viernes, 14 de diciembre de 2012

Pose


  No era un suicidio. Más bien era un juego, tenía sus riesgos y ponía mucho en manos del azar, pero no se suponía que fuera un suicidio. Hasta que perdiera, claro. Pero aún así, ¿quién podría separarlo de un accidente de tránsito cualquiera? Quizás le arruinara la vida al conductor que eventualmente se convirtiera en su verdugo, pero así es la vida. Esa idea, quizás, era una de las que más lo divertía: poder trasladar el sufrimiento, hacer de la vida de otro un calvario, y acabar con la suya. Aunque no era seguro que muriera tampoco, por lo que su propia vida se transformaría en un peor calvario ("en uno real", decía una de las voces de su cabeza, la que estaba en contra del juego), pero, una vez más, así es la vida, macho.
  Las reglas eran simples. Se pararía en la esquina, en esa esquina, la de tantos hermosos recuerdos que ahora no eran nada, sólo el recordatorio de que nada tiene valor, de que todos te mienten ("ay, pobrecito", decía la voz), de que es muy fácil malinterpretar todo y vivir en una nebulosa. ¿En una nebulosa? En una nube de pedos, las cosas por su nombre, basta de tanto dramatismo poético y cruzá la calle, dale.
  Se pararía en la esquina, entonces. Serían las tres de la mañana (ahora eran las dos y cincuenta y dos), habría poco tránsito. Miraría a los costados, esperaría a no ver autos a la distancia. Cerraría los ojos. Se taparía los oídos. Esperaría quince segundos, contando en voz baja. Y ahí, recién, cruzaría. Caminaría a paso tranquilo pero sostenido. Llegaría al otro lado (¿llegaría?). Y seguiría con su vida, para citarse allí la próxima semana ("o no, porque existe la posibilidad de que dejes de actuar como un idiota, no hay que perder las esperanzas", decía).
  Por dentro reía, estaba contento. Le parecía un gran juego, creía (una parte de él, nunca él entero) que estaba iniciando algo importante, le contaría a sus amigos y lo imitarían, era tanto más divertido e impresionante que quemarse o cortarse o todas esas cosas que ya lo aburrían, nunca pasaban de una pose. Él estaba dando un paso más allá. Se imaginaba la reacción de sus padres, de sus profesores. Era una genialidad.
  Dos y cincuenta y siete. Se veían algunos taxis, mejor era no apurarse. ¿Y si ella estuviera volviendo de algún boliche? Cabía la posibilidad, era la noche en que ellos salían, podía estar ahora volviendo con otro pibe. Pero no, seguro que el pibe nuevo tiene auto ("ay, pobrecito"), la deja en la casa, no pasa por acá. ¿Y si pasa? ¿Y si me ve? Mejor aún: ¿y si lo pisaba?
  La voz arremetió una última vez. Lo mismo de siempre: dejá de hacer teatro, dejá de crear rituales, dejá de pensar en esa piba, dejá de ser tan pendejo. Pero ya no pensaba en esa piba. Estaba haciendo teatro, sí. Pero su espectadora era otra. Él pensaba en Jessica, y en cómo la impresionaría su sufrimimento, su despecho, su desapego por la vida, su temeridad. Esto no era escribir poemas o hacer temas con su banda: esto era algo más, esto era el próximo paso, sí ("siempre y cuando no te pisen, ¿no?").
  Cerró los ojos, se tapó los oídos con mucha fuerza, hasta comenzar a escuchar los latidos de su corazón, y los sonidos que imaginaba que pertenecían a una noche como esa. Uno, dos, tres, cuatro, ¿era eso un motor?, seis, un ojo se le abrió pero lo cerró al instante, ocho, nueve, diez, no se escucha nada, doce, esos bocinazos son sólo en tu cabeza, catorce, quince, y adelante. Comenzó a caminar bastante más rápido de lo planeado, por lo que se obligó a bajar el ritmo hasta hacerlo realmente lento, para compensar, y luego de unos pasos lo aceleró. "Debo parecer un borracho", pensó, pero con la voz que aprobaba su plan, la voz que pensaba mucho en cómo lo podían ver los demás. Caminó y la avenida parecía no terminar, podía imaginar los paragolpes que se encargarían de triturar sus huesos y sonreía, su cabeza estaba plagada de bocinazos ficticios, de frenadas inexistentes, el miedo lo estimulaba, pensaba en Jessica, pensaba en las tetas de Jessica, estaba excitadísimo, Jessica desnuda, Jessica jadeando, apuró el paso, Jessica mordiéndose los labios, Jessica comiendo un helado con él, Jessica empapada de helado, desnuda, Jess--

  Comenzó a llorar aún antes de abrir los ojos, y ni siquiera intentó levantarse. Estaba a salvo ("¿a salvo de qué?"), en la vereda. Todo le daba vueltas, el sabor de la sangre era tan intenso que tuvo que reprimir un vómito. Ahora ya podía ver, las lágrimas fluían pero ya no estaba tan mareado. La calle estaba desierta, por suerte, y comprendió que había tropezado con el cordón, que no había previsto que caería justo contra el poste de luz, que se había roto los dientes, veía dos ahí mismo, en el suelo, y la sangre le manchaba la ropa. Lloraba, se sentía un imbécil ("se sabía un imbécil", me corrige la voz), y ahora ya no tenía chances con Jessica, porque está bien hacer un culto del dolor pero a nadie le gusta un pibe sin dientes.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El ermitaño


"- Tenés que pensar menos y actuar más. No sirve de nada ser tan cerebral. Acordate de que tenés un cuerpo.
- Para lo que me sirve..."

