miércoles, 27 de marzo de 2013

El instrumento que siente


  - Disculpame, te estuve mirando todo el viaje, y te lo tengo que decir. Sos igual, pero igual, a mi hijo. En todo, la cara, los gestos, cómo te pasás la mano por la cabeza, todo, es increíble.
  - ...
(¿qué puedo contestar? ¿qué está esperando que le diga? Si hablo corro el riesgo de que mi voz sea igual a la del hijo... ¿y por qué es eso un riesgo? ¿estará vivo el hijo?)
  - Te juro que si no fuera que es imposible, creería que eras él. Cuando subí, sentí el impulso de decirte "¿pero qué hacés acá?". Si no fuera que-- mirá, te voy a mostrar una foto.
  - ...
(está muerto. está muerto. cagué. está muerto, soy el hijo muerto. y todavía me falta un montón para bajarme, no me puedo escapar, llegaría tarde al trabajo. que igualmente llego tarde todo el tiempo, soy un desastre. ¿estará muerto? sí, ¿si no, para qué me hablaría? necesita hablar con su hijo muerto, soy el hijo muerto.)
  - Mirá, acá en esta foto no se ve bien, pero sos igual, es increíble. Mirá.
  - ...
(es pelado, sí. y gordo. qué fácil que me es ser parecido a cualquier gordo pelado. pero el chabón estaba con una mina en la foto, ahí hay una gran diferencia. podría decirle eso a la señora. todavía no le dije nada. ¿pero qué le puedo decir? nada, ella quiere que le hable el hijo muerto. ¿y si realmente soy el hijo muerto? quizás mi vida haya empezado ahora, quizás todos mis recuerdos sean falsos, a fin de cuentas, los recuerdos, ¿qué son? no son nada, son una fantasía, tan reales como un sueño. quizás no haya vivido nada de lo que creo haber vivido, quizás no sea Alejandro, todo este Alejandro es un invento, soy en realidad Martín, ¿cómo sé que se llama Martín? que me llamo, lo sé porque soy él, acabo de renacer para que ella me viera en un colectivo, para que ella pueda hablar con el hijo muerto. pero si acabo de aparecer, es porque el hijo no puede llevar muerto tanto tiempo, quizás, entonces, lleve vivo -en este cuerpo- el tiempo que Martín lleva muerto, ¿cuándo habrá muerto?)
  - Perdoná, eh. Pero sos igual, te lo tenía que decir. Es increíble. Si no fuera que está viviendo en Tucumán...
  - ...
(no está muerto. está en Tucumán. pero no, quizás haya muerto ahora, claro, yo tenía razón, empecé a vivir ahora, mi vida en este cuerpo se da a partir de este viaje, soy el último contacto con la madre, ella ahora llegará a su casa y encontrará un mensaje de algún familiar, quizás la mina que está en la foto con Martín, ¿se llamará Martín? y le dirá que Martín murió, ahora, hace unas horas. este viaje en colectivo será para ella un hito en su vida, una experiencia religiosa, y para mí también, aún sin saberlo con seguridad, ¿quién puede asegurarme que llevo vivo más que estos treinta minutos arriba de este colectivo? ¿y cómo seguiría mi vida a partir de ahora? eso no es lo importante, el cuento tendría que hablar de la madre, el viaje es el de la madre. me suena a cuento Cortazariano, alguno así había, sí, ahora lo recuerdo. entonces tendría que escribirlo desde mi perspectiva, desde la vida falsa, desde el instrumento que siente. y ese sería un cuento de Philip Dick, que de hecho ya leí.)
  - Sos igual. Qué cosa...
  - ...
(qué loco si el pibe se murió. sería tremendo. pero no, no pasó nada, la vida suele ser aburrida, por suerte. por algo inventamos la literatura. aunque, ¿quién me saca esta paranoia Dickiana de no ser quien creía? tendría que pensar menos... tendría que haberle dicho algo a la señora, no le contesté nada en ningún momento, sólo le sonreí como un imbécil. tendría que escribir ese cuento. tendría que decirme que una mina me habló en el colectivo, en vez de preguntarme si soy una hormiga eléctrica. y cuando me baje del colectivo, ¿la saludo o no?)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 5ta entrega: caída y resurrección



