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domingo, 16 de agosto de 2015

Un mal día, nada más

  No aguanto más. No aguanto más a la gente. No me aguanto más, la autorreferencia constante me obliga a odiarlos, a verme en cada uno de sus fracasos y vergüenzas.
  Hoy pasó por la librería una piba acompañada por su madre. Resultó ser una "cuentacuentos". Sí, eso hace. A eso se quiere dedicar. "Ya contó cuentos en la feria del libro", me dice la madre. Y yo ya no siento ternura por estos personajes, no me pareció simpática ni soñadora, me pareció una pobre piba, inmersa en una nube de pedos. La ayudé a elegir varias antologías de cuentos, pero siempre desde la distancia, me cansaba escuchar su optimismo mientras hablaba con la madre. Y tenía tantos modismos que me habrían caído bien en otra época: olía los libros, era amable, se expresaba con palabras un tanto peculiares (me llamaba "muchacho"). Además de que era linda, muy linda. ¿Qué pasó? ¿Qué me pasó en el camino? Porque si bien la literatura oral siempre me pareció una paja con público, esta piba me tendría que haber caído bien. Pero no. Quería que se fuera, que se llevara su sueño imbécil con ella. Que se llevara a la madre a otro lado, a pagarle otras cosas. Probablemente, porque no podía dejar de verme en ella. Un forro, que quería ser escritor, quizás sólo por el hecho de poder definirse con alguna palabra. Hola, soy escritor. Uh, qué bueno, yo soy cuentacuentos. No, basta. Andate. En el medio atendí mal a otra piba linda más, y me sentí culpable. Intenté arreglarlo con la cuentacuentos tratando de averiguar, antes de que se fuera, dónde solía contar sus cuentos. Y eso me llevó a un canal de youtube, que no puedo mirar más que de costado por la vergüenza ajena que me hace sentir. Mirá, tengo un canal de youtube. Ah, buenísimo: yo tengo un blog.
  Poco tiempo después llegó un chabón con la madre. Otro aparato (digo "otro" siendo el primer aparato yo) acompañado por la madre. Otro huevón que le hizo gastar a la vieja como una luca en libros pelotudísimos sobre la segunda guerra mundial. ¿En serio, gordo? ¿Eso hacés? ¿Sacar a tu vieja de paseo para que te compre libros boludos? Y otra vez lo mismo: me veo llegando a mi casa (no, a mi casa no, a la casa de mis viejos) dejando ropa en un cesto para que mi vieja la lave mientras me pongo a jugar al GTA V. ¿En serio, gordo? ¿Eso hacés?
  Y siento que mi vida es un poco eso: encontrarme con la misma situación, en todos lados. Escuchar cosas que no me interesan, verme obligado a contar aquello que no le interesa a nadie. No sé en qué momento pensé que podía llegar a ser otra cosa.

sábado, 20 de julio de 2013

Escribo

  Escribo con la urgencia del suicida, como único y último cronista. Escribo porque hay que hacerlo, alguien tiene que hacerlo, necesita hacerse, necesito hacerlo. Estas líneas son un testimonio, un grito en el desierto. Quizás el último vestigio de una poderosa raza, quizás el principio de una nueva y diferente etapa, quizás el único primer escalón de un camino lleno de peligros pero necesario.
  Escribo con sangre, ahora que ya no sirve más que para dejar todo esto asentado. Escribo arañando los tablones de madera que forman el suelo de mi habitación, escribo con mi propia mierda en las paredes, escribo vociferando ante una ventana empañada por mi propio aliento, creyendo que algo de mi grito debiera impregnarse. Escribo desesperado, tajeando en mi cuerpo palabras con los restos de esa ventana ahora rota.
  Escribo ya sin palabras, habiendo olvidado cómo se escribe. Escribo recortando palabras de otros libros, destruyendo mi biblioteca, mutilando el último de mis santuarios. Escribo al ritmo de mi acelerado corazón, perseguido por el fin, sé que no hay tiempo suficiente, esta obra también quedará incompleta, todo esfuerzo habrá sido en vano, pero nada más podría haber hecho con mi urgencia, con mi grito, con mi sangre, con mi mierda, con mi ventana, con mi cuerpo, con mi biblioteca.
  O no.
  Quizás no escribo. Aun.

