jueves, 13 de octubre de 2016

II - El Nobel

  Pasa algo parecido con la Real Academia. Un buen día, deciden aceptar "la calor", o "setiembre", o "dentrífico". Y el que lo dice así por costumbre o elección estilística, se siente contento, contenido, justificado. Por más que la RAE le parezca un ente arcaico. Y el otro boludo, el que está del otro lado, el que nunca jamás diría "la calor", o "setiembre", o "dentrífico", cae en el infantilismo de creer que su idioma ha muerto un poco más. Por más que la RAE le parezca una farsa.
- El próximo Nobel se lo dan a la Mona Jiménez, acordate lo que te digo.
- Ja, sí. Fuera de joda, si aguanta algunos años más, lo puede llegar a ganar Woody Allen, ¿no?
  ¿Por qué tanta indignación? ¿Qué separa a Bob Dylan de cualquier otro poeta ganador del Nobel? ¿El problema es que no escribió pensando en publicar libros? ¿O que es músico? El problema quizás sea que, por primera vez, hay gente a la cual la noticia la puso contenta. Por fin conozco a lectores de la obra del Nobel actual. No son las típicas viejas de Recoleta, esas faltarán: ningún estirado vendrá a preguntarme "¿qué tenés del que ganó el premio Nobel?". Es gente real, que siente un auténtico aprecio por la obra de Dylan. Dylan, que fue la voz de una generación entera, cuya obra tiene un peso cultural innegable. Poco importa que no nos guste ni un poquito cómo canta.
- Che, ¿leíste algo del nuevo Nobel?
- No, la verdad es que no conozco su poesía: siempre evité su música.
  Igualmente, es muy divertido indignarse. Exhibo un libro de Bob Dylan y lo rodeo de Arlt, Saer, Lautreamont, Borges, Kafka. Le saco una foto, se la mando a E. por uasap. Me contesta que lo de Dylan la puso contentísima, que la alegra ver a tantos libreros seudo-intelectuales indignados. Recuerdo entonces su fijación con León Gieco: una noche con un ex-novio, una anécdota hermosa para pintar una relación y para pintarla a ella, un digno del Nobel "no voy a pasar un viernes a la noche mirando un recital de León Gieco en la tele", un portazo que sólo puedo imaginar, y por el que todos los hombres que ella conozca somos en parte culpables: entre todos, deberemos pagar por esa noche de viernes de mierda que tuvo. Le digo, entonces, que me imagino su cara si el Nobel fuera, en vez de para Dylan, para León Gieco, el Dylan argentino. Acto seguido, la llamo tilinga. Me bloquea. A ella también le divierte indignarse.
- Y decime, ¿este es bueno?
- No sé, no lo leí. Pero el autor es ganador del premio Nobel, debe ser bueno.
  Y no falta el que avista las crisis, los quiebres, el jinete del apocalipsis: "tan mal está la literatura que su mayor exponente es un cantante. Y el año pasado se lo dieron a una periodista". Bueno, subamos un poco más la apuesta de la indignación. Hace añares que le entregan premios Nobel a dramaturgos. Y alguna vez se lo dieron a Churchill. Apurame, y me indigno también por cada vez que le dieron el Nobel a alguien que sólo escribía en verso. Lo bueno de las opiniones y los criterios es que creemos que los elegimos. Tenemos argumentos para defender cada una de las boludeces que creemos, pensamos y decimos. Pero es al revés: nuestro criterio no es el resultado de lo que exponemos con nuestros argumentos, sino que nuestros argumentos están para justificar y explicar de alguna manera por qué nos gustan las cosas que nos gustan. Preguntame y te explico por qué Ursula K. Le Guin tendría que tener su premio Nobel. También tengo argumentos buenísimos para explicar por qué ser hincha de River es la única posición aceptable frente al fútbol.
- ¿Y este? ¿Es bueno?
- Sí. Llevalo porque es buenísimo.