  - ¿Me vas a dejar acá, pedazo de hija de puta?
  Su grito fue apenas audible, él sabía bien que ella intuiría la puteada sin estar segura de que existiera. Varios metros los separaban, y el viento de la playa ayudaba a enmascarar su exabrupto. Pero contaba con eso, contaba con la incertidumbre como aliada, apelaba a su enfermiza curiosidad, a su inseguridad. Si ella se iba, se iría con la duda de si él realmente la despedía con una puteada (y con una francamente agresiva). Podría estar enojada, pero esa duda más que avivar su ira, la acercaría a una reconciliación, a una relectura de los hechos. La haría volver. Y entonces, él tendría el poder.
  Porque de eso se trataba. Era una eterna lucha de poder. Y él siempre ganaba. O eso creía, en realidad también era manipulado y pagaba tributos estúpidos adecuándose a sus caprichos (los de ella, se entiende). Allí, enterrado en la arena, intentó pensar qué método utilizaba ella, qué cosas hacía entonces él para aplacar sus malhumores, qué le ofrecía para volver entre sus brazos. Al revés era más simple, ni había que pensar demasiado. Era casi un acuerdo tácito. Él lo había bautizado "el pete culposo". Una deliciosa victoria, casi la única meta a perseguir dentro de la relación. Lo que decía: una eterna lucha de poder.
  Después de unos minutos ya no alcanzaba a verla. Sabía que seguía alejándose, no podía estar volviendo, no tan pronto, pero ya volvería. Debía planear sus próximos pasos. Se le presentó un plan obvio, simple: la completa inacción. Permanecería allí, enterrado en la arena, sólo con la cabeza por fuera, esperando. No saldría a buscarla, no volvería al departamento, ni siquiera se mandaría a mudar para volver, indiferente, días más tarde. No. Se quedaría allí. Otorgaría su cabeza en sacrificio. Se quemaría (aunque no tanto, ya eran las cuatro y media, el sol no lo maltrataría demasiado), portaría una piel violácea como recordatorio de su desplante, alegaría calambres, una imposibilidad para desenterrarse hasta pasada la noche, cuando una pareja casualmente lo encontró casi inconsciente. Podría ser verdad, podría hacerlo verdad. Podría terminar en el hospital, era bueno actuando malestares, y, finalmente, ¿qué le importaba si del hospital lo terminaban echando? Lo importante era haber pasado por ahí, haber obligado a que alguien la llamara comunicando la noticia.
  - ¿Podemos jugar con usted, señor?
  Pendejitos. Nunca faltan.
  - No, nene. Andá con tu mamá, o con la forra que sea que te cuida, y no me rompas las pelotas. Y ni se te ocurra tocar mis cosas. A vos te digo, pendejo. Rajen de acá.
  Quiso levantar el brazo, haciéndolo surgir violentamente desde debajo de la arena, pero no fue capaz. Su plan ya había comenzado a funcionar. Sintió algo de miedo, supo que otra vez ocurriría así, la autosugestión era una herramienta poderosa; sabía que ahora no podía mover ninguna de sus extremidades, así como cuando adolescente, al querer faltar a las clases de educación física, su cuerpo le regalaba tremendas migrañas. Para eso le servía su cuerpo. Para responder a los enfermizos caprichos de su cerebro, y para poco más que eso. Así que resolvió esperar. Quizás dormir. Aprovecharía las últimas horas de sol para quemarse, y luego podría (¿podría?) marcharse. Dependería de su cuerpo, claro. Pero también contaba con la pareja salvadora. Su plan era perfecto, tan simple. Sí, tanto mejor era que no pudiera moverse realmente. Tanto mejor si comenzaba a llorar, tanto mejor si se desmayaba, si comenzaba a deshidratarse. Así aprendería ella.
  Soñó con hierros ardientes, se soñó vaca, le marcaban la frente, marchaba al matadero. Luego mutaba, se incorporaba sobre sus patas traseras, los hierros le quemaban los ojos, lo dejaban ciego, lo obligaban a volver a sus cuatro patas, lo sometían, quería gritar, no tenía boca, luego sí la tenía, pero era un orificio pastoso y lleno de pus, nada podía hacer, marchaba al matadero. El enorme estruendo de una sirena llenaba la sala (estaba en una sala, él era la única vaca, había personas desnudas, casi muertas, eran enormes, deformes, marchaba al matadero). Los oídos le comenzaban a sangrar, no tenía ojos, no tenía boca, no tenía oídos, cruzaba la puerta hacia el matadero, iba solo, la sirena lo despertaba. Era el sonido de su celular, alguien lo llamaba. Debía de ser ella, ya era de noche. La cabeza se le partía de dolor, todavía estaba confundido por el sueño, no sabía qué sensaciones le correspondían a su cuerpo real. Sentía la sangre en sus oídos, la cabeza le latía, caliente, por lo menos veía, sus ojos estaban en su lugar. Su boca era un orificio pastoso. Y el celular sonaba. Dejó de sonar cuando logró despertarse del todo, habiendo terminado el recuento de sensaciones reales. Ya no aguantaba más, se le había ido de las manos: ella no había vuelto y él se sentía al borde de la muerte. O quizás, ella había vuelto para luego marcharse. Pero no, no podía ser tan cruel... Qué hija de puta, seguro había vuelto. No, no podía ser. "¿Y quién es el que duda ahora, pelotudo?". Todo le había salido mal. No, no, él todavía estaba en control de la situación, sólo estaba aturdido, todavía no se recuperaba del sueño, y la cabeza le daba vueltas.
  Tenía que salir de ahí, terminar con la charada, ya era suficiente. Su cuerpo debía evidenciar el deterioro, podía hacerla sentir culpable, ahora lo importante era salir de ahí. Vivir. Estaba convencido de estar deslizándose hacia la muerte. Pero no podía ser, era ese sueño de mierda, no terminaba de recuperarse del susto. Intentó calmarse. Se concentró en su cuerpo, en el tremendo dolor de cabeza. Intentó moverse. Su fracaso lo desesperó.
  El teléfono volvió a sonar. Se esforzó tratando de alcanzarlo, pero era imposible. Su cuerpo no respondía. ¿En qué momento lo había abandonado? Aturdido, no pudo evitar pensar que su cuerpo se había rebelado, emancipado. Que al irse ella, su único vínculo físico con el mundo, perdió todo control sobre su cuerpo. Quiso llorar, pero no pudo. Su cuerpo no se lo permitió. Y esa era la prueba de que no era ella quien llamaba, y de que ella no volvería, jamás. Su cuerpo ya no existía, no tenía una razón de ser. ¿Qué mejor prueba que esa? ¿De qué le serviría el cuerpo, ahora que Raquel se había ido?
  Nada tenía sentido. Lo que pensaba era una locura, y ese dolor de cabeza de mierda que no lo dejaba tranquilo. Le dolía, el cuerpo le dolía. Todavía estaba ahí para él. Raquel no importaba, había que salir de ahí. ¿Qué hora sería?
  El teléfono volvía a sonar. ¿Por qué nadie se acercaba? ¿Dónde estaba la parejita que se suponía que debía rescatarlo? Intentó gritar, pero tampoco pudo, su garganta estaba seca. Ahí se dio cuenta de la sed que tenía, de todos esos otros dolores que no había alcanzado a detectar, y que ahora pasaban a abrumarlo. Quiso llorar, otra vez sin éxito.
  Se volvió a dormir, o a desmayar, ¿qué diferencia había? Despertó, ni siquiera podía mover el cuello. Por el rabillo del ojo, vio algo que se acercaba. Una mancha metálica, un juego de luces que devolvía el brillo de la luna. Se arrastraba, cada vez estaba más cerca. Alcanzó a pedir ayuda, o eso creyó, no sabe si pudo gritar o no. La mancha metálica se convirtió en un objeto reconocible: una caja de chapa, una de esas viejas cajas en las que se guardaban las galletitas. Llevaba años sin ver una de esas. Se olvidó del terror por un momento, y recordó el almacén de su barrio, allá en su infancia, y todas las cajas con galletitas dulces. Una especie de crustáceo salió de la caja, y el terror volvió. Mezcla de caracol y cangrejo, se le subió a la cara. Le clavó dos de sus patas en los ojos. Finalmente logró llorar, y gritar. Otro par de patas se le metió en las fosas nasales, y el resto del cuerpo de la criatura se le metió por la boca, tapando el aullido y asfixiándolo, dándole una muerte lenta y dolorosa. Una vez aferrado a la cara, el cangrejo ermitaño siguió su camino, desenterrando el cuerpo de Martín, ahora convertido en su nuevo caparazón.

