa, creyéndome gracioso (sigo creyendo que era muy gracioso), bardeando a su dueño con la excusa de que "che, acá todos pasan para comentar cosas lindas, no puede ser, rompamos un poco la rutina". Algunas personas lo consideraron gracioso; otras, desubicado. El problema fue cuando a él dejó de causarle gracia. Nunca le podré pedir suficientes disculpas.
  Y a casi todo aquel que esté cerca mío, más aún si lo quiero, le hago eso. Busco el punto en que el chiste comienza a lastimar, en que el chiste deja de ser un chiste porque el otro piensa que es verdad. Como hace unos días, que recibí un regalo perfecto con una actuación de neurótico casi hijo de puta que terminó diciendo "mirá, me estás regalando un problema", mucho antes de decir "gracias". En una época me gustaba decir que hago este tipo de cosas para "equilibrar la balanza": que trato de poner a todo el mundo incómodo para no ser el único que está incómodo todo el tiempo. Por suerte, ya no digo eso. Lo escribo, que es peor.

  ¡Pero yo estaba escribiendo sobre las diferencias entre "remise" y "remís", entre "grosso" y "groso", entre "jajaja" y "(risas)"! Maldita culpa que interrumpe mis masturbaciones mentales...

miércoles, 9 de octubre de 2013

Treinta años

  Las manos le temblaban. Lavaba su piedra afilada en la orilla, y no conseguía afirmarla entre sus manos. Había perdido también la fuerza. Y todas esas arrugas, por primera vez en años se detuvo a estudiar sus manos, tratando de recordar cómo habían sido la primera vez que puso un pie en la isla. Ahora que ya no era una persona, ahora que era un naúfrago, ahora que no tenía cara porque nadie estaba allí para mirarla, ¿cómo se veía?
  Pensó que el agua quizás pudiera ayudarlo a verse la cara. Buscó su reflejo pero de nada sirvió. El agua turbia era un pésimo espejo. Siguió luchando con su piedra, olvidó la curiosidad por su apariencia, por el significado y la importancia de la apariencia, y siguió con lo suyo. Trató de contar cuánto tiempo había pasado ya. Más de treinta años, seguramente. Más de la mitad de su vida.
  Se acostó de cara al horizonte oriental de la isla, su prisión de sangre y arena. La misma rutina desde hacía más de treinta años. Ver las diferentes embarcaciones pasar a lo lejos. Ya no se esforzaba tratando de comunicarse, de que lo vieran para rescatarlo. Era mucho mejor ahorrar las energías para las cosas importantes.
  Pero el barco de ese día se mantuvo allí donde él lo veía por un tiempo prolongado. Se vio obligado a estudiarlo. Estaba lejos, pero le pareció que un bote pequeño se desprendía de la embarcación y comenzaba a acercarse. ¿Sería una alucinación? ¿Habría enloquecido finalmente? No tenía sentido hacerse ese tipo de preguntas. Todo lo que lo rodeaba era su única realidad. No hay posibilidad de relecturas en una isla desierta.
  A la media hora estaba seguro de que el bote efectivamente se acercaba y pronto tocaría tierra. Abandonó su cómoda posición horizontal y se acercó hasta derrumbarse de rodillas en el agua, esperando con el corazón enloquecido el arribo de la primera persona que veía en, seguramente, más de treinta años.
  - ¿Qué me cuenta, don? ¿Todo en orden?
  - Sí, muchacho. Hace un lindo día, ¿no?
  - Lindo, sí. Lindo. Un poco ventoso, pero lindo.
  - Sí.
  Era mucho más joven que él. Parecía tranquilo, mientras que él vivía toda la situación con muchísimos nervios.
  - Em, joven. ¿No quiere comer algo? Seguramente tenga alguna cosa por acá...
  - No, abuelo. Deje. Ya me vuelvo para el barco. Pasaba a saludar.
  - Ah. Ah, bueno, vaya nomás.
  - Cuídese, viejo.
  El bote dio media vuelta y comenzó a alejarse. Habían pasado más de treinta años para eso. Treinta años. La espera había valido la pena.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Todavía duele

  La escena es simple. Simple y corta.
  Se encuentran. Él lleva libros envueltos para regalo en su morral. Son para ella. En un punto estratégico de la noche, los revela. Ella se sorprende, se sonroja y sonríe. Se besan. Lo reta por regalarle cosas todo el tiempo. "Son libros, nada más", dice él. "Ya sabés que no me cuestan nada". Ella lee las dedicatorias de los libros, vuelven a besarse. Él la acompaña a la casa, y se va. Sola y en su habitación, ella cuidadosamente corta la página de la dedicatoria con una trincheta. La deja sobre el escritorio, y guarda el libro en su biblioteca, donde otros libros a los cuales les falta la primera página en blanco descansan. Se va a dormir con una sonrisa en los labios.
  En algún punto durante las siguientes dos semanas, la hoja con la dedicatoria pasa del escritorio al tacho de basura.