lunes, 27 de febrero de 2012

La misma piedra

  - Ale... ¿qué hacés acá?
  ¿Qué hacía ella ahí? Sonreí, me parecía una sorpresa agradable, pero en su cara vi que, para ella, no era así. Tanto tiempo sin vernos, tanto cariño nos profesamos, tanto valor le damos a nuestra amistad, ¿por qué esa cara, al ver que la suerte nos une, cuando vernos nos cuesta tanto?
  - ¡Nati! ¡Qué bueno verte!
  Intento abrazarla, lo hago, pero antes de perder de vista su rostro compruebo que esa expresión de disgusto sigue ahí. ¿Por qué? Qué fácil que es encontrarle una respuesta, he nacido (no, no es genético, no "he nacido", sino que "he sido educado") para deslizarme eternamente por esa espiral excrementicia, fácilmente me digo que no somos realmente amigos, que por eso no nos vemos, que ella no me soporta, que me considera un imbécil, justamente ella, tan inteligente, tan centrada. ¿Cómo va a ser mi amiga, cómo puede quererme, cómo puede siquiera soportarme, cómo puede verme ofreciendo (imponiendo, más bien) mi abrazo sin dejar que el asco y la desidia se dibujen en su bello rostro?
  Pero no. Rápidamente, rearmo mi estructura psíquica, no me deslizo por ese tobogán tan bien conocido, tantas veces explorado. Ella es mi amiga, siempre lo será y jamás lo pondré en duda.
  - Pero, Ale... ¿a qué viniste?
  La obviedad de la respuesta me hace pensar que no entiendo la pregunta. Quizás algo se me escape.
  ¿Qué hago ahí? ¿A qué fui? ¿Me lo pregunta sabiendo que es una ocasión especial, que yo jamás salgo y que mi presencia allí, en una firma de libros, un evento que realmente me desagrada, obedece a un episodio de importancia en mi vida?
  - Vengo, como todos, a conocer a Marylin.
  El salón está lleno, estamos en un hermoso hotel, y por "hermoso" podría haber dicho "obscenamente costoso", pero no hoy. Hoy es un buen día. Natalia todavía me mira alarmada, pero yo sostengo mi sonrisa, mi optimismo. Hoy, por primera vez en mucho tiempo, estoy contento. Esperanzado. Y gracias a Marylin. La gente comienza a aplaudir y gritar. Natalia intenta decirme algo pero no puedo oírla, e instintivamente volteo mi rostro hacia el lugar desde el cual proviene el bullicio más importante. Marylin está por aparecer. Finalmente.
  ¿Cuánto tiempo esperé para conocerla? Depende. Dos meses, si contamos desde el momento en que ella publicó su novela, que leí instantáneamente. Y lo confieso avergonzado, porque el libro me hechizó desde que lo tuve en mis manos, al tomarlo del escaparate de esa pequeña librería donde suelo ir cuando pareciera que ya no hay lugar para mí en este mundo más que el de la ficción literaria. Así fue. Deprimido, solo, sintiendo el hedor de esa caída sin fondo que es la autocompasión, su título me llamó. "Nadie". No sólo el título de la novela, sino su autora. Marylin. Nadie. Un seudónimo, una máscara. Ningún dato, ninguna foto. Un salto al vacío, ninguna referencia, ni siquiera podía elegir confiar en la editorial que publicaba la obra, ya que no la conocía. "Nadie". Casi un grito solitario, un pedido de ayuda. Mi grito.
  Entonces: ¿cuánto tiempo esperé para conocerla? Quizás un año, momento en que me separé de mi primera y única novia. Momento en el cual entendí que estaba solo, que todo había sido una farsa, que realmente nadie había llegado a entenderme, que no podía relacionarme con nadie. Nadie, nadie, nadie. Que esa persona a la que creí amar, en realidad no me entendía, no me apreciaba, y ya no me soportaba. ¿Quién entonces? ¿Había gente en el mundo capaz de escucharme, de entenderme, de estimularme? Aquello había terminado tan mal... Con un sabor tan amargo. Años de relación en el cual las palabras se agotaron, ya no quedaba nada más por decir. ¿Cómo volver a hablarle a alguien, cuando ya se había dicho todo, y todo eso había muerto? ¿Cómo volver a confiar, si después de cinco años esa persona con la cual pensaba que tenía el mejor vínculo posible prefirió desecharme, descartarme de su vida? Y lo único que me quedó de aquellos cinco años, fue Natalia. La amiga en común. Natalia y su apoyo incondicional.
  Natalia y su expresión de desconcierto, de molestia. ¿Por qué? Justamente ahora, Nati. Ahora que quiero decirte "sí, tenías razón. Voy a poder conectarme con alguien otra vez. Hay gente capaz de entenderme, hay gente cuya sensibilidad me conmueve. Está Marylin. Y vine a conocerla, salgo de mi soledad y de mi depresión. Vine a conocer gente, Nati, como siempre me pedís". ¿Por qué esa cara, Nati? Pero no importa, la gente aplaude, la gente grita. Y allá, al otro lado del salón, una hermosa muchacha sube al improvisado escenario. Es Marylin. Y entiendo la cara de desconcierto de Nati, entiendo todo eso que no era asco, ni desprecio, ni ninguna de esas cosas que siempre temo despertar. Era lástima. Porque Marylin es, efectivamente, una persona capaz de comprenderme. Es la persona que mejor llegó a conocerme. La persona cuya sensibilidad me conmovió, pero que decidió descartarme de su vida. Nuestras miradas se encuentran, en un segundo que ojalá no hubiese existido. Y en su cara sí leo el desprecio, el asco, pero también algo de lástima. Los aplausos siguen sonando cuando atravieso la puerta y la lluvia me recibe con los brazos abiertos. No podía ser de otra manera.

viernes, 24 de febrero de 2012

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 2da entrega: el camino de sangre


