viernes, 8 de julio de 2011

Elogio de la torpeza


  Era hermosa. Fue hermosa. Y será hermosa, para siempre, o por lo menos hasta que yo muera y me vea obligado a olvidarla. No podría precisar por qué, pero estaba vestida de la manera ideal. Trato de recordar lo que llevaba, y el problema no es que no lo recuerde. Veo perfectamente todo lo que llevaba puesto, pero no puedo usar palabras para describirlo. ¿Cuál es la diferencia entre un jogging y una calza? No, esa no es la pregunta. Sé cuál es la diferencia. La pregunta sería: ¿qué era eso? ¿un jogging o una calza? De todas maneras, lo importante es que era o un jogging o una calza. Era algo informal. Era algo cómodo. En cierta manera, era algo osado, ya que era cómodo e informal. Es muy raro ver eso en una chica. Por alguna razón, existe la idea establecida de que la belleza va de la mano del esfuerzo y del sacrificio del bienestar en pos de algo totalmente superficial. Una estupidez. Esa chica era hermosa, y estaba cómoda.
  Pero no fue eso lo que me llamó la atención. No fue eso lo que me hizo mirarla y sonreír, encontrar en ella un recreo de alegría que ocupó todo nuestro viaje en colectivo. Fue, más bien, su torpeza. Su expresión al ir esquivando gente con las manos ocupadas, como temiendo pisar a alguien. Sus contorsiones tratando, en vano, de no golpear a los demás con su mochila. Su loca idea de sostener su mochila por la correa con sus dientes, mientras, haciendo equilibrio en una sola pierna, reorganizaba los apuntes y libros que sostenía entre sus manos. Y mientras todo eso pasaba, la atención del resto de los hombres estaba en otro lado. Mientras yo soñaba con abrazarla, conocerla, besarla, escucharla... otra mina, fuera del colectivo, atraía todas las miradas masculinas (menos una). Una pollera, dos piernas desnudas. En un día de mucho frío. El esfuerzo y el sacrificio que dan como resultado la belleza. Todos mirando afuera, y yo mirando adentro. Totalmente enamorado, y enamorado de eso, de ser el único que la miraba enamorado.

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