sábado, 28 de septiembre de 2013

Clara invitación

  - ¿Y? ¿Qué pasó ahora, macho?
  - Nada, ¿qué va a pasar? Que no le gusto, pelotudo. Reboté otra vez como un infeliz.
  - ¿Cómo? No, no puede ser, esa mina estaba con vos, te digo. ¿Qué hiciste esta vez? Porque algo hiciste.
  - Te hice caso a vos, eso es lo que hice. Otra vez. Como si no me hubiera alcanzado las otras dos o tres veces en que me convenciste de que tenía que seguir intentando, que "estaba conmigo", y toda esa sarta de forradas que me-- no te rías, hijo de puta. Bueno, sí, es gracioso. Pero ya estoy empezando a pensar que me tomás el pelo.
  - No, Ale. Siempre el mismo perseguido... A ver, contame qué pasó.
  - ¡No! Basta. No quiero hablar más de esta piba, y menos con vos. ¡Si estaba clarísimo que me había echado flit!
  - No, Ale. ¿Otra vez? La mina te dejó su número de teléfono, era una clara invit--
  - ¡No me lo dejó! Se lo tuve que pedir como cuatro veces, y ni siquiera sé cómo me humillé hasta ese punto...
  - Bueno, pero después la volviste a ver, y te convidó un chicle. Esa es una señal muy sexual, ni vos lo podés negar.
  - ¿Estás loco, o me estás gastando?
  - Ale, vos porque te cerrás, pero es así. Esa mina te estaba invitando a algo más. Y vos no supiste acompañarla. ¡No te calentés! Dale, contame qué pasó.
  - No, no. Antes vamos a dejar en claro algo: yo le escribí, la invité a salir, y nunca, NUNCA contestó. Y vos me dijiste que era porque la mina quería que yo fuera más directo, que creo que es la pelotudez más grande que te escuché decir...
  - Jaja, ¿en serio te dije eso? Igual lo pienso, eh.
  - ... sí, hijo de puta. Me dijiste eso y te hice caso. Así que la fui a esperar a la salida del trabajo, hice como que estaba por la zona y la acompañé hasta la casa.
  - Bien. Ahí estuviste bien, ¿ves? Ahora tenemos que ver en qué momento la cagaste.
  - Fue incomodísimo, una mierda. Me da tanta vergüenza que ni a vos te lo puedo contar.
  - Dale. Me contaste cada cosa. No puede ser más vergonzoso que cuando te cagaste encima delante de tu primera novia...
  - Fue al revés, pelotudo. Ella se cagó encima.
  - Ah. ¿Y por qué te daba vergüenza?
  - ¡No me daba vergüenza! Eso te lo conté porque era gracioso. ¿Me estás gastando?
  - Bueno, no importa. Contá qué pasó con esta, dale.
  - ...
  - ...
  - ...
  - La cara que ponés es mortal. Mejor que sea algo importante, porque solés generar mucho suspenso por pelotudeces.
  - Nada, le dije que me gustaba, y que creía que yo le gustaba a ella, y que había sido torpe antes, pero que... ay, Dios. Soy un imbécil. ¿Cómo pude decirle eso? La mina me miró con una cara de naipe increíblemente dolorosa. Yo estaba re-nervioso, y hasta le dije que estaba ahí con ella porque mis amigos me habían dicho. Qué forro, no lo puedo creer...
  - Bueno, como declaración fue bastante infantil e innecesaria, lo que es bieeeen de tu estilo, pero ya estabas ahí, en la puerta. ¿Cómo es que estás acá, ahora?
  - Fue horrible, me miró y me dijo "mirá, Ale, nunca me gustaste, no sé qué te dicen tus amigos pero te aconsejo que dejes de hablar de estos temas con ellos porque estás quedando como un boludo". Me fui, y no sé si la primer media cuadra no la hice corriendo...
  - Ay, Ale. Sos tan boludo. No aprendés más, eh.
  - Andate a cagar. Es todo culpa tuya.
  - No te diste cuenta todavía, ¿no?
  - ¿Qué?
  - Sos tan inocente. ¿Qué te dijo la mina?
  - ¡Que no le gusto! Y ya me lo había dicho de otras maneras, pero yo te escuché a vos, y seg--
  - No, no. Eso no es lo importante. Todas dicen eso, siempre. "El burro no coge por lindo..."
  - Uy, qué bueno, compartí conmigo tu sabiduría popular machista, sabés que me encanta.
  - Sentate, infeliz. Te vuelvo a preguntar. ¿Qué te dijo?
  - ...
  - Te dijo que no vinieras a hablar de estas cosas conmigo. Estabas ahí, con ella, en la puerta de su casa, hasta calculo que debía estar abierta, y te dijo que no vinieras a hablar conmigo. Te pidió que te quedaras. Era una clara invitación, no sé cómo hiciste para dejarla pasar...