lunes, 29 de octubre de 2012

Confesiones de un porotero

  Casi ni podía prestarle atención al monitor. Los números se presentaban en rápidas sucesiones, pero su atención estaba en otro lado. No podía dejar de pensar en la textura y el peso de todos los aromas que lo rodeaban. Estaba perdido en ensoñaciones que diez minutos antes, le estaban vedadas. La droga ya había comenzado a alterarlo. No lo inducía a un estado sinestésico, para eso era necesario que usara también los guantes especiales. Pero le permitía anticipar las sensaciones que los guantes le revelarían. Y no podía dejar de relamerse ante el espectáculo que prometía el culo de Sandra. Qué hermoso culo... Sólo quería acariciar sus pedos, moldearlos, estrujarlos y abrazarlos. Poco le interesaban los números en su estúpido monitor.
  - Ramírez, se me está quedando. ¿Le pasa algo?
  Imbécil. Le estaba pasando algo, sí. Estaba imaginando la sutil aspereza del aroma a sudor de su interlocutor, la inexplicable sensación verde que sentiría si pudiera calzarse los guantes para tocar ese ácido olor. Le perdonaría ese gesto siempre tan idiota, siempre tan sobrador, si tan solo pudiera sentir entre sus dedos ese aliento a café que su jefe siempre despedía. Se lo imaginaba blando, casi líquido, cubriendo todo su brazo.
  - Ramírez... ¿Qué le pasa?
  - Nada, señor. Está todo bien. Quizás me haya bajado un poco la presión, ¿podría almorzar ahora?
  "Perfecto", pensó. Estaba orgulloso de su salida. Comenzó a imaginar la consistencia del olor a lentejas que despediría su plato. Sabía que no podría tocarlo, no sin los guantes, pero podía imaginarlo, gracias a la pastilla. Podría comer y sentir sin sentir esa especie de algodón inundando su cerebro al tragar el primer bocado. Intentaría que nadie lo viera calentando sus lentejas. Algunos compañeros, medio en broma, medio en serio, ya lo acusaban de "porotero". Acusación acertada, pero que no podía abrazar abiertamente. Nadie malgasta sus noches acariciando sus pedos con un par de guantes sinestésicos para proclamarlo con orgullo. Aunque estaba el caso de esa extraña estrella de rock... De todas maneras, sería demasiado sospechoso, ya que había comenzado a ingerir la pastilla en horarios laborales y emitía inequívocas señales. Como esa pausa antes de llegar al comedor, extasiado ante la puerta abierta del baño con su olor a desinfectante, con esas incontables pelotitas que estallarían como burbujas al intentar atraparlas con sus guantes. Sí, estaba siendo muy obvio. Decidió saltearse el almuerzo y guardar las lentejas para más tarde. Quizás las comiera frías, escondido en el baño. Comer rodeado del burbujeante aroma a desinfectante parecía un plan prometedor.
  Se escapó a la terraza. Fumaría un cigarrillo, cualquier cosa antes que volver a su inodoro monitor. Y el humo le recordaría una textura nunca antes probada, ya que no se le permitía fumar dentro de su departamento. Esa era una de las asignaturas pendientes con sus guantes. Pero ese tipo de excentricidades eran lujos, placeres sutiles que sólo podían permitirse los más experimentados poroteros, aquellos que ya habían acariciado sus gases por tanto tiempo que veían aplacada su voracidad inicial, y necesitaban entonces nuevas sensaciones táctiles. También indicaba un estado de soledad avanzado. Bien sabía él que nunca se cansaría de acariciar los pedos de Sandra, o de cualquier otra mujer, sólo quería poder compartir eso con alguna chica. Se sentía tan solo. Y entonces deseaba probar la superficie evocada por el humo de su cigarrillo, que, aún siendo imposible, le parecía más probable.
  - ¿Me das fuego?
  Sandra estaba a su lado, acercaba su boca fruncida mientras pitaba un cigarrillo todavía apagado. Él le acercó el encendedor y se perdió entre tantos aromas excitantes, el shampoo de coco, el perfume de vainilla, el aliento a menta, y agradeció que no llevara su morral encima, donde escondía sus guantes, ya que no sabría cómo aguantar la necesidad de tomarla allí mismo, de tocar todos sus olores, de desvestirla y acariciar el aroma de sus genitales, de rogarle que se cagara para él. Inclusive imaginaba el momento en que la policía aterrizaba en la terraza y lo reducía, mientras él gritaba "¡tus pedos son lilas, Sandra! ¡Esponjosos pero a la vez firmes! ¡TE AMO, SANDRA!".
  - ¿Querías estar solo?
  Recibió las palabras mientras le daba la espalda y se alejaba, totalmente atontado. Sabía que se arrepentiría, que esa era la primera vez que ella le dirigía la palabra, que ese culo estaba ahí, a tan corta distancia.
  Se obligó a retomar el contacto con su monitor. Con los números de siempre. Intentó trabajar por algunos minutos, pero se le hizo imposible. Deslizó su mano dentro del morral, vigiló que nadie lo observará y buscó el doble fondo donde escondía su más vergonzoso secreto. Sin sacar la mano del morral, se puso uno de los guantes. Las sensaciones lo impactaron de inmediato: guardaba sus guantes junto con varios desperdicios olorosos. Siempre tenía una dosis fuerte ahí, a su alcance. Vio a Sandra volver de la terraza, cruzar los diversos pasillos y dedicarle una breve mirada. Él le sonrió, perdido entre los placeres sinestésicos. Esa noche compraría un perfume de vainilla antes de volver a su departamento. Y sería el punto alto del año.

sábado, 27 de octubre de 2012

Anestesia retroactiva

  Sueño con anestésicos anacrónicos. O no, mejor sería llamarlos anestésicos retroactivos. Algún tratamiento, algún proceso, alguna pastilla que quite el dolor del pasado. No el de ahora, por ese no se puede hacer nada, lo que duele ahora duele y no hay nada que hacerle, o sí, quizás podés usar las anestesias más conocidas. Por eso, el tema del dolor de ahora quizás pueda cubrirlo: podría fumar y llorar y reír y ese dolor sería otra cosa. Pero me preocupa el dolor del pasado, el dolor que sentiré en el futuro al pensar en el día de hoy.
  Y así es que sueño. Me propongo esa fantasía: entrar a un consultorio, que te enchufen algunos electrodos en la cabeza y comiencen a enviar una anestesia hacia atrás en el tiempo. Imagino que podría escribir un cuento. Imagino que sería muy obvio que es apenas una variación de "Eternal sunshine of the spotless mind", pero la idea me sigue pareciendo atractiva, más que nada por su utilidad. Yo voy a necesitar eso, ya mismo lo estoy necesitando. No quiero eliminar recuerdos, eso es poco práctico. Sólo quiero quitarle el contenido emocional. Quisiera poder conservar todos esos momentos tremendamente vergonzosos de mi vida (yo perdiendo el control de mi modulación al hablar delante de una clase, yo en una pileta viendo por primera vez una concha, yo equivocándome frente un grupo de snobs odiosos pero amables, yo queriendo deshacer 1.500 kilómetros en un segundo, yo preguntando por un bebé muerto, no, no era yo, era otra persona, pero en ese momento era una confusión normal, yo escuchando que nunca me quisieron realmente, yo imaginando que nunca me quisiste realmente), la "película de mi vida" (qué expresión de mierda) no tendría sentido quitándole esos pedacitos. Yo sólo quiero rememorarlos y que me chupe un huevo. Quiero ver esas caras y no sentir nada. Ni dolor, ni nostalgia, ni odio, ni tristeza. Nada de nada. Ya lo sentí en su momento. Ahora (mañana), que me dejen en paz.
  Imagino el cuento. El paciente soy yo. Siempre estoy yo en mis cuentos. ¿Cuentos? En fin... E imagino todas esas situaciones vergonzosas, y apenas las modifico un poco, y las cuento, y me exorcizo un poco. Quizás alguien lo lea y se ría. O yo lo lea después y me ría. Suelo reírme después de leer lo que escribo. Cuando ya olvidé que lo había escrito. Pienso eso y me duele un poco menos.
  Pero aún me duele demasiado, y no quiero sentarme a escribir un cuento. Porque no quiero escribir nunca más. Y no quiero sentarme a hacer nada nunca más. Quiero re-cagar a trompadas al colectivero que está frenado en un semáforo y no me abre la puerta, me acerco, le golpeo, me dice brevemente que no, le hago con gestos un patético "por favor" y ni me mira. Me quedo ahí, y el tipo sigue mirando para adelante. Lo quiero matar. O quiero que él me mate. Eso quiero, quiero escribir ese cuento, el del colectivero que no le abre al chabón, y el chabón lo empieza a insultar y le patea el bondi, y ahí sí el colectivero abre, y cuando yo (porque siempre soy yo) le empiezo a decir "ah, ahora sí me abrís, infeliz, si te pido por favor ni me mirás, pero si te empiezo a insult--" y ahí nomás (porque en mis cuentos siempre la gente se interrumpe) me surte, me pega con algún fierro o algo y termino en un hospital. Y la primera cara que veo al despertar no es la de ella, y pregunto si ella llamó o si sabe algo, porque me olvidé que ella ya no me va a llamar ni le importa lo que me pase. Me encanta ese final.
  Quería escribir eso también, sí. Pero no tengo fuerzas para escribir. Me duele mucho.