jueves, 7 de febrero de 2013

La máquina de resentimiento


  No me parece que esta página tenga sentido. Digo "página" como todo, hablando de estas líneas pero también de las que conforman todo el blog. Es sólo un momento, claro, en que prefiero la más estricta soledad (salvo escasas excepciones) y el nunca mentiroso silencio. En que todo me parece francamente inútil o, en el mejor de los casos, prescindible. No sé si esto es estar "deprimido", no creo. Creo, más bien, que estoy cansado. Un poco agobiado, y creo, a riesgo de sonar exageradamente pelotudo, que facebook tiene gran parte de la culpa.
  Mantuve mi facebook totalmente libre de pelotudos durante mucho tiempo, casi como mi vida. Hice también allí un culto del silencio y del ostracismo, del "menos es más", y cuando hablo de eso también me refiero a la cantidad de contactos. Puedo todavía contar con los dedos de una mano la cantidad de solicitudes de amistad que mandé. Y sí, hay algo de orgullo en eso que digo. Es el orgullo de la soledad. Es la contradicción del que se odia a sí mismo (otra exageración, más bien una "simplificación estilística", o quizás subestime enormemente a mis interlocutores, vaya uno a saber) pero que se ofrece como un premio, un pequeño lujo.
  Pero entonces, ¿qué estoy queriendo decir? Porque ya me estoy dando asco con todo esto que digo (eso es cierto, ahí no exagero), cuando lo que quiero decir es más simple, y divertido: tengo ganas de abrirme una página de facebook, una de esas en las cuáles se puede poner "me gusta", llena de fotos tiernas con frases pelotudas. Perdón, no "pelotudas", solamente ingenuas, extremadamente positivas, poco inspiradas, simplistas, pseudo-espirituales, en fin, inútiles y prescindibles. Porque estoy cansado, agobiado de leer esos discursos prefabricados sobre fondos coloridos que tan de moda se pusieron. Y porque me parece gracioso, siempre me divirtió mucho esto que a veces me gusta hacer, emular un discurso pero vaciándolo de su... ¿funcionalidad? Sí, sería eso: diré lo mismo, intentaré decir lo mismo, pero sólo por decirlo. Y eso que es gracioso, puede ser hiriente, hasta pedante para otras personas. Entonces me pregunto: ¿por qué tengo que hacerlo? ¿Por qué cuando decir cualquier otra cosa es inútil, esto no lo es, habiendo además probado que me puede traer problemas? Quizás porque es divertido, sí. Quiero jugar a que hablo otro idioma, a ver si alguien piensa que lo hablo realmente, y no que es una charada.
  Pero no, realmente, es una mierda. Es una forrada. Aunque tengo aceptado que soy bastante mierda y forro (y no digo que esté mal), pero es para problema. ¿Por qué el resentimiento pareciera ser mi único combustible? Complicado. Quizás viva equivocado, quizás necesite cambiar de rumbo, ayudado por la lectura de frases como esta:

"El viento sopla para todos, pero está en cada uno pescar la melodía que al espíritu regocija"

o

"De nada sirve enojarse. Ante aquel que no te entiende, ofrécele tu amor sazonado con la distancia, pues todos somos hermanos"

o

"Si te molesta lo que pongo en facebook, simplemente configurá tu cuenta para que no te aparezca como noticia cada huevada que publico. Ahora, si estás esperando ver las eventuales fotos en bikini de mis vacaciones en cuanto las suba, bancatelá, flaco"



  He respirado profundamente cinco veces, y ya estoy mejor. Son mis hermanos y hermanas, y los amo.




Disclaimer: 

Ningún animalito ha sido lastimado durante la redacción de este artículo.

Todos los hechos aquí relatados son estrictamente ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia. Cualquier mención referente a otras personas (como cuando dice "pelotudos", ponele) debe ser tomada como parte de un discurso ficticio, sujeto a criterios estéticos y no reales.

domingo, 27 de mayo de 2012

Palabras

"Vos sos un hombre de palabras".