viernes, 20 de septiembre de 2013

Para Ana (y Manuel)

  Muchas veces, paseando por los pasillos de la facultad, haciendo tiempo, te vi. Las primeras veces te encontré de casualidad, y durante un tiempo estuve sin saber si eras vos o no. Cuando me convencí, y quizás antes también, comencé a buscarte. Ya no hacía tiempo y entonces te encontraba, sino que me hacía un tiempo para encontrarte. Está de más acotar que nunca te hablé, que lo pensé muchísimas veces, que me paré para mirarte a través de los enormes ventanales del aula que ocupabas esperando que, quizás, me vieras y reconocieras. Con eso me alcanzaba, con el ínfimo hecho de que supieras que yo existía, que otra vez compartíamos un espacio y que podías llegar a verme paseando por ahí, solo.
  Pero lo interesante, esta vez, es que no me arrepiento. Esta vez, hice bien en quedarme callado y a la sombra. Claro, parecía que esta iba a ser otra de las tantas confesiones lacrimógenas, oh, por qué te dejé ir. No. Por una vez, estoy orgulloso de haberme quedado en el molde. Igualmente, quiero imaginarme que te digo todo esto, que lo leés, y que ni sabés quién te lo dice, porque no te acordás de mí. ¿O te hacías la boluda? ¿Cómo puede ser? Pero me estoy adelantando...
  ¿Cómo podés no acordarte de Manuel? De hecho, si yo me acuerdo de vos, si me vi obligado a perseguirte por los pasillos de la facultad, es por Manuel. Manuel, en quinto grado, nos enseñó a todos los chicos del curso qué era el amor. Eso que él sentía por vos, dejaba a todos nuestros enamoramientos como una cosa pueril e insustancial. La locura que tenía por vos, el brillo en los ojos cuando te nombraba, aún cuando las cosas que decía eran las más chabacanas que habíamos oído hasta ese momento, aún así eso era amor. ¿Cómo no te acordás de él? Era el pibe más gracioso. Y medía un metro. ¿Cómo no te acordás de él, si por él aprendimos qué eran "insuficiencia renal" y "diálisis"? Quinto y sexto grado giraron alrededor de Manuel. Y, por ende, a tu alrededor. Casi todos dejamos de mirar al resto de las chicas para mirarte a vos, celosos de ese amor que Manuel sentía, para tratar de hacerlo nuestro. Yo, el capitán frío, ese pibe que estaba totalmente alejado de todo y todos, yo, me paraba en la vereda de mi casa cinco minutos después de llegar de la escuela porque sabía que vos ibas a pasar por ahí, acompañando a Zaira, y que seguramente te ibas a burlar de mí, me ibas a cargar con Laura, la rubia del grado, cuando yo en ese momento quería que me cargaran con vos. Pocas cosas me avergüenzan más que esa espera en la puerta de mi casa. La humillación que me dedicabas era, para mí, lo mejor del día.
  Entonces, ¿cómo es que no te acordás de Manuel? ¿Cómo es que Pablo y Manuel fueron hasta tu casa unos años después de que te cambiaras de escuela y vos no los recordabas? ¡Manuel medía un metro! ¿Cómo podías olvidarlo? Eso es lo que trato de explicarte y de explicarme. Para nosotros, Manuel y vos nos enseñaron qué era el amor, ese amor de mierda que le caga la vida a tanta gente, ese amor que te obliga a pensar que tenés que querer a otro por más que ese otro no te quiera ni ver, ese amor que te hace pensar que podés medir un metro pero que, si sos gracioso, capaz que salís ganando. Pero vos, si es que aprendiste algo, preferiste olvidarlo.
  Manuel ahora está muerto. Nombrarlo es llamarse al silencio.