domingo, 16 de enero de 2011

Elogio de la incomodidad

  Tengo 25 años y no sé andar en bicicleta. Sí, así empieza mi discurso. Esa suele ser mi carta de presentación. ¿Por qué lo digo? Antes creía que era, simplemente, para evitar sentir la vergüenza del eventual momento en que la otra persona lo descubriese. Como un mecanismo de defensa. Tiene sentido: mi sentido del humor suele basarse casi exclusivamente en burlarme de todo lo que creo que está mal en mí. Así que bien podría ser esa la razón. Siento que esas faltas son tan pesadas que prefiero blanquear desde el primer momento que me considero un pelotudo y que sí, sí, tenés razón, soy un pelotudo.
  Pero... ¿sigue siendo así? ¿Fue siempre así? Hay algo más, no sé si habrá surgido de la costumbre o si es una evolución de ese mecanismo de defensa, pero he llegado a descubrir que... encuentro cierto gustito en tener 25 años y no saber andar en bicicleta. Quizás se deba a esa constante búsqueda por destacar, por ser original, o aunque sea, diferente. Pero estoy empezando a pensar que no. Que la razón detrás de esto es más triste: que he aceptado que esas cosas que considero faltas imperdonables, forman parte de mi identidad. Que eso es lo que soy. Que mi incomodidad constante forma parte de mi ser, que cambiar es imposible, y que si llegara a ser posible, estaría dejando de ser quien soy para pasar a convertirme en otra persona, una persona por la cual la persona que soy hoy no sentiría respeto.

  ¿O acaso es todo esto una especie de mentira encubierta, una teoría enroscada para esconder que, simplemente, todo me da miedo y no sé cómo mierda dar el primer paso hacia ningún lado? No lo sé. Por lo pronto, me abro un blog. Me permito tener un blog. Algo que, debo reconocer, me da asco. Pero tengo que lograr salir de ese lugar de la incomodidad glorificada. Empezar a hacer, empezar a estar, empezar a compartir. ¿Qué? No lo sé. Pero, principalmente, dejar de lloriquear.



  Aunque, releyendo esto que acabo de poner, me parece que no estoy empezando de la mejor manera... No sólo es un largo lloriqueo, sino que no se entiende un joraca.

  Bueh, vamos de vuelta: tengo 25 años y no importa si sé andar o no en bicicleta. Pero tengo ganas de pensar y de escribir.