  Edward. Edward a secas. Nunca más "Sir". Edward. Edward, el que ya no engendrará bastardos. Edward, nunca más candidato para el premio de "caballero más atractivo del año". Edward, nunca más compañero de armas del noble Sir Lawrence. Edward, despojado de su sexo.
  - Que nunca más sea esta vil carne herramienta de la perversidad que en este hombre mora.
  Esas fueron las últimas palabras que escuchó Sir Edward. La sentencia de Pinzón, el juez de Salamea. A partir de ese momento, sólo podría ser Edward, el eunuco. Sir Lawrence no presenció la ejecución de la sentencia: se comentaba en el reino que montaba guardia a los pies de la torre de la princesa Valentina, esperando el derecho a una audiencia, aguardando pacientemente a que la princesa abandonara su estado de shock. Sir Edward sintió el dolor del abandono y del rechazo. Luego sintió el dolor de la carne, y luego se sintió Edward, a secas, por vez primera, justo antes de desmayarse.
  Despertó en medio de la plaza, cuando ya la muchedumbre había vuelto su atención a temas más mundanos. Vagó sin rumbo por varias horas, asumiendo su destino como paria, manchado para siempre por la vergüenza.
  - Siempre hay opciones, viejo amigo- le murmuró una voz conocida.
  Era Alexandros, el bardo. Disfrazado, oculto en las sombras, le alcanzó un papel y desapareció. Era un plano, el plano de la botica de Mephisto. Edward entendió al instante. La magia que había regenerado el brazo de su amigo, podía devolverle su condición de hombre entero. Pero debería tomar ese remedio por la fuerza, o subrepticiamente: Mephisto jamás accedería a usar sus dones para deshacer algo hecho por la ley.
  "Así que este es mi dilema: para volver a ser hombre, para recuperar eso que me hacía caballero, debo perder mi honor y honestidad, alejándome para siempre del camino del caballero" díjose.
  Durante días caminó sin rumbo, barruntando en soledad. Hasta que, en las afueras de la ciudad, se cruzó con Garald. Éste no lo reconoció, y confundiéndolo con un pordiosero, no le prestó atención. Además, su mente y cuerpo estaban concentrados en una tarea importantísima: estaba domando un dragón. Pero lo más llamativo, es que no lo hacía solo. Estaba muy bien acompañado, por una bellísima muchacha, a la cual Edward creyó reconocer como la princesa Clementia. La pareja compartía las quemaduras sazonándolas con risas y caricias, y allí Edward encontró las respuestas que necesitaba. Lorianna. La hermosa Lorianna, su prima. Extrañaba su cercanía, su belleza, su inteligencia. Necesitaba ser hombre nuevamente, sin importar si era un caballero o un bellaco. Y encontró otra respuesta, pero a una pregunta que no debía hacerse él, sino su viejo amigo, Sir Lawrence: ¿qué debe buscar un hombre en una mujer? ¿Valía Valentina todos esos problemas? Garald y Clementia seguían felizmente su camino, y Edward ya había decidido todo: robaría de vuelta su virilidad, abandonando de una vez por todas los estúpidos lazos del código de honor del caballero, y salvaría a su amigo de aquella vida también. La vida era algo que valía la pena vivir, pero lejos, bien lejos de gente como Valentina.
  A la noche de ese mismo día, esperaba a que las velas dentro de la botica de Mephisto se apagaran. Éstas nunca lo hicieron, y cuando Edward finalmente decidía marcharse para dormir en algún callejón sucio, esperando tener mejor suerte al otro día, la puerta de la botica se abrió.
  - Entrad, cordero extraviado- retumbó desde dentro la voz del mago-. Que tu historia todavía no termina...

(con estas pretenciosas palabras culmina "Caída y resurrección", el quinto pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios". Continuará...)