  Sir Lawrence y Sir Edward volvieron a la torre dos semanas más tarde, en lo que fue el primer momento libre que tuvieron para descansar de la horrible guerra que mantenían con los orcos de la Llanura pestilente. Partieron del campo de batalla directamente hacia los dominios de la princesa, prefiriendo sacrificar el único momento que tenían para ver a sus familias y afectos. Eso había sido decisión de Sir Lawrence, el que verdadera e inútilmente amaba a Valentina, y el que perseguía una vida de sacrificios y desafíos. Sir Edward no estaba convencido, pero era el turno de su amigo por intentar rescatar a la princesa, así que le pareció correcto que aquél determinara el cómo y cuándo.
  - ¡Hermoso caballero! ¡Mi cuerpo reclama vuestras caricias, pues mi tormento no es el de la soledad y el aislamiento, sino el tremendo dolor de no teneros a mi lado! ¡Vuestro enigmático rostro ilumina mis más vergonzosos sueños, pero es allí donde todo nos es permitido, y también lo será en nuestro lecho matrimonial, si tan sólo subieseis a ofrecerme tu corazón y aceptar el mío! Mas, ¡apurad el paso! ¡Las llamas en mi vientre consumirán pronto mi habitación, y no habrá más que cenizas de un amor no consumado para recibiros!
  El apasionado discurso de Valentina ofendió un poco a Sir Edward, que pronto comprendió que allí había un marcado favoritismo. Sintió celos, y deseó el fracaso de su mejor amigo, aunque inmediatamente sintió culpa por sus infantiles sentimientos y, con su fuerza de voluntad, se obligó a sentir lo contrario. A fin de cuentas, ¿cuál de los dos realmente amaba a la princesa? Todo encajaba, y cuanto antes reclamara Sir Lawrence a Valentina, antes podría visitar Sir Edward a su prima Lorianna. Qué hermosa y delicada era Lorianna...
  - Allí voy, princesa mía- contestó Sir Lawrence, con su potente voz de bajo y, acto seguido, se persignó.
  Comenzó a atravesar los pantanos del linde oriental de la torre, con su escudo en alto pero su espada envainada. No lastimaría a ninguna criatura que se cruzase por su camino, eso ya lo habían aprendido. Así que cuando tres ogros se abalanzaron sobre él armados con garrotes gigantes, Sir Lawrence hizo uso de su gran repertorio de fintas, ridiculizando a los ogros que no podían atinar más que golpes superficiales. Luego de diez minutos de esa resistencia pacífica, dos de los tres ogros habían decidido sentarse a descansar, frustrados por la pericia de Sir Lawrence, conocido campeón de los salones de baile de toda la comarca. Pero el último parecía incansable. Luego de un error de cálculos por parte de nuestro héroe, el ogro consiguió asirlo del brazo derecho, y retorciéndolo, lo arrancó de cuajo. Sir Lawrence cayó de rodillas vencido por el dolor, y el corazón de Sir Edward, espectador impotente, sufrió un vuelco. El ogro lo tenía ahora a su merced, pero tanto esfuerzo físico lo había dejado extenuado y hambriento, así que se entretuvo devorando lo que pronto dejó de ser el brazo más temido por las huestes del mal. Sir Lawrence aprovechó esa oportunidad para seguir avanzando hacia la torre, esperando perder la menor cantidad de sangre en el camino, pensando en el bochorno que le significaría desmayarse frente a su futura esposa.
  Ya no había escalera para llevarlo hasta la puerta de la habitación de la princesa, así que debió escalar, con una sola mano, piedra a piedra, palmo a palmo, doscientos metros luchando contra la gravedad y su desangramiento.
  Cayó la noche y las estrellas iluminaron el reguero de sangre que, a la distancia, marcaba el ascenso de Sir Lawrence. Habían pasado dos horas desde que había comenzado a escalar la torre, y Sir Edward miraba atónito, casi sin respirar. Lo vio llegar hasta la puerta. Lo vio golpear con su única mano. Lo vio gesticular ampulosamente, como buen orador que era. Lo vio entristecerse. Tanto lo conocía, que aún viendo su lejana figura envuelta en placas y placas de armadura podía determinar sus estados de ánimo. Lo vio gesticular aún más. Lo vio avergonzarse. Lo vio perder el conocimiento y caer hasta la base de la torre. Lo vio, horas más tarde, arrastrándose a su encuentro, aún marcando su camino con sangre.
  - Os llevaré con Mephisto para la curación, noble caballero. ¿Deseáis compartir con tu viejo amigo lo acaecido en la torre?
  - Oh, Sir Edward... No sé si es por toda la sangre que he perdido, pero no alcanzo a comprender la situación. Al llamar a la puerta, la princesa contestome que pasase otro día, que al despuntar el alba debía realizar ciertos encargos para su señora madre. Me habló de plantas que precisaría regar, prendas que tendría que perfumar, sobres que debería sellar. Que pasase otro día, ¿comprendéis? Acudí a su llamado, ¿verdad? ¿Cómo puede pedirme tal cosa? Intenté explicarle que había acudido allí para rescatarle, que su rutina diaria ya no importaba, y que todo ese amor que me profesaba por fin podría encontrar un cauce... Pero no. Insistió con que pasase otro día. ¡Incluso mencionó que el estado de su pelo era calamitoso, que estaba haciéndome un favor!
  - Callad, malogrado amigo. Mephisto reconstruirá vuestro brazo con sus artes, veréis que todo irá bien.
  - Que pasase otro día... Que pasase... otro día...