viernes, 31 de agosto de 2012

Para el orto

  "Todavía me querés?"
  Su corazón se aceleró y dentro de su cerebro se arremolinaron cientos de pensamientos, amenazando con hacerle perder la razón allí mismo, en ese instante. Como el universo necesita del equilibrio constante para subsistir, el tiempo fuera de su conciencia se hizo lento, lentísimo, ofreciendo un contrapeso a esa vorágine de sentimientos dormidos.
  ¿Cómo que si "todavía la quería"? ¿Qué pregunta era esa? Una muy buena pregunta, pensó. Una pregunta que él, todavía, no se había animado a hacerse. "Es que la respuesta es obvia". No. No lo era. No sabía la respuesta.
  Pero antes de empezar a intentar desentrañar la respuesta, se encontró con el misterio que proponía la pregunta. ¿Qué significaba ese mensaje de texto? ¿Por qué ahora? ¿Acaso ella lo quería? La pregunta parecía estar diciendo eso, justamente. Preguntarle a alguien si te quiere es decirle que lo querés. ¿Entonces ella lo quería? De hecho, jamás debiera haber dudado de ello. La última vez que se vieron, cuando ella lo dejó, intentó dejarle en claro que siempre lo querría, y que, a pesar de irse con otro hombre, la separación le dolía enormemente.
  Entonces, revivió la bronca. "Todavía me querés?". Te fuiste con otro. Se había ido con otro, ¿cómo quererla? Le había roto el corazón, ¿cómo quererla? Le había dicho a la cara que no, que pretendía no volver a verlo, que prefería priorizar una relación con un tipo superficial al que casi ni conocía. ¿Cómo quererla, entonces? ¿Cómo quererla, cuando tuvo que odiarla para poder dejarla ir?
  "Todavía me querés?". Pero eso cambiaba todo. Se sintió insultado, es cierto, pero al mismo tiempo transportado hacia un pasado feliz, un pasado cuya felicidad él mismo había enterrado y olvidado. La quiso. La quiso, la quería. La quiso, la quería y la iba a querer.
  Pero no, el dolor, el orgullo herido, eso también volvió. Ya la había olvidado, pero no sólo había olvidado que la quería, sino que la odiaba. Que le deseó desgracias por un tiempo. Que habló pestes de ella a los amigos en común, intentando contaminar su mundo con ese veneno que, a fin de cuentas, era de su autoría. "Todavía me querés?". ¿Qué era, un chiste? ¿Una venganza, quizás? ¿Pero por qué? ¿Qué había hecho él? Bueno, además de hablar pestes de ella, claro. Pero estaba en todo su derecho, existe tal cosa, ¿verdad? "El derecho del abandonado". Derecho de odiar y actuar de manera irracional, infantil, casi perversa. ¿Qué hacer, si no? Ella con otro tipo, lo más tranquila, ¿y él? Que por lo menos lo dejaran hablar mal de ella. Era lo menos que podían hacer. ¿Quiénes? En fin...
  "Aunque todavía la quiero", pensó. Sí, el odio estaba ahí. Pero también estaba ahí todo lo demás. Y sólo necesitó imaginarla una vez más acomodándose el pelo detrás de la oreja. Ahí mismo supo lo que tenía que contestar.
  Siete segundos pasaron, y eso es todo lo que él pensó luego de haber leído el "Todavía me querés?" de la pantalla de su celular. Siete segundos, para que esa misma pantalla volviera a iluminarse con un mensaje nuevo, de la misma persona.
  "ay no me equivoque no era para vos perdonperdonperdon"
  Pasaron siete segundos más. En esos siete segundos él no pensó demasiado. Sólo se vio invadido por una inmensa tristeza, una tristeza familiar a la que le había perdido el rastro. Pasaron siete veces siete segundos, y se escuchó decir en voz alta "¿Por qué?" varias veces, luego de sentarse en el suelo. Siete segundos después lloraba y reía al mismo tiempo.
  "Perdoname! La psicóloga se va a reír cuando le cuente. Aprovechemos que me equivoqué, hace mil que no hablamos. Cómo andás?"

jueves, 2 de agosto de 2012

El gordo

  Cada vez que su celular sonaba, la habitación se llenaba de miradas cómplices. Según los ojos que uno decidiera escrutar, se podía descubrir burla, preocupación, lástima, desconfianza, y hasta envidia. Todos, en mayor o menor medida, tomábamos esos episodios como una invitación a algo prohibido. Yo, por mi parte, los interpretaba como un triste pedido de auxilio. No creía en Marcela. Marcela no existía, no podía existir.
  - ¿Y, qué dice tu chica?
  - Nada, que me extraña, que me quiere ver... Es tan dulce
  Así, de manera inocente y eficaz, respondía el gordo a las chicanas, interpretando a la perfección ese papel inverosímil, sin dar crédito a la ironía con que lo azotábamos. "Pobre gordo. Tan boludo, ni se da cuenta de que lo gastamos, ¿no?". Nunca terminé de creerme eso tampoco. ¿Pero qué es lo que creía? ¿Qué es lo que creo hoy, habiéndole dado tantas vueltas al asunto?
  Aún recuerdo las discusiones una vez que se iba. Todo un concilio para hablar sobre el gordo y la novia misteriosa, la novia inexistente, la novia que en realidad era un tipo, la novia que se avergonzaba de él y no dejaba que nadie los viera juntos, la novia que había cambiado radicalmente la vida de nuestro amigo desde un plano de existencia totalmente ajeno al nuestro... Nunca lográbamos ponernos de acuerdo, nada cerraba, pero nos divertíamos. Él estaba feliz, y nosotros teníamos un manantial secreto, una eterna fuente de chistes y conversación alrededor de los dos o tres temas que importan para el hombre. Todos ganamos con la aparición de Marcela. En eso era lo único en que podíamos ponernos de acuerdo.
  Dos años estuvo con Marcela. Ninguno de nosotros jamás pudo verla. Yo soy el único totalmente convencido de que ella nunca existió. Y hoy, estamos todos reunidos en el departamento del gordo, o en el que era, mejor dicho, su departamento, ya que el gordo se mató y nada de lo que hay acá es suyo ya. Tristes, diciéndonos "algún día iba a pasar", dejamos que nuestra obsesión (o quizás sólo sea mía, quizás el resto del grupo sepa ser más convencional) le gane al horror, que la curiosidad atropelle el buen gusto, y buscamos aquí, en el último bastión del gordo, en su santuario más preciado las huellas de Marcela. Su muerte y ella están relacionadas, eso nadie lo duda. El gordo se mató por ella. Aún si es que Marcela era sólo un invento, el gordo entonces se habrá matado por no tenerla. Y buscamos entonces fotos, libros con dedicatoria, revisamos la computadora, el celular, todo, sin encontrar nada.
  Hasta que el celular suena. El gordo, de haber estado vivo, tendría un mensaje nuevo por leer.

viernes, 6 de julio de 2012

S (o "espiral excrementicia")

¡Oh!
¿De vuelta en la espiral,
no tan querido amigo?
Perdiste todas tus fichas,
no, no las perdiste, sino que las has perdido
(porque en verso los tiempos no son los mismos)
(y el tiempo no es el mismo nunca, para nadie, en ningún lugar),
has perdido entonces, hemos convenido,
la poca paz mental y la felicidad que venías ahorrando,
por jugarte la plenitud a un pleno
(los retruécanos no ayudan, no, nunca lo harán).

¡ah! ¿quién la viera sin sentir lo mismo? ¿cómo no pensar en ella todo el tiempo, sin importar si es un tiempo lento y tedioso o feliz y trepidante?
¿cómo no querer quererla,
cómo no sentirla tuya,
cómo no saberla única?
A ella. La única. Ella que es todas, y ninguna.
A ella que constantemente evocas, y que constantemente pierdes.

Este es tu castigo. El castigo para mí que te toca sufrir, oh, lector
ya que eres la misma persona, eres el escrito y la lectura,
eres el asco,
el asco, asco, asco, con esa "ese" sonando a jota,
esa suave "ese"
(la cacofonía tampoco aporta, por favor),
esa "ese", esa puta "ese", y pareciera (¿o pareciese?)
que esa "ese" es la culpable, en esa "ese", ahí nomás está todo,
todo lo demás parte de ahí, o ahí llega.
Porque sos una maraña.
Imbécil.
Todo este palabrerío, es una gran "ese" mal pronunciada.
Una "ese" elevada al cuadrado, a la décima potencia,
a la "ese" misma,
un laberinto infinito, un hermoso y ajqueroso
(sí)
fractal.
Todo lo que aquí ejcribes, es esa "ese" serpenteante.

Pero seguirá creciendo
como lluvia que no puede evitar caer
porque no hay más que eso: esa "ese".



No. Basta. Esto de acá no pasa. La poesía nunca te movió ni un pelo. Y, por suerte, vos nunca le moviste ni un pelo a la poesía. Porque la poesía es una "ella". Ella que es todas, y que es ninguna.

(ay, qué risa)

domingo, 27 de mayo de 2012

Palabras

"Vos sos un hombre de palabras".