  Hace unos años me dijeron eso, sin tratar de esconder el reproche que, quizás, fuera en realidad lo importante del mensaje. Estoy acostumbrado a los reproches. He sido educado en base a ellos, nunca alcanzar lo que se pretendía o esperaba de mí forma parte de mi identidad. Por eso preferí obviar ese reproche, para concentrarme en esa definición tan acertada, que en momentos como este me parece aún más cierta que entonces. "Vos sos un hombre de palabras". Quizás un acceso de vanidad y autocompasión me esté llevando a esto, a tratar de usar palabras para describir por qué soy un hombre de palabras, pero no sé hacer otra cosa. La vanidad me dice que no sabré hacer otra cosa pero que eso lo hago bien, y que es una forma elevada de entender y vivir la vida. La autocompasión me dice que es triste que no sepa hacer otra cosa. Que es triste que no sepa vivir, que es triste que siempre tenga que estar triste, que es patético que detrás de las palabras sólo haya eso: tristeza.
  "Vos sos un hombre de palabras". Hay muchas cosas que me quisieron decir en ese entonces, pero eso ya no me importa demasiado. Lo que me importa es que, hoy, ya estoy cansado de ser eso. ¿Por qué las palabras son tan importantes? No lo son. Realmente, no lo son. Para el resto, es decir. Siempre es igual, siempre tengo que compararme con el entorno (siempre y cuando sienta que hay una notable separación, un entorno y un yo a una distancia infranqueable), y entonces me digo: las palabras no importan. Las palabras que recibís, las palabras que recogés, las palabras que repartís, las palabras que te roban y que olvidás. No tienen esa importancia que vos le das. A vos te hablo. Sí, a vos. A mí. Al único al que hay que hablarle, y explicarle todo, todo el tiempo, con palabras.
  No se puede, aparentemente, explicar todo con palabras. Ni siquiera eso: no se puede explicar nada con palabras. No alcanzan, para todo falta. Pero no es un problema que tengan las palabras, es un problema que tenemos nosotros, los lectores, los oradores, los escritores, los oyentes. Es todo tan confuso, tan vergonzoso, tan angustiante, tan banal, no sirven las palabras para describirlo, para comunicarlo. Eso creo hoy, ya cansado de ser un esclavo de las palabras. Antes, bueno, era diferente.
  Antes creía firmemente en el poder de las palabras, en su buen uso, en el valor inapelable de la verdad. Eso era, en parte, ser un hombre de palabras. Y no se sentía muy bien, pero por lo menos me dejaba saber dónde estaba parado. Me permitía vivir sacándome ciertas preocupaciones de la cabeza. O no, quizás las preocupaciones estuvieran, pero no había que perder el tiempo sopesando cada palabra que llegaba. Si me dicen azul, es azul. Quizás esa persona esté equivocada, pero jamás me va a decir azul si es rojo. Por esa misma razón, me sorprendía tanto que alguien pudiera poner en duda cualquier palabra que yo dijera. Es conocida en mi minúsculo círculo social mi estúpida frase "Yo nunca miento". Y eso es una mentira, es imposible no mentir, pero puedo jurarlo, puedo someterme al polígrafo y decir "yo nunca miento" y la aguja no me descubrirá en falta. Para mí, ese rojo es azul. Seré daltonico, pero no malintencionado.
  ¿Y ahora? Sigo sin mentir. Me convertí en "vendedor", y cargo este respeto por las palabras y su verdad como una cruz. En realidad, no cambió nada. Estoy cansado, pero no he aprendido nada. Seguiré creyendo instintivamente todo lo que me digan, aún cuando me vea obligado a decirme "tenés que saber que eso es mentira". Siento la necesidad de escaparme, de abandonar este mundo de palabras, pero no puedo. ¿Adónde iría? No entiendo el resto de los lenguajes (lo que no quiere decir que entienda éste, de hecho, creo que lo que intento decir es que no lo entiendo). "El cuerpo nunca miente". Sí que miente. La verdad no existe, y eso me entristece. Pero lo más triste es que la mentira sí existe, y está en todos lados.
  Me espera un limbo. Abandonar el uso de las palabras, escapar del peso al que las palabras me someten, para ir hacia otros mundos, a los que jamás podré ingresar. El silencio irá ganando terreno. ¿Pero cómo será internamente? Tendría que abandonar el hábito de la lectura, quizás volver a amasijarme jugando videojuegos horas y horas. O, puestos a mentir, escuchar a mi cuerpo, jugar con él, por fin dejar que sea libre y que dicte cada uno de mis movimientos. Escapar de las palabras, y dejar de escapar de la mentira.