(con esas desesperanzadoras palabras culmina "camino de sangre", el segundo pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios". Continuará...)

jueves, 23 de febrero de 2012

Fiel (elogio de la soledad)


  Hay dos libros. En uno se escriben las cosas buenas, en el otro las cosas malas. A veces, un mismo hecho se escribe en los dos libros, desde puntos de vista diferentes, o haciendo hincapié en uno u otro aspecto. Pero la mayoría de las veces, las entradas en cada libro están bien diferenciadas.
  En este momento, en esta situación, se suele dar que el libro de las cosas buenas es un libro de palabras, un libro de ideas abstractas e impracticables, un libro de preciosas sentencias incomprobables, muy parecidas a mentiras ya conocidas, de tus vidas anteriores o de vidas ajenas. El libro de las cosas malas, en cambio, es un libro de acciones, de hechos. O, más bien, de la falta de los hechos que acompañarían a las palabras del libro de las cosas buenas, de la omisión de cualquier indicio de que esas palabras bonitas tienen un lugar en la realidad. Aunque, seamos sinceros, también hay hechos en el libro de las cosas buenas, así como también hay palabras en el libro de las cosas malas. Y qué palabras, madre mía. Las más pesadas, las más dolorosas que oíste en tu vida. Las más ciertas, también. Porque no hay razón alguna para que esas palabras, para que esas cosas malas, sean mentira. Las palabras bellas, las buenas acciones... siempre es fácil desconfiar de ellas. Pero el libro negro es irrebatible.
  Los dos libros conviven, a la fuerza, son el agua y el aceite, pero ocupan la cabeza de su autor. Éste enloquece, porque jamás entiende el rompecabezas. No pueden formar parte de él todas las piezas. Hay que desechar algunas. Hay que separar la mentira de la verdad. ¿Y cómo puede hacer eso alguien que nunca miente? Y es entonces que el autor entiende que es todo su culpa. Que confía siempre de más, que cree que cuando le dicen "A" le están queriendo decir "A" y no "G", que no entiende su entorno. Es él el que conjura los dos libros, con su manera poco urbana de relacionarse, es él el que empuja a la gente ("la gente", porque el universo se divide en dos, sólo está habitado por dos conciencias, la propia, y la de esa entidad amorfa e infinita llamada "la gente") a mentirle, a inventar explicaciones para cosas que no se preguntan, es él el que fuerza las situaciones para que le digan "A" cuando es bien sabido que lo que hay ahí es "G", quizás algo más que "G", pero nunca "A".
  ¿Debe el autor aprender ese otro lenguaje? ¿Debe aprender a mentir? ¿Debe aprender a no creer los halagos protocolares, los cumplidos de compromiso? El autor se siente desdichado, siente que no puede conectarse con nadie, que nadie lo entiende y que él no entiende el lenguaje que el resto de la gente intenta utilizar para comunicarse con él. Se siente fuera de lugar. Pero este no es su lugar, realmente. Ese no es su lenguaje. No le gusta este lugar, no le gusta ese lenguaje. ¿Debe adaptarse? ¿Es preferible estar adaptado a estar solo? ¿Es preferible masticar y vomitar toda esa falsedad a la ascética soledad? Los dos estados son angustiantes. Uno es sincero y noble, el otro es práctico y convencional. Uno se inscribe en el libro de las cosas buenas, el otro, en el de las cosas malas.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Déjà vu

  Camila estaba lista para salir, tenía ya la cartera sobre su hombro y las llaves en su mano. Abrió la puerta de su departamento, mientras todavía pensaba en si llevar un paraguas o no. Decidió esperar unos segundos más en el umbral a que la decisión llegara sola. No estaba apurada. La radio encendida despedía los últimos compases de una cursi canción de amor de los ochenta, con su característico y poco original fade out. Pensó que cabía la posibilidad de que el locutor, al terminar el tema, diera el pronóstico meteorológico para la noche. Y viéndose en el umbral, lista para abandonar la casa, se preguntó por qué dejaba la radio encendida. Sabía la respuesta, pero dejó que el hilo de pensamientos se dibujara en su cerebro. Dejaba la radio encendida para no dejar su casa en silencio, para que los vecinos no pudieran adivinar que estaba ausente, para que cualquier persona, al pasar por debajo de su ventana, creyera que el departamento estaba ocupado, para desalentar a los posibles ladrones que pudieran presentarse, para continuar una práctica que su padre le había enseñado a todos sus hijos. Y así, antes de que la canción terminase, se encontró en el umbral de su puerta pensando en su fallecido padre. "Viejo querido..." pensó. Sintió una tristeza y una nostalgia muy fuertes, poco usuales. Se preguntó (porque ya lo había decidido, aquella sería una noche de preguntas) a qué se debería el cambio repentino de humor, a qué se debería que el recuerdo del padre pudiera afectarla tan rápida e intensamente.
  - Son las 23 horas en toda la ciudad de Buenos Aires, y esta es una noche especial. El cielo se ha despejado, empieza el fin de semana y hay mucho amor en el aire, ¿no lo sienten? Tenemos una canción muy especial, dedicada a Camila. Camila, espero nos estés escuchando, porque alguien, como diría Charly, alguien en el mundo piensa en vos.
  Antes de que el locutor terminara de decirlo, la canción que simbolizaba la relación entre Camila y su padre ya estaba sonando. Una canción vinculada al recuerdo más vívido que ella poseía de su padre, una canción que tenía ese significado sólo para ella. Las llaves cayeron al suelo, seguidas por la cartera. "sont des mots qui vont très bien ensemble", y sus rodillas cedieron, cayó arrodillada al suelo, llorando. Se veía a los seis años, subida a los pies del padre, jugando a que bailaba con él, los dos abrazados, sintiendo el olor a cigarrillo en la ropa de él, hundiendo la cara en su pullover y cerrando los ojos, dejando que el "oh, what you mean to me" la inundara de esa emoción que no le estaban dando esas palabras todavía desconocidas, sino que las obtenía de otro lenguaje.
  Había viajado en el tiempo, esa canción había derrumbado toda su percepción de la realidad, su conciencia estaba atrapada en ese recuerdo, y no retorciéndose a los llantos en el frío suelo de su departamento. Ella era una niña, o tan sólo era el dolor por no ser ya esa niña, pero estaba ausente, totalmente desconectada de su presente.
  Afuera, un colectivo embestía el banco que oficiaba de parada en la esquina, a treinta metros de la ventana de Camila. La batería de estruendos que acompañó dicho accidente alcanzó para romper el hechizo que la mantenía atada a su dolor, paralizada en esa evocación involuntaria. El locutor comenzó a presentar otro tema, todo seguía su curso normal. Camila se acercó a la ventana, todavía confundida, a observar el colectivo que pensaba tomar, estrellado contra el banco en el que pensaba sentarse a esperarlo. Todo era irreal, nada tenía sentido. Y en esa noche de preguntas, algunas horas más tarde comenzaría a relacionar la canción de la radio con el accidente.