  Hace unos años me dijeron eso, sin tratar de esconder el reproche que, quizás, fuera en realidad lo importante del mensaje. Estoy acostumbrado a los reproches. He sido educado en base a ellos, nunca alcanzar lo que se pretendía o esperaba de mí forma parte de mi identidad. Por eso preferí obviar ese reproche, para concentrarme en esa definición tan acertada, que en momentos como este me parece aún más cierta que entonces. "Vos sos un hombre de palabras". Quizás un acceso de vanidad y autocompasión me esté llevando a esto, a tratar de usar palabras para describir por qué soy un hombre de palabras, pero no sé hacer otra cosa. La vanidad me dice que no sabré hacer otra cosa pero que eso lo hago bien, y que es una forma elevada de entender y vivir la vida. La autocompasión me dice que es triste que no sepa hacer otra cosa. Que es triste que no sepa vivir, que es triste que siempre tenga que estar triste, que es patético que detrás de las palabras sólo haya eso: tristeza.
  "Vos sos un hombre de palabras". Hay muchas cosas que me quisieron decir en ese entonces, pero eso ya no me importa demasiado. Lo que me importa es que, hoy, ya estoy cansado de ser eso. ¿Por qué las palabras son tan importantes? No lo son. Realmente, no lo son. Para el resto, es decir. Siempre es igual, siempre tengo que compararme con el entorno (siempre y cuando sienta que hay una notable separación, un entorno y un yo a una distancia infranqueable), y entonces me digo: las palabras no importan. Las palabras que recibís, las palabras que recogés, las palabras que repartís, las palabras que te roban y que olvidás. No tienen esa importancia que vos le das. A vos te hablo. Sí, a vos. A mí. Al único al que hay que hablarle, y explicarle todo, todo el tiempo, con palabras.
  No se puede, aparentemente, explicar todo con palabras. Ni siquiera eso: no se puede explicar nada con palabras. No alcanzan, para todo falta. Pero no es un problema que tengan las palabras, es un problema que tenemos nosotros, los lectores, los oradores, los escritores, los oyentes. Es todo tan confuso, tan vergonzoso, tan angustiante, tan banal, no sirven las palabras para describirlo, para comunicarlo. Eso creo hoy, ya cansado de ser un esclavo de las palabras. Antes, bueno, era diferente.
  Antes creía firmemente en el poder de las palabras, en su buen uso, en el valor inapelable de la verdad. Eso era, en parte, ser un hombre de palabras. Y no se sentía muy bien, pero por lo menos me dejaba saber dónde estaba parado. Me permitía vivir sacándome ciertas preocupaciones de la cabeza. O no, quizás las preocupaciones estuvieran, pero no había que perder el tiempo sopesando cada palabra que llegaba. Si me dicen azul, es azul. Quizás esa persona esté equivocada, pero jamás me va a decir azul si es rojo. Por esa misma razón, me sorprendía tanto que alguien pudiera poner en duda cualquier palabra que yo dijera. Es conocida en mi minúsculo círculo social mi estúpida frase "Yo nunca miento". Y eso es una mentira, es imposible no mentir, pero puedo jurarlo, puedo someterme al polígrafo y decir "yo nunca miento" y la aguja no me descubrirá en falta. Para mí, ese rojo es azul. Seré daltonico, pero no malintencionado.
  ¿Y ahora? Sigo sin mentir. Me convertí en "vendedor", y cargo este respeto por las palabras y su verdad como una cruz. En realidad, no cambió nada. Estoy cansado, pero no he aprendido nada. Seguiré creyendo instintivamente todo lo que me digan, aún cuando me vea obligado a decirme "tenés que saber que eso es mentira". Siento la necesidad de escaparme, de abandonar este mundo de palabras, pero no puedo. ¿Adónde iría? No entiendo el resto de los lenguajes (lo que no quiere decir que entienda éste, de hecho, creo que lo que intento decir es que no lo entiendo). "El cuerpo nunca miente". Sí que miente. La verdad no existe, y eso me entristece. Pero lo más triste es que la mentira sí existe, y está en todos lados.
  Me espera un limbo. Abandonar el uso de las palabras, escapar del peso al que las palabras me someten, para ir hacia otros mundos, a los que jamás podré ingresar. El silencio irá ganando terreno. ¿Pero cómo será internamente? Tendría que abandonar el hábito de la lectura, quizás volver a amasijarme jugando videojuegos horas y horas. O, puestos a mentir, escuchar a mi cuerpo, jugar con él, por fin dejar que sea libre y que dicte cada uno de mis movimientos. Escapar de las palabras, y dejar de escapar de la mentira.

  Pero entonces, si las palabras no valen nada, ¿de qué sirve esto? ¿Qué valor puede llegar a tener? He mentido una vez más. Hoy será igual que ayer y que mañana, y yo seguiré siendo igual a mí.

domingo, 20 de mayo de 2012

Trilogía de Temperley

  Atravesó el umbral del bar ansioso, tratando de ocultar su excitación. Ese hecho, el hecho de que se preocupara en tratar de ocultar algo, era un indicador de su buen humor: en circunstancias normales, no se sentía digno de la más mínima atención. Se sabía invisible, despreciado pero rápidamente olvidado. Definitivamente, no era esta una situación normal, ya que dirigía furtivas miradas a cada rincón del local, buscando esos ojos atentos, que sabía que, aún sin buscarlo, se alegrarían al verlo. Una sonrisa se asomaba acompañando el brillo de su mirada. Sus ojos tristes hoy eran irreconocibles.
  La buscó pero sin detener nunca su marcha, fingiendo que sólo buscaba una mesa. Fingiendo, siempre fingiendo. Horas después criticaría todo su accionar, y sentiría asco, como siempre siente al ver a los demás, con sus sonrisas, sus ilusiones, sus ficciones diarias. Pero en ese momento estaba feliz. Sí. Se podría decir que estaba feliz.
  Se sentó y todavía no la había encontrado. Una voz en su cabeza le sugirió que quizás ella no estuviese allí. El resto de las voces (incluyendo la propia, si es que una y sólo una de ellas lo era) lo consideró probable. Pero no. Casi al mismo tiempo que el mozo alcanzándole un menú, sus ojos se cruzaron. Allí estaba ella. Hermosa, como siempre. Sus cortos rulos rubios enmarcando la preciosa carita. Él sonrió y levantó sus cejas, casi el único gesto que sabía utilizar (aunque mal). Ella no reaccionó, y siguió charlando con los tipos que la acompañaban. Él la desnudó con sus ojos hambrientos, pudo imaginar el ruido del corto vestido negro cayendo al lado de la cama.
  - Un café doble, por favor.
  Se dedicó a mirarla. Estaba hipnotizado, ya había olvidado todo su plan de esconder su impericia social, su locura por ese cuerpo, por esa voz. Y ella no lo miraba. Se preguntó si lo habría visto, quizás no lo reconociera. "Te vio", le dijo la voz. "Que siga charlando con esos tipos y que ya no mire para acá ni de casualidad es la prueba".
  El café llegó, y lo tomó. Ya no estaba feliz. Para nada. Ella se levantó, se puso su abrigo y se despidió de sus acompañantes. Antes de atravesar el local y alcanzar la puerta, lo volvió a mirar. Él, apurado, acompañó su arqueo de cejas con un ademán. La voz en su cabeza reía. Ella salió sin prestarle atención. La vio pasar por los ventanales caminando a paso vivo. Dejó cincuenta pesos sobre la mesa y se apresuró a salir, quizás ella hubiera aflojado el paso, quizás lo esperara en la esquina.
  Luego de mirar hacia los cuatro puntos cardinales desde la esquina, decidió que podía volver a su casa.
  "Ya está bien, eh".

***

  Entendió que por fin había ocurrido. Ella se había ido, y no volvería. Siempre y cuando dependiera de él, no se volverían a ver tampoco. Se sentó frente al televisor, y cambió de canales sin prestar atención. Sólo pensaba en su soledad, en la casa, en las compras, en los libros que se había llevado, en las gatas que también se habían ido, en la plata; hacía cuentas que involucraban su sueldo, el alquiler, el precio de la Coca-cola, el precio del jugo Clight, el precio de las empanadas. De vez en cuando pensaba también en ella, pero sólo para descargar su bronca, aún sabiendo que no era justo. Pero el reino de sus pensamientos era un mundo que no conocía la justicia, sino que estaba para saciar sus caprichos. Así que la odió sin culpa.
  Apagó la tele y agarró su campera, vio la hora y decidió pasar por el bar. Comería algo, llevaría su libreta, por si se le ocurría algo para escribir. Sí, le haría bien. Cualquier cosa antes que pensar en todo lo que ahora no tendría que tener en su heladera.
  Ya en el camino pensaba en Germán. Qué bueno sería poder hablar con Germán. A eso iba al bar, en realidad. Qué bueno poder ser amigo de Germán. Sería genial...
  Cuando entró al bar, no tardó en localizar a Germán. Ahí estaba, como siempre, en su mesa. Las risas lo acompañaban. Qué bueno poder ser amigo de Germán... Pero no conocía a los otros ocupantes de la mesa, así que sólo los miraba de lejos.
  - Un café doble, por favor.
  Promediando su café, vio cómo Germán despidió a sus compañeros, que se alejaron entre risas. Buscó su mirada hasta encontrarla, y arqueó sus cejas, haciendo además un ademán. Tomó su café y fue hasta la mesa que ahora ocupaba sólo Germán.
  - ¡Qué hacés, Germán! No sabés cómo estoy... Viviana finalmente se fue. Y, ¿sabés qué? Mejor que ni vuelva, mirá... Per--
  - Perdoná, ¿Joaquín eras, no?. Pero me tengo que ir. Hablamos otro día, ¿sí?
  Dos horas después miraba la tele, y pensaba en su sueldo, en el precio de la pizza, en el precio de las medialunas, en el precio del café, y en Germán, Germán y la re-putísima madre que te re-mil parió, Germán sorete hijo de re-mil putas, Germán y quién mierda te creés que sos, petiso mal hecho, Germán morite.