  Pero entonces, si las palabras no valen nada, ¿de qué sirve esto? ¿Qué valor puede llegar a tener? He mentido una vez más. Hoy será igual que ayer y que mañana, y yo seguiré siendo igual a mí.

jueves, 9 de febrero de 2012

Baño cósmico

/¿Me está mirando esa chica? No.
/Vos seguí leyendo, no le des bola.
/Pero siento que me mira... La tengo al lado y me mira. O no, quizás quiero que me mire, solamente. ¡Ahí está! Me miró. Aunque claro, como se mira a cualquier persona en el colectivo, nos miramos unos a otros todo el tiempo.
/Ahí te miró otra vez.
/¿Y por qué me mira? ¿O por qué la miro yo?
/Ahí está el tema. Vos sabés por qué la mirás, y querés que la respuesta a por qué te mira sea la misma. Pero no. Tener tetas grandes sólo sirve cuando sos mina.
/Callate, estúpido. Pero tenés razón.
/Claro que tengo razón. Eso es lo bueno de discutir con vos mismo. Siempre tenés razón.
/¿No estará tratando de descifrar qué es lo que leo? Como hago yo siempre...
/No, infeliz. Esa mina no lee. Las minas que sacan las tetas así para afuera no leen. Fijate el piercing que tiene en el ombligo, fijate que se le vea el ombligo, justamente, fijate el pantaloncito que lleva. Esas pibas no leen.
/¿Puedo ser tan prejuicioso? Sí, puedo. A fin de cuentas, suelo defender a los prejuicios diciendo que son herr--
/amientas, sí. No te sientas mal. Ni ella ni el novio leen. Porque, sigamos con los prejuicios, pero está viajando con el novio. O con lo que sea, pero es una persona con la cual se relaciona desde el cuerpo, desde el deseo, desde el sexo. Quizás se relacione desde ese lugar con todo el mundo. Quizás ese sea el hermano, ¿no? Ja, eso sería grandioso...
/Pará, sólo la estamos viendo desde hace dos minutos parada en un colectivo. No podemos armar la maqueta de su vida entera a partir de esto poquito que vemos.
/Pero si te encanta generalizar, y buscar patrones, y utilizar a los prejuicios para completar los (y cito) fractales personales de los cuales te encanta hablar. Y ella encima no soporta que lo hagas, qué imbécil que sos.
/Imbécil serás vos.
/Eso dije.
/Ahí me miró otra vez...
/Dale. Yo te ayudo a pensar eso que querés. Que sos lindo. Que los lentes te quedan bien, que el hecho de estar leyendo ya te hace más interesante y misterioso, que, bueno, sos pelado pero que no es para tanto. Que ya no sos taaaaan gordo, que tu belleza radica en, justamente, no ser para nada bello.
/No, no quiero pensar eso. Quisiera no tener que pensar todo esto sólo por el miedo que me daría pensar eso... Lo que quisiera pensar es en que, quizás... En que...
/Dale. Decilo. ¿O querés que te ayude?
/Quisiera pensar en que... ¡Pero mirá cómo saca las tetas! No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué esa pose? ¿Por qué me mira, por qué busca mi mirada?
/Vos buscás su mirada, vos te preguntás todo esto. Ella capaz que ni te vio...
/Pero esas cosas pasan, ¿no? Ves, en eso quiero pensar. En un cuento.
/Y dale con tus cuentos y tu blog y la puta que te parió. ¿Cuándo lo vas a cerrar?
/Callate. ¿Qué le pasa a la mina por la cabeza? Está viajando un sábado a la noche en un colectivo con el novio, y está sacando tetas y tratando de atraer los ojos de otros hombres. No, mejor quisiera saber que le pasa a un tipo que ve eso, como yo, pero que se siente un winner, aunque nada que ver, y capaz que se imagina toda una historia, como yo intento no hacer, pero en realidad... No, sería mejor pensarlo desde el novio.