  "Cuando le diga se va a caer de culo", pensaba. Subía las escaleras relamiéndose, en anticipación por la conversación que iba a tener con su mejor amigo. "Jessica, esa piba hermosa que conocimos en la secundaria. Sí, me encontré con Jessica. Vive acá a la vuelta, a dos cuadras de donde vivimos nosotros. Vive sola, no vive con un tipo, está sola, no sale con nadie. Y me preguntó por vos. ¿Entendés?". Sí, se iba a caer de culo...
  - ¡Fernando! Boludo, a que no sabés con quién me encontré.
  Fernando estaba sentado frente al monitor de su computadora, totalmente quieto. Ni siquiera parecía respirar.
  - ¡Eh! Fer, ¿me escuchás?- se acercó a su amigo, todavía excitado, y lo obligó a mirarlo, girando su silla- ¿Sabés a quién me encontré recién?
  Fernando lo miraba a los ojos, pero completamente ausente e inexpresivo.
  - A Jes-- a Jessic-- a Jes-- a Jessica- contestó finalmente, sin pestañear, pero con grandes problemas para hablar.
  Martín se quedó boquiabierto.
  - Pero, ¿cómo puede ser...- comenzó a indagar- ¿Ya la habías visto? ¿También te la encontraste? Pero ella no sabía nada de vos, se sorprendió cuando le dije que vivíamos junt--
  - Vivo en Rivadavia al 2000- lo interrumpió Fernando, parándose violentamente y siempre con la mirada ausente-. ¿En serio vivís acá nomás? ¿Con Fernando? ¿En serio? ¿Y cómo está?
  Su voz era impersonal, carecía de tono, y sus palabras eran exactamente las mismas que había pronunciado Jessica, o, más bien, eran las que recordaba Martín, deseoso de comunicarlas.
  - ¿Me estás jodiendo, Fernando? ¿Qué es esto?
  Martín estaba enojado, pero pronto abandonó el rencor de creerse objeto de burla, ya que la nariz y el oído izquierdo de Fernando comenzaron a sangrar, y éste perdió el conocimiento. Una hora después yacería sin vida en la camilla de una ambulancia.

  - Sentate encima mío- le ordenó.
  Las órdenes la excitaban, y a él lo excitaba que ella cumpliera sus órdenes. Acariciaba su espalda mientras ella le daba pequeños y lentos besos en el cuello. La espalda de Julia lo enloquecía. La curva con la que la espalda se convertía en la cola era su lugar favorito en todo el universo. Paseó sus manos por ahí hasta llegar a sus nalgas. Buscó con su boca la lengua de ella, y la encontró, y la aprisionó. Ella siempre cedía a ese juego, y él se perdía en su boca, en su lengua, en su aroma, en su sabor.
  Le quitó el corpiño.
  - Sacate la bombacha- le ordenó.
  Julia obedeció.
  - Sentate encima mío.
  - Despacito- pidió ella.
  Eso también lo excitaba. Suavemente, se deslizó dentro de ella. Sus leves gemidos lo desestabilizaban, casi que no podía controlar su ritmo, evitar morderla. "Despacito, más adelante" se decía. Con los ojos cerrados, seguía acariciando su espalda.
  - Ay, Julia, estás tan buena- le susurró al oído. Siempre después de decirle algo así se sentía un imbécil, se arrepentía, pero debía decírselo.
  - Me gustás tanto, Julia.
  Julia comenzó a moverse con él, mientras se aferraba con sus uñas a su espalda.
  - Sí, rasguñame- pedía él.
  Romina comenzó a chuparle los pezones. Tenía los pezones muy sensibles, pero ella había sido la única en reparar en eso. Mientras cogía con Julia, sentía cómo Romina le chupaba los pezones. Sentía las voluminosas nalgas de Romina en sus manos.
  - Ay, Romina.
  Julia se detuvo instantáneamente.
  - ¿Romina?
  Abandonó la silla que compartían, encendió la luz, y comenzó a vestirse.
  - Andate- le dijo-. Andate y no vuelvas, cerdo.
  No había nada que pudiera decir. La conocía, lo que había hecho era imperdonable. Pero también era lógico, y natural. Era Romina. Estaba cogiendo con Romina. No entendía muy bien cómo ni por qué, pero había sido así.
  - Perdoname, no te pongas así por una boludez- le dijo mientras se vestía-. Me voy a ir, está bien. Pero no te pongas así porque fue una boludez. Sabés que estoy fumado, no exageres.
  - Callate y andate. Tarado.
  Tarado. Imbécil. Cerdo. Ella no podía entender el error porque jamás caería en él. Jamás lo llamaba por su nombre. Ni siquiera usaba apodos cariñosos. Nunca. Era llamativo, y casi una muestra de virtuosismo, pero se las arreglaba para estar con él sin tener que pronunciar jamás su nombre.
  En eso estaba pensando, tratando de invertir los roles de la situación, mientras caminaba de regreso a su casa. Pero Romina volvió a acometer contra sus pezones, y tuvo que dejar de caminar. No entendía qué ocurría, pero era obvio que ahora Romina lo miraba a los ojos mientras descendía hacia su vientre, y sin usar las manos, se llenaba la boca. No entendía qué pasaba, pero a pesar de todo, parecía natural y lógico que sus piernas dejaran de responderle y que tuviera un orgasmo allí mismo, tendido en medio de la calle.