***

  - Lo bueno es que ya no vas a tener a nadie intentando que no hagas dieta, vas a poder comer todas las ensaladas que quieras. Que tengas una vida sana.
  Imbécil. Haciéndose el superado, como siempre. Riéndose de todo, aún con lágrimas en sus ojos. ¿Quién le habría enseñado eso? En la familia eran igual, eran imbancables. Pobre gente, creyendo en la ironía como en la máxima expresión de inteligencia. Pobre Martín. Él no tiene la culpa.
  Y se había ido. Finalmente. ¿Cuánto tiempo había esperado ese momento? Le parecía imposible, dolorosamente impensable. Pero era lo que debía ocurrir. Dolía, dolía enormemente. Aunque era lo mejor, ya no podían seguir mintiéndose. Ojalá pudieran ser amigos. Sí, podrían pasar unos meses, y entonces podrían volver a hablarse. ¿Podrían? Él era tan rencoroso. Imbécil. No, no. Pobre Martín.
  ¿Y ahora? Encendió su computadora. Abrió el msn, inició sesión. Gonzalo estaba conectado. Hablame, Gonzalo. No me obligues a hablarte. Voy a cambiar mi foto, voy a cambiar mi nick. Voy a poner "Amar, temer, partir" como mensaje personal. Me vas a hablar.
  Gonzalo le habló. Entre otras cosas, le dijo que mañana no trabajaba. Ella se preparó un café (doble). La noche prometía ser larga.
  Bonzo dice no estés triste, ya sabías que iba a pasar, y sabés que es lo mejor para los dos. E1000C dice sí, pero duele, ¿sabés lo que duele? ¿qué hago acá ahora? encima estoy sin trabajo y Laura se fue de vacaciones, no me puede hacer el aguante. Bonzo dice bueno, ya vas a ver cómo todo pasa, concentrate en el estudio. E1000C dice ya no sé si quiero seguir estudiando, la verdad es que la carrera me desilusionó un poco. Bonzo no dice nada. E1000C dice tengo ganas de salir, no quiero estar acá encerrada, con él nunca podía salir, nunca quería ir a ningún lado. Bonzo dice y bueno, aprovechá. E1000C dice ¿no querés ir al cine? dale, veamos la de Marvel. Bonzo no dice nada. E1000C dice o mañana, no sé, ahora ya es medio tarde, mañana podés?. Bonzo dice che, Emilce, me tengo que ir a dormir, después arreglamos lo del cine. E1000C dice pensé que mañana no te levantabas temprano. me vas adejarso lita? eso noes ta bien!. Bonzo dice jaja, no, mañana a la mañana voy a ver a mi sobrinito, pero vos salí, no te quedes ahí, eh. E1000C dice bueno, seguro termino saliendo con alguno de los boludos de mis exnovios ;-p. Bonzo dice jaja, bueno, me voy adormir. E1000C no dice nada.
  Emilce apaga la máquina y llora, por primera vez en la noche.

martes, 3 de abril de 2012

Siesta

  Me doy cuenta, tarde, de que el recital es hoy. ¿Cómo no lo pensé antes? Todas las entradas están en mi poder. ¿Por qué ninguno de los que va conmigo me llamó todavía? ¿Nadie se acuerda de que hoy es el recital? Miro la hora, pienso. Ezequiel está acá, conmigo. Estamos con nuestra familia, todos ríen, yo me empiezo a desesperar. Le digo "Hoy era el recital, ¿no?". "Ah, no sé, puede ser. ¿Era hoy, no?", me responde. Abro el aparador donde guardé las entradas, pero no las veo. Están las entradas para Secret Chiefs, pero no las de Radiohead. ¿Dónde las puse? ¿Era hoy? ¿Pero cómo es que nadie me llamó? Ah, ahí están. Debajo de aquel libro. Cinco entradas. Las dejo ahí. Una para mí, otra para Eze, otra para Gona, otra para Leandro, y otra para Laüra. ¿Se acordará ella que era hoy el recital? Más temprano hablamos, y me dijo que se iba a dormir la siesta. Debe estar durmiendo, no se acuerda. Mi familia sigue en su mundo, compartiendo risas y comida. ¿Era hoy? Vuelvo al aparador, a ver la fecha de las entradas. ¿Y hoy qué día es? Miro la fecha en mi celular. Mi celular, que cada vez anda peor. La pantalla está rara, me cuesta leer los números. Sí, es hoy, la puta madre. Dentro de una hora y media. Tengo que llamar a Laüra, tengo que lograr que se despierte, se tiene que preparar, tiene que estar lista, nos tenemos que encontrar. Rápido. La llamo, me voy de la casa para llamarla desde la vereda. Suena, suena, no me atiende. Hasta que siento que el tono se corta, y escucho algo así como un ruido ambiente. Me atendió, pero sólo para que deje de sonar. Dejó el teléfono descolgado (aunque con un celular esa expresión no tiene mucho sentido, pero hizo su equivalente: atendió y lo volvió a poner en su mesita de luz). Escucho con los ojos, veo el techo de su pieza, veo ese silencio poblado de interferencia. No me escucha, no me quiere escuchar. Quiere seguir durmiendo, se peleó con la madre y no quiere saber nada de nada. Pero tiene que atenderme, el recital es hoy. Corto. No tiene sentido volver a llamar, me va a dar ocupado. Tampoco puedo mandarle mensajes. ¿Qué hago? A todo esto, le indico a mi primo que llame a Gona y a Leandro, que les avise que es hoy, que las entradas todavía las tengo yo, que nos encontramos allá, pero rápido, tiene que ser rápido, nos vamos a perder a Radiohead. Llamá a Leandro, Eze. Y pienso. ¿Qué hago con Laüra? Vuelvo a buscar las entradas, las guardo dentro de un libro, vuelvo a salir a la vereda. Tengo el número de su casa. Claro, puedo llamar directamente a su casa, hablar con su madre, por primera vez, contra los deseos de ella, hablarle y decirle "necesito que despierte a su hija, tengo una entrada que es de ella, y el recital está por empezar. Entre a su pieza, dígale que me llame". ¿Podré hacerlo? Sí, es la única solución. ¿Se enojará ella después? Es probable. Entro otra vez a la casa, le digo a Ezequiel que nos tenemos que ir. Salimos, empezamos a caminar, le pregunto si llamó a Leandro, me dice que le mandó un mensaje de texto. ¿Y qué te dijo, qué le dijiste? Es un imbécil, le mandó una especie de cita a una canción que nos gusta, el otro no va a entender que-- ¿Por qué no lo llamaste? Ayudame un poco, no puedo hacer todo yo... ¿Qué hora es? Falta una hora para el recital. Ni siquiera nosotros vamos a llegar, y no sé dónde es. Es decir, tengo la dirección, pero no sé cómo llegar. Y no tengo la guía encima. Pará, esperame, tengo que volver a entrar. Esperame acá, y llamalo a Leandro. Vuelvo, agarro mi bolso, donde está mi guía, vuelvo a salir. Una vez afuera, busco la dirección. Está en las entradas. ¿Y dónde dejé las entradas? Estaban en el libro que tenía en la mano, cuando fui a buscar el bolso lo dejé en la mesa del living. Vuelvo entonces, pensando "no llegamos más, y todavía tengo que llamar a Laüra, ¿y Gona? ¿Alguien le avisó?". Salgo corriendo, tenemos que lleg


Las pesadillas de las siestas son las peores.

