miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 4ta entrega: el fin de un caballero

  El cuarto pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios", presuntamente llamado "El fin de un caballero", se ha perdido entre las llamas que envolvieran a la biblioteca de Bizancio, en algún momento del siglo XV d.C. De su contenido sólo podemos rescatar lo que se ha retransmitido por vía oral en los años siguientes, cuya compilación definitiva ha llevado a cabo Edgardo López Muñoz de la Serna. El señor López Muñoz de la Serna ha probado ser de carácter extravagante y poco confiable, pero es erudito en el tema, ya que jura y perjura ser descendiente directo del escriba Alexandros (personaje, por otra parte, de dudosa existencia). No usaremos aquí, sin embargo, el relato embellecido que ha pulido el señor López Muñoz de la Serna a lo largo de los años (cuya adaptación televisiva está a punto de estrenarse por HBO), sino que tomaremos tres de las fuentes orales documentadas menos adulteradas, para intentar poder unir los pergaminos que sí existen, y que tanto valor histórico tienen. Habiendo hecho tal salvedad, aquí está la aproximación más fiel a lo que, creemos humildemente, decía el cuarto pergamino.

(escenas del capítulo anterior)

  Sir Edward supo que era ahora su obligación, no ya la de Galad*, no ya la de Sir Lawrence, la de rescatar a Valentia*. A su prima Lorantia acudió por consejo, escondido, oculto, a espaldas de Sir Lawrence.
     "¡Oh, Lorantia*! Tu cabello suave necesito
     para lavar mi piel de la peste de esa fiera,
     a Galad despidió sin mirar siquiera,
     rompiendo el corazón del pobrecito.
     ¿Cómo hacer para ganar a esa oscura dama?
     Por más putrefacta e indeseable que ella sea.
     Ser caballero suficiente razón pareciera
     para intentar desposar a quien no se ama,
     y hasta decirte podría que la detesto
     y que pongo en duda mis juramentos
     al verme enfrentado con estos momentos
     en que sólo puedo preguntar ¿qué es esto?
     ¿Hay en esa torre una princesa que me adora,
     o sólo una incansable y vil torturadora?**"
  Lorantia escuchó los inspirados versos de su primo y respondió cortándose un mechón de su impoluta cabellera, que Sir Edward ató alrededor de su cuello, y juró que mantendría allí para siempre, y partió veloz como un rayo, como un rayo veloz partió. Al llegar a los pies de la torre, intercambió algunas impresiones estratégicas con Sir Lawrence, para luego sacar su laúd y comentarle su plan definitivo...

(extracto del cuento folklórico francés "La princesa y sus mil y un caprichos")


  Sir Edward contemplaba la desalentadora altura de la torre desde la tienda que compartía con Sir Lawrence, a menos de una milla de donde dormía plácidamente Valentina.
  - He tenido un sueño hoy, Sir Lawrence. Un sueño funesto. Un mal augurio. No debería subir allí. Ninguno de los dos deberíamos. Claudicaré. Acompañadme, olvidemos a Valentina, no la necesitamos. Volvamos a nuestras nobles batallas. Vuestra armadura puede servir mejores propósitos. Nuestr--
(porción ilegible)
  --edras como mejor podía. El muro de la torre era helado al contacto, y la sangre de Sir Lawrence seguía allí, fresca, aún después de una luna entera. "La sangre de un verdadero caballero nunca coagula", solía decir Sir Lawrence. Y debía ser cierto, pues no había caballero más caballero que él en los cuatr--
(porción ilegible)
  --iguió escalando, mientras pensaba y repensaba el asunto. Cuando, a menos de cuarenta pies de la ventana de Valentina, cuando las palabras de presentación y cortejo ya comenzaban a danzar en la lengua de Sir Edward, preparándose para su participación, el cielo se oscureció repentinamente. La torre entera se estremeció, y Sir Edward reconoció la sombra de un dragón. Su reflejo fue el de buscar su espada, pero recordó que la había dejado a los pies de la torre. Maldijo su pobre juicio, pero pronto comprendió que no tenía de qué alarmarse: el dragón pertenecía a Gjoffständ, el famoso y apuesto jinete de dragones. Valentina apareció entonces en la vent--

(extracto del "Caballericum Ornitae", compendio de historias caballerescas inglesas)


  Sir Edward sentose en la cama de Valentina. Limpió sus botas en las sábanas, y guardó para su futuro divertimento un autorretrato de la princesa. "Viendo que sus tetas son casi tan grandes como sus rabietas, bien vale la pena tratar de reeducarla", pensó para sí. Cuando estaba sacándose la armadura para poder empolvar su bajo vientre con los delicados talcos de la princesa, ésta atravesó la ventana volando, aterrizando en la cama, con sus ropajes rasgados y manchados de lujuria.
  - ¡Salve, Valentina, la de las piernas largas y la paciencia corta!- saludó Sir Edward, apuntando con su miembro a la desnuda muchacha.
  - ¡Horror! ¡No podéis mirarme, no podéis tocarme! ¡Soy una doncella!
  - Puede que lo fuerais, puede que lo fuerais...
  - ¡No! ¡Apartaos!
  - ¡Razón tenéis, princesa! Me apartaré, pero sólo porque no toco las sobras de Goffständ, conocido por su sífilis. Si me permitís, iré a comunicarle a Sir Lawrence la noticia: que Sir Goffständ acaba de desflorarla, y que no ha tardado más que lo que un colibrí tarda en escapar de un niñato empeñado en atraparlo. ¡Buenas nuevas, mi ya-no-tan-doncella!
  - ¡Si abrís la boca sobre lo que aquí habéis visto, la cabeza de vuestra prima y su bastardo aún no nacido adornarán mi salón!
  - Disculpadme, princesa. No oí qué me decíais, me encontraba ocupado admirando vuestras tetas. ¿Decíais?

(extracto del relato picaresco "Los huevos de Sir Edward")


  - ¡Exijo que lo capen! ¡No alcanzaría con arrancarle los ojos! ¡Está en el código, y es mi derecho como madre!
  Sir Edward no entendía nada de lo que ocurría. Sir Lawrence lo miraba aún más desconcertado. Ninguno de los dos había visto antes a la madre de la princesa, pero allí estaba, a menos de diez pasos, interceptando su retirada.
  - ¿Qué ha ocurrido en la torre, Sir Edward? ¿Por qué se escuchan los llantos de la princesa, y por qué su madre clama por su castración?
  - ¡Sir Lawrence! ¡Seguramente no habrá escapado a vuestra vista de halcón la irrupción de Sir Goffständ!- protestó Sir Edward- ¡Yo sólo he socorrido a la princesa luego de que aquel bandido la abandonara a su suerte, semi-desnuda y ajada!
  - ¡Ajá! Lo admite- interrumpió la madre-. Admite haber visto a mi hija desnuda. ¿Qué clase de caballero sois, eh? ¡Exijo que lo castren! ¡Es mi derecho!
  (porción ilegible)
  Sir Edward estaba atónito. Pero más atónito al recibir la sentencia de su amigo.
  - Acompañadme, Sir Edward. Iremos a ver al juez de Salamea. Cuanto antes enfrentéis vuestra sentencia, mejor será para todos.

(extracto del "Caballericum Ornitae", compendio de historias caballerescas inglesas)


* algunos nombres en esta versión difieren de la original. Garald pasa a ser Galad; Valentina, Valentia; y Lorianna, Lorantia.
** en esta versión de la historia, Sir Edward es aficionado a la poesía y a la música, y declama casi constantemente en verso.


(continuará...)