/Mirá. Se desocupó el asiento de enfrente. Se va a sentar, y ya no van a poder jugar a mirarse...
/Opa.
/Ah... Esa no te la esperabas, eh...
/...
/Tenés miedo, es increíble.
/No, boludo. Pero es raro, ¿no? Me miró, y el novio le dijo que se siente, y ella le dijo que no, y el pibe insistió, y ella siguió diciendo que no, que se sentase él. ¿Seré demasiado machista que la situación me parece rara?
/No. El problema es que, en tu cuento, pasaría eso. ¿No? Lo estás viviendo como si fuera tu cuento.
/Ja, claro, tenés razón. En mi cuento, entonces, ahora que el chabón está de espaldas, y sentado, y mirando por la ventanilla, ahora que ya no la ve a ella ni a mí, enton--
/...
/...
/Ahora yo también tengo miedo.
/Es increíble. No. Mi cuento no tenía que hablar de eso. Mi cuento tiene que hablar de esto que acaba de pasar. De cómo estaba pensando en que ahora ella tendría que ir más allá, tendría que llamar mi atención, y me imaginaba que me tocaba haciéndose la distraída, y eso hizo: estiró su mano para agarrarse del asiento y tocó mis manos. ¿Cómo pudo darse al mismo tiempo? ¿Cómo pude anticipar eso, aunque por las razones equivocadas?
/Claro, ahora cagamos. Para no pensar en que la mina puede estar queriendo llamar tu atención (ya que sus tetas pareciera que no alcanzan), vas a empezar a pensar en todo ese rollo de los cruces temporales y de la no-linealidad del tiempo y--
/¡Claro! Como eso que quiero escribir.
/Todavía no lo escribiste. Pero ya está escrito.
/¿Me estás gastando? A veces no sé cuándo me gastás y cuándo no...
/No importa eso. Mirá. Se bajan.
/Sí, no me importa ya. Ya no importa. Lo que pasó fue mágico. Fue como la vez esa, ¿te acordás?
/Es al pedo que finjas que me hablás a mí. Todo lo que vos recuerdes, yo lo recuerdo. Pensalo, o escribilo, mejor dicho, y listo.
/Tenés razón. Una noche en que con unos amigos, en nuestra más estúpida adolescencia, nos propusimos generar un ambiente paranormal, comencé a buscar señales, comencé a buscar mensajes de algún orden superior, comencé a exagerar cualquier eventualidad convirtiéndola en algo con un significado oculto e importantísimo. Así fue que, marqué como primera señal, el cadáver de una cucaracha, que apareció de la nada. Mal augurio. Marqué como otra señal, un souvenir de bautismo que un amigo mío rompió sin intención al moverse torpemente. El souvenir era un pequeño angelito, eso tampoco podía ser bueno. La noche siguió, ya empezábamos a sentir cierta paranoia, aún siendo dos de los cuatro participantes ateos escépticos que siempre se ríen de todo. Yo jodía constántemente con que, eventualmente, la radio nos daría una señal. Estaba desenchufada, pero yo recordaba cada tanto, que llegaría ese momento. Ese momento llegó. Aburrido, quizás impulsado por algún silencio, o quizás porque me divirtió pensar que había llegado el momento, dije "bueno, ahora vamos a ver qué nos dice la radio". Un segundo después, uno de mis amigos estaba pálido, con los ojos desorbitados, y yo sé que estaba cagado en las patas. Era el único que, además de un servidor, conocía el tema que estaba sonando justo cuando encendí la radio. Y yo reí. Yo fui feliz. Me sentí como rejuvenecido por un baño cósmico. Eso que tenía que pasar, pasó. Eso que buscaba estaba ahí. El tema que sonaba era uno llamado "between angels and insects". Trato de pensar en algún tema más adec--
/Te tenés que bajar.
/¿Qué?
/Que te tenés que bajar del colectivo, te vas a pasar.
/Ah. Gracias.