lunes, 19 de marzo de 2012

Dominó

  Así como lo veo, tengo dos opciones. Una es dormir en el living. Tirado en uno de los sillones (el sillón en el que siempre está la perra, lleno de sus pelos y parásitos), debajo del aire acondicionado, quizás cubierto con una sábana, para no dejar mucha piel al descubierto, quizás también con la luz encendida, para poder vigilar mis alrededores y usar como aliada la fotofobia. Esto implicaría una noche larga y tortuosa, sin un segundo de tranquilidad. Una jornada laboral marcada por el cansancio y el dolor corporal. Y, quizás, batallas con cucarachas, el enemigo que, justamente estoy queriendo evitar. Existe también la posibilidad de sumar al combo la presencia de lauchas. Sí, es una posibilidad. La otra opción, sería tomarme un remis, llamar a casa de mis padres y decir que voy a dormir allá, sí, a esta hora, no, no pasó nada, quedate tranquila, una cucaracha nada más, sí, que me pasó una cucaracha voladora por enfrente y no la pude matar, no la volví a encontrar pero sé que está en la pieza, y ahora no puedo dormir ahí. Quizás, lo mejor sería evitar tantas explicaciones. No son explicaciones. Son casi una invitación a recibir el trato de "pelotudo" o de "cagón" que siempre parezco aceptar con tanta naturalidad. Sea como sea, la noche se cagó. Por segunda vez consecutiva. Pero, justamente, si sobreviví al estrés (cagón, sos un cagón) de anoche, lo de hoy no es nada. ¿Qué es una cucaracha? Aparte, hoy es domingo. ¿Qué sería un domingo sin que me camine una preciosa cucaracha por encima? Vino ocurriendo las últimas tres semanas, no sé qué es lo que me pone en este estado, ya tendría que estar acostumbrado.
  Entonces: tengo que dormir. No tengo un lugar cómodo para hacerlo, aunque eso viene siendo así desde hace más de un año. Tengo que pasar esta noche sin lograr que esta furia, que esta enorme frustración que me invade se salga, porque, ¿dónde depositarla? ¿Qué romper, si nada acá es mío? Lo único que poseo es mi cuerpo, y ya hace tiempo que vengo haciéndolo mierda, mi cara es un enorme mapa de mi frustración. ¿Por qué, por qué estas ganas de llorar? ¿Por qué me siento como la peor de las mierdas? ¿Por qué no puedo ser menos como yo y más como cualquier otro? Mi ánimo es como una gran construcción de fichas de dominó, esperando que llegue la cucaracha que tire todo a la mierda, y así estoy ahora.
  Estoy cansado. Estoy muy cansado. Estoy cansado de hablar y que nadie escuche lo que intento comunicar. Estoy cansado de que me hablen y de contestar siempre cualquier gansada, porque no entendí. Estoy cansado de mi cuerpo y de sus necesidades. Estoy cansado de estar cansado, y de que me pregunten "¿por qué estás tan cansado?". Estoy cansado de tener que escribir esto, una y otra vez. Estoy cansado de estar, de tener que llevarme encima adonde quiera que vaya, de no poder olvidarme ni un segundo de quién soy (de quién creo que soy, de quién me hicieron creer que soy).
  Mañana será otro día. Tendré que comenzar a construir mi ánimo y mi persona desde cero. Alguien quizás me ayude. Quizás pueda convencerme de que no, de que no soy sólo una gran cantidad de fichas de dominó amontonadas en el suelo, sino que también soy una estructura en constante cambio y crecimiento, no muy majestuosa, pero sí mínimamente especial, con tanto valor como cualquier otra persona (o como la mayoría), una estructura que ella (siempre es ella, siempre) alcanza a apreciar. Si tengo suerte, quizás hasta me diga que me quiere.

domingo, 11 de marzo de 2012

Elogio de la constancia

  "Peluquería canina a domicilio". Hasta tiene el dibujito de un perrito y una especie de secador de pelo apuntándole. Pobre perro... ¿Pobre? Sí, pobre. No: pobre tipo. Sí, pobre el tipo que vive con esa mina, porque es una mina, que llama a la peluquería canina a domicilio para su perrito. Nunca entendí cómo es que los amantes de los animales, esas personas que siempre están hablando bien de las diferentes especies de mascotas que puedan ocurrírsele, que sienten hasta el más pequeño dolor por el animalito de turno, y que generalmente se cagan en sus congéneres, porque además siempre tienen plata, y siempre desprecian a la gente, y siempre a la gente que tiene menos que ellos, entonces, nunca entendí cómo es que estas personas siempre están tratando de humanizar a sus mascotas, en vez de dejarlas salvajes, impolutas. Hay algo ahí contradictorio, ¿por qué te llevás al bicho a dormir con vos? ¿Por qué le pagás un peluquero? ¿Por qué le ponés un pullovercito? ¿Por qué, si todo lo bueno que tiene tu perro es que no es una persona?
  Quizás exagero, siempre lo hago. Estoy tocando de oído, debo estar equivocado, lo importante es que no entiendo. Eso. No entiendo. "Peluquería canina a domicilio". ¿Y quién es el que hace eso? ¿Es un amante de los animales? ¿O un oportunista? ¿O alguien que hace eso por hacer algo, porque siempre hay que hacer algo, en este mundo tenemos que hacer algo, ojalá pudiéramos salir a pasear y acostarnos en la cama de esa señora que nos hace la comida y nos abriga y nos paga el peluquero a domicilio? Quizás haya algo ahí noble, sí, una persona que le corta el pelo a los animales, que va y se mete en las casas a hacer eso que, si no lo hace él, no lo hace nadie más. Quizás el perro esté más feliz con su pelo recién cortado. Quizás Dios, con su diseño inteligente, haya hecho que el pelo de los perritos crezca en detrimento de la comodidad de los mismos, y, para mantener el equilibrio de su perfecto universo, haya creado otra especie, una especie con individuos cuya misión sea la de buscar la comodidad de los primeros, yendo de casa en casa cortándoles el pelo, movidos por una fuerza interior inquebrantable. Tiene métodos misteriosos, ya lo sabemos. Quizás Dios sea un perro. No, Dios es Dios, él es todo, pero los perros son sus criaturas favoritas, hechas a su imagen y semejanza. O los gatos. O los hipopótamos. Quién sabe...
  Pero no es eso lo importante, no. No es eso lo que me llamó la atención del cartel de "Peluquería canina a domicilio". Lo que me llamó la atención es que el cartel es un cartel de chapa, y está clavado al poste. Quizás lleve allí años. Es un señor cartel. No es una fotocopia pegada con voligoma, o con cinta scotch. No. Esta persona, el estilista canino con movilidad propia, quiso asegurarse de que su oficio sea conocido por cada persona que se acerca al poste a intentar averiguar cuáles de todos los colectivos que pasan por la avenida paran acá. Todos esos carteles, los de las líneas de colectivo, eran de papel o plástico. Y de ellos sólo queda algún dígito, alguna parcialidad con cierto color que, el ojo habituado a viajar por Zona Sur sabrá descifrar. Miles de personas se pararán en esta esquina a mirar qué colectivos frenan aquí. Y será difícil que lo descubran. Sin embargo, todos ellos sabrán del famoso peluquero canino a domicilio, porque él se tomó el trabajo de mandar a hacer (¿o quizás él lo hizo?) y enchapar un cartel. A color. Con dibujitos. Y dice "Peluquería canina a domicilio".
  Tamaño esfuerzo es admirable. Esta persona está brindándose, lo suyo es un servicio. Ojalá ese espíritu estuviera presente en la gente que maneja el asunto de los carteles del transporte público. Ojalá todos hiciéramos lo que hacemos con esa convicción, con ese deseo de atrapar la atención de todos.
  Pero... hay algo que no me cierra. Algo que anula todo lo anterior. El teléfono al que hay que llamar para pedir el servicio, está borrado. No se alcanza a leer los dígitos del medio, me sería imposible conseguir un peluquero a domicilio para mi hermoso perro. No es que quiera hacerlo, de hecho, nada está más alejado de la verdad, los pelos de mi perro son increíbles, hermosos, tiene unos bucles sólo comparables a los rulitos de mi sobrina. Pero no me deja tranquilo la idea de que ese cartel de chapa, combado para ajustarse a la anatomía del poste de luz, clavado a éste con toda profesionalidad, presente allí desde quién sabe cuándo... es inservible. ¿Cuántos de estos carteles hay por la ciudad? ¿Los hizo el estilista, o un chapista (no se me ocurre de qué otra manera llamarlo)? ¿Nadie se encarga de vigilar su estado? ¿Nadie hace un mantenimiento de estos cartelitos? ¿Es que el chapista no posee, acaso, la misma pasión que mueve al estilista canino? ¿Es que el estilista canino ya no se preocupa por que la gente sepa a qué número tendrían que llamar para contactarlo? ¿Acaso habrá desistido? ¿Administra ahora un kiosco? ¿No puede hacer las dos cosas? ¿Se murió? ¿Se murió el chapista? ¿Su hijo no sigue el negocio familiar? ¿O lo hace, pero así nomás, mucha bola no le da porque en realidad él quiere ser representante de gente del espectáculo, y tiene unos amigos que tocan en una bandita y ya hicieron unos mangos con unos cumpleaños de quince, que no han sido la gran cosa pero que les permitió encamarse con unas minitas no tan borrachas como ellas luego señalaron? Son muchas preguntas. Hay un número de teléfono completo que sí se puede ver, es uno chiquitito, en la base del cartel. Creo, más bien, que es el número del chapista, no del estilista, porque hay dos, hay un estilista y un chapista, eso ya lo decidí, quizás uno esté muerto y otro tenga un hijo, eso está por verse. En fin, no hay nada en este momento más que ese número de teléfono al que me muero por llamar, pero, ¿cómo explicar para qué llamo? ¿Qué es lo que quiero averiguar?
  Quizás sólo quiera hablar con alguien. Quizás sea este domingo, esta espera por el primero de los colectivos que tendré que tomar, esta soledad. Pero hay todo un mundo detrás de esos tres o cuatro números invisibles, con todos los perros que ya no podrán ser acondicionados y con todas las minitas que los pibes de esa bandita intentarán cogerse.