viernes, 17 de febrero de 2012

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 1ra entrega

  - ¡Rescatadme, oh, noble caballero! ¡Mi corazón y mi gratitud son posesiones que debéis reclamar!
  Los gritos de la princesa desde aquella altísima torre insuflaban los pechos de Sir Lawrence y Sir Edward. Los dos estaban convencidos de ser el único destinatario de tamaña confesión, pero siendo compañeros de armas y batallas de toda una vida, decidieron tirar a la suerte quién sería el primero en tratar de rescatar a la princesa. La suerte determinó que Sir Edward tuviera el primer intento, así que Sir Lawrence se limitó a observar, alentar, y rezar por la integridad física de su compañero. Desde el momento mismo en que vio el rostro de la princesa, dibujado en aquel pasquín pegado en la puerta de aquella taberna, supo que la amaba, que era su deber rescatarla y desposarla, pero aún así, por respeto y por amor a su compañero, guardaba el íntimo deseo de que su periplo fuera exitoso. Así piensa un caballero. O, mejor dicho, así pensaba Sir Lawrence, que pensaba que así piensan los caballeros.
  - Fuerza, Sir Edward. Sois el indicado, y siempre lo habéis sido. No hay peligro en esa torre que no podáis sortear.
  Eso fue lo último que escucho Sir Edward de la boca de su amigo antes de partir, y lo emocionó, ya que no estaba seguro de amar a la princesa, porque, ¿qué es el amor? ¿Cómo amar a alguien que no se conoce? ¿Y cómo amar a alguien que sí se conoce? Todo eso del amor y el heroísmo le parecían juegos peligrosos y poco sensatos, pero era un caballero, y esto es lo que hacían los caballeros. Enfrentarse a peligros, rescatar a princesas. Amarlas. Sir Lawrence la amaba, eso era seguro. Pero él, ¿qué sentía?
  Esas cosas pasaban por la mente de Sir Edward mientras flechas disparadas desde quién sabe dónde intentaban atravesar su armadura. Cruzó finalmente ese peligroso jardín laberíntico que desembocaba en un enorme patio, todavía a un centenar de metros de la base de la torre, cuando fue embestido por un salvaje minotauro. Sobrevivió al impacto, y rápidamente se puso en guardia. La enorme criatura intento abrirlo en dos con su hacha, pero el talento marcial de Sir Edward fue más que su fuerza bruta, y pronto pereció bajo su espada. Triunfante, Sir Edward se dirigió a las escaleras de piedra que rodeaban a la torre, y comenzó a escalar. Los escalones comenzaron a ceder bajo sus pies, y las piernas del noble caballero comprendieron antes que él mismo que debía subir a los saltos, jamás deteniéndose, puesto que esas escaleras no habían sido construídas para que se usaran más de una vez.
  Casi sin aire, finalmente llegó a las puertas de la habitación de la princesa, fuertemente reforzadas, imposibles de franquear. Comenzó a estudiarlas para ver cómo podía valerse de su fuerza para derribarlas, o abrirlas, o alcanzar a hacer un hueco por el cual pasar, cuando, del otro lado, escuchó el llanto desconsolado de la princesa Valentina. Mirando por el cerrojo de la enorme puerta, puesto que su curiosidad y sorpresa eran en ese momento más fuertes que su estricto código de conducta, vio a la princesa llorando, convulsiva y espasmódicamente, sobre la enorme y delicada cama. Apartó la vista, avergonzado, pero no pudo evitar hablarle.
  - ¡Princesa Valentina! ¡Aquí estoy, a punto de rescataros! ¿Por qué os encontráis tan afligida, si es que me permitís el atrevimiento?
  - ¡Imbécil!- respondiole la princesa-. ¡Sois una bestia insensible, una montaña de estiércol! ¿Qué os había hecho el pobre minotauro? ¿Por qué acabásteis con su vida? ¡Agradeced el hecho de que no puedo veros y retiraos inmediatamente!
  Y continuó llorando. A los gritos, totalmente poseída por un dolor que Sir Edward jamás había presenciado, aún en todas sus experiencias de guerra, peste y hambre. Derrotado, tuvo que dar media vuelta. Abatido por el cansancio, y ya sin escalera para volver a la base de la torre, debió lanzarse al vacío, intentando caer sobre el cadáver del minotauro, para amortiguar su caída. Lo logró, pues era poseedor de un talento y una resolución admirables, pero eso sólo sirvió para acrecentar los gritos, el llanto y el odio de la princesa, que comenzó a lanzarle proyectiles desde las ventanas, mientras poblaba el reino con sus alaridos demenciales.
  Sir Lawrence recibió a su amigo con un abrazo fraternal.
  - Y bueno, hermano. Otra vez será.

(con esas enigmáticas palabras termina el primer pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios". Continuará...)

lunes, 13 de febrero de 2012

Comando de chirlos

06/06/2012 - Ricardo Hernández (en adelante RH) intenta dar de baja su servicio de internet móvil de una compañía de telefonía celular. No sólo no tiene necesidad de ese servicio, sino que no tiene oportunidad para usarlo: ya no tiene computadora. El operador telefónico le dice que tiene que seguir pagando el servicio durante los meses que le restan de contrato (7). RH señala que, al momento de contratar el servicio, preguntó si podía darlo de baja en cualquier momento, y que la respuesta que le habían dado era un sí. Lo ponen en espera.

04/07/2012 - RH sigue llamando para dar de baja el servicio, con resultados similares al del primer intento. Mantiene conversaciones burocráticas con varios operadores, pero todo sigue igual. Se cuida de desatar su ira con los telefonistas, ya que considera que no son los culpables, y que son también víctimas.

07/07/2012 - El operador que atiende esta vez a RH, se apiada del estado de desesperación del mismo y le da un consejo: que reporte el módem portátil como robado, así su tarifa mensual se reduce en un 75%. Es lo más cercano a lo que RH pretende, que es dejar de pagar.

01/08/2012 - RH va hasta las oficinas centrales de la compañía de telefonía celular. Recibe las mismas evasivas, y monta un escándalo. Lo escoltan a la salida, pero lo dan de baja. No pagará los meses que faltan.