lunes, 9 de enero de 2012

Semáforo #2

  Preguntas para hacerte si querés cerrar tu blog 

  ¿Para qué escribir, cuando hay tanto por leer? ¿Para qué intentar vaciar un recipiente que está lejos de estar lleno, y que sigue pidiendo por contenido? ¿Para qué hablar, cuando es probable que nada de lo que digas se entienda, cuando ninguno de tus discursos adquiere la forma que habías pensado originalmente, cuando te es imposible una comunicación medianamente exitosa, en parte por tu críptico pudor y en parte por tu casi inexistente claridad de pensamiento? ¿Para qué hablar, cuando es siempre lo mismo, siempre diciendo lo mismo, siempre escribiendo lo mismo, y dale con lo mismo? ¿Para qué hablar, la reputísima madre, cuando te asalta el constante pensamiento de que tu interlocutor jamás te presta atención, y que cuando lo hace, está esperando que decidas callarte, que finalmente tengas la epifanía con la orden divina de dejar de mirar el mundo desde tu ombligo? ¿Para qué hablar, cuando como respuesta sólo alcanzás a ver muestras de fastidio, de aburrimiento? Quizás para ver si, por una puta vez, no tengo razón. Cómo se puede estar equivocado todo el tiempo y al mismo tiempo siempre tener la razón, jamás lo sabré.

  Puente 

  Confiar con el cuerpo, desconfiar con la mente. Ese pareciera ser el camino. Confiar ciegamente en cada acción, desconfiar detrás de cada sonrisa, de cada palabra amable. Darle la espalda al que vi que tiene un cuchillo en la mano, y pensar en dónde esconderá el cuchillo a la que se aproxima con una flor.
  Pobre ella. Ella o él, de quien desconfío. Porque no sé si lo escondo o no. Quizás se note, quizás siempre esté recordándoselo. Pero me manejo como si confiara plenamente en la práctica, lo que a mí me parece noble, pero no siempre a ella. O él, sí, también puede ser. Pero siempre es con ella.
  Entonces me creo un puente. No puedo ser un fin en mí mismo, nadie me puede tener como destino. Soy el camino hacia. ¿Hacia qué? No siempre lo sé. Muchas veces lo intuyo. Y duele. Pero acepto lo que me ofrezcan, y me ofrezco con todo el cuerpo, sí. Soy la vaina para tu cuchillo, siempre. O tan solo el puente, sí, el puente que debas pisotear para llegar a un lugar mejor. Aún así, me siento halagado. Todos los caminos conducen a Roma, pero me elegiste a mí.

  Figuras 

  La curva de una espalda (no, no de "una", de "la" espalda, mejor dicho). La cola, las caderas. Tan suave, un camino tan fácil para recorrer con mis manos, o para dejar mis manos allí, no descansando, sino aprendiendo. Aprendiendo a evocarla, a recordarla para siempre, a guardar esas sensaciones en un banco de memorias a prueba de todo, justo al lado de su aroma, del intenso sabor de sus besos. Del hermoso color de su piel, de las hermosas marcas que la distinguen y que ella odia, quizás por eso mismo. Sus hermosas tetas (sus tetitas, sí, no voy a decir ni "pechos", ni "senos", estúpidas y asépticas palabras que, justamente, intentan ser sólo letras y decir lo menos posible). No puedo escribir acerca de sus tetas, pero podría estar todo el día pensando en ellas, cosa que, de hecho, creo que hago. Su voz. Su risa. El enorme placer que significa oír su risa, enorme tesoro que me dedicaría a intentar desenterrar durante toda mi vida, todos los días, a toda hora. Su mano sobre la mía, en un tren. Su hermosa nariz. Ese precioso perfil, con los lentes puestos, mirando atentamente hacia el escenario, sin saber que yo la miro a ella, y que sonrío, río felizmente por dentro, le aprieto la mano y ella me mira, y nos besamos. Verla vistiéndose. Verla partir. El dulce dolor de no tenerla a mi lado, por momentos embriagador. La horrible sensación de que, quizás, todas estas figuras no se repitan. De que, quizás, todo haya terminado. Un nuevo mensaje suyo.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Negación

  Alguna vez tuve una charla acerca de mi ateísmo con una persona francamente imbécil. Una persona que, en ese momento, pretendía ser mi amigo, pero que pronto demostró su incapacidad para tal cosa. Sí, dije "imbécil" porque le tengo bronca. O le tuve bronca, no importa. El tema es que es un imbécil.
  Decía, que charlé con él explicándole qué era ser ateo. O, por lo menos, qué significaba que yo fuera ateo. Pero no pude hacérselo entender. Y lo más gracioso, es que él se enroscaba siempre en lo mismo, siempre hablándome del diablo, de si yo adoraba al diablo, de si yo era satanista, de si yo odiaba a Dios. No, I., no. Dios no existe, eso es lo que intento decirte. ¿Pero entonces creés en el diablo? No, imbécil. No.
  En fin, luego de esa estéril conversación, una de las últimas charlas amistosas con el pobre I., al que intenté ayudar de todas las maneras posibles (¿ayudar? ¿por qué siempre intentando ayudar? ¿por qué siempre creyéndome capaz, o autorizado?), pensé y escribí esto:

- Capacidad de negación
- ¿Qué es la realidad? ¿Qué lo determina?
- Perpetuación de una mentira
- Costumbres y educación
- Quiebre. Fin de estructuras
- El círculo: los opuestos que se unen, el cambio abrupto

Hilo de pensamientos: Incapacidad de I. para entender que ateísmo y Satanismo son dos cosas completamente diferentes. ¿Por qué? Impresión mía: no puede entender la idea de un Dios inexistente. El creyente niega al ateísmo. Del otro lado, el ateo niega a Dios. ¿Se puede negar algo cuya existencia es clara? ¿Alguien puede pensar que la gravedad no existe y que realmente no opera en nosotros? Ahí va el cuentito: la gravedad no existe, es una mentira que nosotros, las personas, construímos. ¿Para qué? Teoría: para coartar la libertad de movimiento de los niños, seres sin criterio. Así, cada adulto ha sido educado para caminar sobre el suelo, y eso mismo le enseña a su hijo, sin darse cuenta de que podría flotar, levitar e incluso volar con él. El que se topa con esta verdad se pregunta si no puede mostrarle a su hijo esta otra visión. Empieza a soñar con cambiar las cosas, pronto se da cuenta de que no es posible. Desencantado, toma la decisión de ser su propio conejillo de indias, y de no arriesgar la psiquis y el físico de su hijo persiguiendo quimeras. Es entonces que se pregunta si saltar de una azotea convencido de que puede desprenderse del arrastre de la fuerza de gravedad es un acto de valentía o de cobardía (claro, el suicidio, siempre lo mismo, blablabla). Los opuestos que se tocan: el escéptico que se convierte en ingenuo al desconfiar de las cosas más obvias. El que rechaza las estructuras con tanta fuerza que se construye una jaula aún más hermética y firme. La inmensa búsqueda de lo complejo que termina en lo simple. El valiente que en realidad escapa cobardemente.

Detalle extra: cómo el raciocinio mal utilizado puede justificar la más grande de las mentiras. La fuerza del convencimiento, de la negación, al servicio de probar con métodos y pruebas irrefutables algo que no es cierto. El chiste: los aviones. Los aviones vuelan porque no existe la gravedad. Aún así, hay todo un sistema de cálculos complejos alrededor de esa invención llamada "física" para explicar que la gravedad existe y que un armatoste de un peso descomunal puede, en realidad, vencer el empuje de la gravedad.

  Eso, pasados los años, se convirtió en esto otro, una ejecución totalmente torpe de una idea zonza, pero que tenía ciertos detalles simpáticos. Y donde se me presentó por primera vez de manera consciente y directa la idea obsesiva detrás de este blog, la idea obsesiva detrás de todo lo que realmente me apasiona, mi fractal personal: las ideas circulares. Los opuestos que se tocan. Las repeticiones. Los fractales, justamente. Y no sólo eso, también los condimentos que más me gustan: todo está ahí, en esa pequeña lista al comienzo de eso que me vi obligado a escribir hace ya, ¿cuánto?, no sé, quizás seis, siete años.

  Y ahora, como siempre, es hora de cuestionar lo que hago: ¿cómo puedo pensar que esto puede llegar a ser interesante para alguien? Lo único que justifica su publicación es lo mismo que la hace carente de sentido (opuestos que se tocan): el hecho de que nadie lo lee (nadie -1). Pero es ridículo, escribir algo y después escribir sobre cómo y por qué lo escribí. Aunque, lo más triste (o gracioso), es que ese texto original, la idea sola, me parece mucho más atractivo que la huevada que escribí después. Quizás debiera escribir las ideas así, solas, con las relaciones que me gustaría subrayar. Y entonces, si pudiera encontrar alguna idea interesante, convencer a alguien de que use esa idea para escribir algo interesante.
  O quizás sólo debiera cerrar mi blog.
  O quizás sólo debiera seguir escribiendo.