08/08/2012 - RH cuenta todo su periplo burocrático en una cena de amigos. Uno de ellos, que había trabajado como empleado de un call center para una compañía de televisión satelital, le explica que sí, que todo eso está regulado, que la única manera de conseguir que a uno lo den de baja en casos como esos es recurriendo a la violencia. Que la solución está allí, que es tan simple para la compañía como presionar un botón, pero que sólo lo hacen cuando los clientes pierden el control o llevan a cabo acciones legales. RH se indigna.

10/08/2012 - RH vuelve a convocar a sus amigos para comentarles un plan que acaba de idear. Ya que no hay manera de, legalmente, hacerle pagar esas molestias y abusos a los directivos de las compañías de servicios, y que estas situaciones generalmente evolucionan en episodios violentos que afectan sólo a los empleados de menor nivel, es necesario implementar alguna clase de escarmiento. Él propone lo que popularmente se conocería, más tarde, como "comando de chirlos". Cada uno de los comensales se compraría una pequeña palmeta plástica o de madera, en venta en cualquier sex-shop, y entre todos investigarían y estudiarían las caras y las rutinas de las cabecillas de las compañías de servicio, para golpearlos con sus palmetas, en cualquier lugar, en cualquier momento, de ser posible en lugares muy concurridos, para luego desaparecer. La mayoría de sus amigos lo considera una estupidez, pero algunos, tomándolo más como un juego de corta vida, deciden pertenecer a dicho comando.

19/08/2012 - Augusto Conte (en adelante AC), vicepresidente regional de un proveedor de conexión a internet, es golpeado con palmetas tres veces en el camino a su casa. El último golpe, recibido de RH, le deja una visible marca en la cara.

30/09/2012 - RH dicta una declaración de reglas y principios para su comando de chirlos. Lo difunde en varias redes sociales y, en pocos días, aunque de manera desprolija y sin organización central, la práctica se populariza.

15/10/2012 - AC contrata guardaespaldas y comienza a portar un arma.

17/10/2012 - Alejandro Díaz Herrera, gerente de ventas de la compañía de telefonía móvil cuyo accidente generó todo el movimiento, es el blanco preferido de RH, que lo golpea siempre sin dejarse ver cinco veces por semana durante esos dos meses. Esa misma noche se suicida, sin dejar ninguna carta a la familia, pero no es sorpresa: todo su entorno comenta que no era el mismo desde hacía semanas, que estaba paranoico e inestable.

28/10/2012 - Se dicta una ley inexplicable para más de la mitad de la población, que no estaba al tanto de las operaciones del comando: se prohibe la venta y tenencia de palmetas, con penas de hasta 25 años de cárcel. A partir de ese momento, los medios comienzan a hablar de la "actividad terrorista".

11/11/2012 - Tres conocidos miembros del comando de chirlos son apresados. Uno de ellos es acribillado a tiros en el lugar de la captura, por resistirse. Las fotos de las palmetas confiscadas aparece en las portadas de todos los diarios. Otros cuatro miembros perecen en episodios poco claros, que los medios relacionan con el "fenómeno de la inseguridad".

13/11/2012 - El comando de chirlos abandona el uso de las palmetas, y comienza a escupir y sopapear a sus blancos.

16/11/2012 - Los guardaespaldas de AC matan a RH de una golpiza, luego de que éste escupiera a su jefe. No son juzgados, y no pasan ni siquiera una noche bajo custodia policial. La opinión pública está dividida.

17/11/2012 - Hay escraches multitudinarios en la casa de AC y en sus oficinas. La compañía para la que trabaja lo despide. La fuerza policial reprime, y hay 27 muertos, dos de ellos, policías.

21/12/2012 - Se declara estado de sitio. Los policías tienen derecho a apresar a cualquier persona que les parezca sospechosa, sin rendir cuentas a nadie. Salivar se convierte en delito federal. Las cámaras instaladas por toda la ciudad le permiten a la policía detener a gran parte del comando de chirlos. La mayoría no vuelve a aparecer.

23/12/2012 - Agustina Zaldivar va a las oficinas centrales de un proveedor de televisión por cable a pedir la baja del servicio y el reintegro de la última cuota, puesto que el servicio no está en condiciones desde hace dos meses, y jamás fueron a repararlo. La hacen pasar amablemente a una sala de espera, donde no hay nadie más. Le dan un tiro en la nuca y la tiran al río.

jueves, 9 de febrero de 2012

Baño cósmico

/¿Me está mirando esa chica? No.
/Vos seguí leyendo, no le des bola.
/Pero siento que me mira... La tengo al lado y me mira. O no, quizás quiero que me mire, solamente. ¡Ahí está! Me miró. Aunque claro, como se mira a cualquier persona en el colectivo, nos miramos unos a otros todo el tiempo.
/Ahí te miró otra vez.
/¿Y por qué me mira? ¿O por qué la miro yo?
/Ahí está el tema. Vos sabés por qué la mirás, y querés que la respuesta a por qué te mira sea la misma. Pero no. Tener tetas grandes sólo sirve cuando sos mina.
/Callate, estúpido. Pero tenés razón.
/Claro que tengo razón. Eso es lo bueno de discutir con vos mismo. Siempre tenés razón.
/¿No estará tratando de descifrar qué es lo que leo? Como hago yo siempre...
/No, infeliz. Esa mina no lee. Las minas que sacan las tetas así para afuera no leen. Fijate el piercing que tiene en el ombligo, fijate que se le vea el ombligo, justamente, fijate el pantaloncito que lleva. Esas pibas no leen.
/¿Puedo ser tan prejuicioso? Sí, puedo. A fin de cuentas, suelo defender a los prejuicios diciendo que son herr--
/amientas, sí. No te sientas mal. Ni ella ni el novio leen. Porque, sigamos con los prejuicios, pero está viajando con el novio. O con lo que sea, pero es una persona con la cual se relaciona desde el cuerpo, desde el deseo, desde el sexo. Quizás se relacione desde ese lugar con todo el mundo. Quizás ese sea el hermano, ¿no? Ja, eso sería grandioso...
/Pará, sólo la estamos viendo desde hace dos minutos parada en un colectivo. No podemos armar la maqueta de su vida entera a partir de esto poquito que vemos.
/Pero si te encanta generalizar, y buscar patrones, y utilizar a los prejuicios para completar los (y cito) fractales personales de los cuales te encanta hablar. Y ella encima no soporta que lo hagas, qué imbécil que sos.
/Imbécil serás vos.
/Eso dije.
/Ahí me miró otra vez...
/Dale. Yo te ayudo a pensar eso que querés. Que sos lindo. Que los lentes te quedan bien, que el hecho de estar leyendo ya te hace más interesante y misterioso, que, bueno, sos pelado pero que no es para tanto. Que ya no sos taaaaan gordo, que tu belleza radica en, justamente, no ser para nada bello.
/No, no quiero pensar eso. Quisiera no tener que pensar todo esto sólo por el miedo que me daría pensar eso... Lo que quisiera pensar es en que, quizás... En que...
/Dale. Decilo. ¿O querés que te ayude?
/Quisiera pensar en que... ¡Pero mirá cómo saca las tetas! No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué esa pose? ¿Por qué me mira, por qué busca mi mirada?
/Vos buscás su mirada, vos te preguntás todo esto. Ella capaz que ni te vio...
/Pero esas cosas pasan, ¿no? Ves, en eso quiero pensar. En un cuento.
/Y dale con tus cuentos y tu blog y la puta que te parió. ¿Cuándo lo vas a cerrar?
/Callate. ¿Qué le pasa a la mina por la cabeza? Está viajando un sábado a la noche en un colectivo con el novio, y está sacando tetas y tratando de atraer los ojos de otros hombres. No, mejor quisiera saber que le pasa a un tipo que ve eso, como yo, pero que se siente un winner, aunque nada que ver, y capaz que se imagina toda una historia, como yo intento no hacer, pero en realidad... No, sería mejor pensarlo desde el novio.
/Mirá. Se desocupó el asiento de enfrente. Se va a sentar, y ya no van a poder jugar a mirarse...
/Opa.
/Ah... Esa no te la esperabas, eh...
/...
/Tenés miedo, es increíble.
/No, boludo. Pero es raro, ¿no? Me miró, y el novio le dijo que se siente, y ella le dijo que no, y el pibe insistió, y ella siguió diciendo que no, que se sentase él. ¿Seré demasiado machista que la situación me parece rara?
/No. El problema es que, en tu cuento, pasaría eso. ¿No? Lo estás viviendo como si fuera tu cuento.
/Ja, claro, tenés razón. En mi cuento, entonces, ahora que el chabón está de espaldas, y sentado, y mirando por la ventanilla, ahora que ya no la ve a ella ni a mí, enton--
/...
/...
/Ahora yo también tengo miedo.
/Es increíble. No. Mi cuento no tenía que hablar de eso. Mi cuento tiene que hablar de esto que acaba de pasar. De cómo estaba pensando en que ahora ella tendría que ir más allá, tendría que llamar mi atención, y me imaginaba que me tocaba haciéndose la distraída, y eso hizo: estiró su mano para agarrarse del asiento y tocó mis manos. ¿Cómo pudo darse al mismo tiempo? ¿Cómo pude anticipar eso, aunque por las razones equivocadas?
/Claro, ahora cagamos. Para no pensar en que la mina puede estar queriendo llamar tu atención (ya que sus tetas pareciera que no alcanzan), vas a empezar a pensar en todo ese rollo de los cruces temporales y de la no-linealidad del tiempo y--
/¡Claro! Como eso que quiero escribir.
/Todavía no lo escribiste. Pero ya está escrito.
/¿Me estás gastando? A veces no sé cuándo me gastás y cuándo no...
/No importa eso. Mirá. Se bajan.
/Sí, no me importa ya. Ya no importa. Lo que pasó fue mágico. Fue como la vez esa, ¿te acordás?
/Es al pedo que finjas que me hablás a mí. Todo lo que vos recuerdes, yo lo recuerdo. Pensalo, o escribilo, mejor dicho, y listo.
/Tenés razón. Una noche en que con unos amigos, en nuestra más estúpida adolescencia, nos propusimos generar un ambiente paranormal, comencé a buscar señales, comencé a buscar mensajes de algún orden superior, comencé a exagerar cualquier eventualidad convirtiéndola en algo con un significado oculto e importantísimo. Así fue que, marqué como primera señal, el cadáver de una cucaracha, que apareció de la nada. Mal augurio. Marqué como otra señal, un souvenir de bautismo que un amigo mío rompió sin intención al moverse torpemente. El souvenir era un pequeño angelito, eso tampoco podía ser bueno. La noche siguió, ya empezábamos a sentir cierta paranoia, aún siendo dos de los cuatro participantes ateos escépticos que siempre se ríen de todo. Yo jodía constántemente con que, eventualmente, la radio nos daría una señal. Estaba desenchufada, pero yo recordaba cada tanto, que llegaría ese momento. Ese momento llegó. Aburrido, quizás impulsado por algún silencio, o quizás porque me divirtió pensar que había llegado el momento, dije "bueno, ahora vamos a ver qué nos dice la radio". Un segundo después, uno de mis amigos estaba pálido, con los ojos desorbitados, y yo sé que estaba cagado en las patas. Era el único que, además de un servidor, conocía el tema que estaba sonando justo cuando encendí la radio. Y yo reí. Yo fui feliz. Me sentí como rejuvenecido por un baño cósmico. Eso que tenía que pasar, pasó. Eso que buscaba estaba ahí. El tema que sonaba era uno llamado "between angels and insects". Trato de pensar en algún tema más adec--
/Te tenés que bajar.
/¿Qué?
/Que te tenés que bajar del colectivo, te vas a pasar.
/Ah. Gracias.

jueves, 2 de febrero de 2012

Fantasmas

  - Disculpame... ¿Vos sos Ernesto Franchín?
  - Sí... ¿nos conocemos?
  - No, no. Bah, en realidad, yo creo que te conozco. Es la primera vez que te veo pero... No, además, no te conozco. No. No, no nos conocemos. ¿Me puedo sentar? Gracias.
  - Em, sí. Siéntese. ¿Su nombre es...?
  - No importa. Mirá, voy a intentar ser directo, y robarte poco tiempo. Vos a los 16 años causaste una gran impresión en una chica, ni siquiera sé si la recordás. Lorena. ¿Te suena? Morocha, muy bonita, Lorena Solano.
  - Ssssí... Lorena. Fuimos compañeros en la secundaria, sí. Bonita chica... ¿Está bien? ¿Le pasó algo?
  - No, ella está bien. Y tampoco vengo a reprocharte nada que le hayas hecho o dejado de hacer. No es de mi incumbenc--
  - Momento, señor. No sé quién es ni qué le hace creer que puede venir a--
  - Te estoy diciendo que no me importa nada, dejá de atajarte.
  - No, me parece una falta de respeto. Vuelvo a preguntarle, ¿quién es usted?
  - Digamos que soy el tipo que está con ella. O que estaba. Ella no lo sabe, pero me parece que acabo de dejarla. De eso se trata esta charla. Necesito que vuelvas a su vida. ¿Hace cuánto que no se ven?
  - ¿Qué?
  - Hace cuánto que no se ven.
  - ...
  - Dejá de actuar tanta indignación, por favor. Bueno, está bien. Vos escuchame. Mirame y escuchame, dejá de ojearlo al mozo, no te voy a hacer nada, sacate ese miedo estúpido de la cara y escuchame. Esta piba no te olvidó, por alguna razón te idealizó. Sí, le dije "piba", y nosotros hace tiempo que no somos pibes, pero ella se quedó ahí, o andá a saber dónde, quizás antes. Y vos sos como un ancla. O eso ella cree. Porque, y perdón por la sinceridad, pero no sos la gran cosa. Ahí está, la cara de desprecio te queda mejor, además de que es más acertada. No, no, no amagués a levantarte, quedate y escuchá. Escuchá porque es interesante. La boluda esta persigue fantasmas, quizás todos lo hagamos. Yo fui uno de esos fantasmas, una persona en la que ella no podía dejar de pensar. Una piedra, un obstáculo en su vida. No podía estar con otros tipos, porque quería estar conmigo.
  - Tampoco sos la gran cosa.
  - Y vos sos muy obvio. Pero por lo menos ya me estás tuteando, algo es algo. Claro, yo soy un desastre, ni de cerca soy lo que ella esperaba. Aunque mi impresión es que ella no deseaba más que esto, esta cosa imposible, un desastre de persona, como seguramente podés apreciar. Pero me consiguió, me convenció. Y acá estamos. Vos sos el próximo fantasma. No me preguntes cómo lo sé, no tengo ganas de alimentar tu ego. De hecho, si no fuera una emergencia, me ahorraría el tener que pedirte algo. Porque sos seguramente tan imbécil, y esto lo digo con todo respeto, que debés estar pensando que hay una mina que quiere estar con vos, después de tantos años, una mina qu-- ¿Te tengo que pedir disculpas? Dale, sentate. Te la hago corta, son cinco minutos. ¿Está bien?
  - ...
  - Bueno. Volvamos al tema de los fantasmas. Vos también sos un fantasma. Y estás casado, y no tenés interés, espero, por una mina problemática como Lorena, y lo bien que hacés. Pero yo tengo muchísimo interés, y más que nada por resolverle ese jueguito de los espectros que no la dejan relacionarse con tipos. Entonces: te pago dos lucas por mes. Dos lucas por mes, para que la empieces a ver, una vez por semana. Decile que dejaste a tu mujer, no me importa.
  - Estás loco. Es una locura.
  - Pará, pará. Vos escuchame. La empezás a ver, te la llevás a un hotel. No va a aguantar más de un par de meses. Y ahí va a aparecer otro fantasma, siempre es así. Vamos apareciendo, pero siempre para atrás, ¿entendés? Somos fantasmas de su pasado. Y no hay tipos en su vida antes que vos, la conozco bien. Sólo queda el hermano. Y ahí vemos qué pasa. Porque al hermano lo tiene a mano, ¿entendés? A vos te tuve que venir a buscar, pero en cuanto vea que quiere estar con el hermano, cuando empiece a sentir que siempre quiso estar con el hermano... Va a ser buenísimo.
  - Yo lo conozco al hermano. Sos un imbécil. Y un loco peligroso.
  - Todo lo que quieras. Pero, desgraciadamente para todos nosotros, siempre tengo razón. Así que escuchame. Dos lucas por mes. Por cogerte a una mina que está buena. Ni vos sos tan boludo como para decir que no. Aparte, te digo que ni bien te agarre... Mamita. No lo vas a poder creer. Pero dura poco, ese es el tema. Con nosotros, por lo menos. Capaz que con el hermano dura más. ¿Pero se animará?
  - ¿Estás hablando en serio? ¿Viniste hasta acá para pedirme que salga con tu novia?
  - No es mi novia.
  - ¿Y querés que se coja al hermano?
  - ...
  - Sos un enfermo.
  - No hace falta que te indignes y que te vayas. Conmigo no tenés que actuar. En fin... Llevate el teléfono, tomá. Pensá que la piba está mal y que yo estoy jodiéndole la vida. Llamala para ayudarla, aunque sea.
  - Una mierda. Eso es lo que sos.
  - Blablablá. Hacé la tuya.
  - Imbécil.
  - Chau. Saludos a la familia.
  - ...



  - La vas a llamar. La vas a llamar. Es una mierda, pero siempre tengo razón.