jueves, 23 de febrero de 2012

Fiel (elogio de la soledad)


  Hay dos libros. En uno se escriben las cosas buenas, en el otro las cosas malas. A veces, un mismo hecho se escribe en los dos libros, desde puntos de vista diferentes, o haciendo hincapié en uno u otro aspecto. Pero la mayoría de las veces, las entradas en cada libro están bien diferenciadas.
  En este momento, en esta situación, se suele dar que el libro de las cosas buenas es un libro de palabras, un libro de ideas abstractas e impracticables, un libro de preciosas sentencias incomprobables, muy parecidas a mentiras ya conocidas, de tus vidas anteriores o de vidas ajenas. El libro de las cosas malas, en cambio, es un libro de acciones, de hechos. O, más bien, de la falta de los hechos que acompañarían a las palabras del libro de las cosas buenas, de la omisión de cualquier indicio de que esas palabras bonitas tienen un lugar en la realidad. Aunque, seamos sinceros, también hay hechos en el libro de las cosas buenas, así como también hay palabras en el libro de las cosas malas. Y qué palabras, madre mía. Las más pesadas, las más dolorosas que oíste en tu vida. Las más ciertas, también. Porque no hay razón alguna para que esas palabras, para que esas cosas malas, sean mentira. Las palabras bellas, las buenas acciones... siempre es fácil desconfiar de ellas. Pero el libro negro es irrebatible.
  Los dos libros conviven, a la fuerza, son el agua y el aceite, pero ocupan la cabeza de su autor. Éste enloquece, porque jamás entiende el rompecabezas. No pueden formar parte de él todas las piezas. Hay que desechar algunas. Hay que separar la mentira de la verdad. ¿Y cómo puede hacer eso alguien que nunca miente? Y es entonces que el autor entiende que es todo su culpa. Que confía siempre de más, que cree que cuando le dicen "A" le están queriendo decir "A" y no "G", que no entiende su entorno. Es él el que conjura los dos libros, con su manera poco urbana de relacionarse, es él el que empuja a la gente ("la gente", porque el universo se divide en dos, sólo está habitado por dos conciencias, la propia, y la de esa entidad amorfa e infinita llamada "la gente") a mentirle, a inventar explicaciones para cosas que no se preguntan, es él el que fuerza las situaciones para que le digan "A" cuando es bien sabido que lo que hay ahí es "G", quizás algo más que "G", pero nunca "A".
  ¿Debe el autor aprender ese otro lenguaje? ¿Debe aprender a mentir? ¿Debe aprender a no creer los halagos protocolares, los cumplidos de compromiso? El autor se siente desdichado, siente que no puede conectarse con nadie, que nadie lo entiende y que él no entiende el lenguaje que el resto de la gente intenta utilizar para comunicarse con él. Se siente fuera de lugar. Pero este no es su lugar, realmente. Ese no es su lenguaje. No le gusta este lugar, no le gusta ese lenguaje. ¿Debe adaptarse? ¿Es preferible estar adaptado a estar solo? ¿Es preferible masticar y vomitar toda esa falsedad a la ascética soledad? Los dos estados son angustiantes. Uno es sincero y noble, el otro es práctico y convencional. Uno se inscribe en el libro de las cosas buenas, el otro, en el de las cosas malas.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Déjà vu

  Camila estaba lista para salir, tenía ya la cartera sobre su hombro y las llaves en su mano. Abrió la puerta de su departamento, mientras todavía pensaba en si llevar un paraguas o no. Decidió esperar unos segundos más en el umbral a que la decisión llegara sola. No estaba apurada. La radio encendida despedía los últimos compases de una cursi canción de amor de los ochenta, con su característico y poco original fade out. Pensó que cabía la posibilidad de que el locutor, al terminar el tema, diera el pronóstico meteorológico para la noche. Y viéndose en el umbral, lista para abandonar la casa, se preguntó por qué dejaba la radio encendida. Sabía la respuesta, pero dejó que el hilo de pensamientos se dibujara en su cerebro. Dejaba la radio encendida para no dejar su casa en silencio, para que los vecinos no pudieran adivinar que estaba ausente, para que cualquier persona, al pasar por debajo de su ventana, creyera que el departamento estaba ocupado, para desalentar a los posibles ladrones que pudieran presentarse, para continuar una práctica que su padre le había enseñado a todos sus hijos. Y así, antes de que la canción terminase, se encontró en el umbral de su puerta pensando en su fallecido padre. "Viejo querido..." pensó. Sintió una tristeza y una nostalgia muy fuertes, poco usuales. Se preguntó (porque ya lo había decidido, aquella sería una noche de preguntas) a qué se debería el cambio repentino de humor, a qué se debería que el recuerdo del padre pudiera afectarla tan rápida e intensamente.
  - Son las 23 horas en toda la ciudad de Buenos Aires, y esta es una noche especial. El cielo se ha despejado, empieza el fin de semana y hay mucho amor en el aire, ¿no lo sienten? Tenemos una canción muy especial, dedicada a Camila. Camila, espero nos estés escuchando, porque alguien, como diría Charly, alguien en el mundo piensa en vos.
  Antes de que el locutor terminara de decirlo, la canción que simbolizaba la relación entre Camila y su padre ya estaba sonando. Una canción vinculada al recuerdo más vívido que ella poseía de su padre, una canción que tenía ese significado sólo para ella. Las llaves cayeron al suelo, seguidas por la cartera. "sont des mots qui vont très bien ensemble", y sus rodillas cedieron, cayó arrodillada al suelo, llorando. Se veía a los seis años, subida a los pies del padre, jugando a que bailaba con él, los dos abrazados, sintiendo el olor a cigarrillo en la ropa de él, hundiendo la cara en su pullover y cerrando los ojos, dejando que el "oh, what you mean to me" la inundara de esa emoción que no le estaban dando esas palabras todavía desconocidas, sino que las obtenía de otro lenguaje.
  Había viajado en el tiempo, esa canción había derrumbado toda su percepción de la realidad, su conciencia estaba atrapada en ese recuerdo, y no retorciéndose a los llantos en el frío suelo de su departamento. Ella era una niña, o tan sólo era el dolor por no ser ya esa niña, pero estaba ausente, totalmente desconectada de su presente.
  Afuera, un colectivo embestía el banco que oficiaba de parada en la esquina, a treinta metros de la ventana de Camila. La batería de estruendos que acompañó dicho accidente alcanzó para romper el hechizo que la mantenía atada a su dolor, paralizada en esa evocación involuntaria. El locutor comenzó a presentar otro tema, todo seguía su curso normal. Camila se acercó a la ventana, todavía confundida, a observar el colectivo que pensaba tomar, estrellado contra el banco en el que pensaba sentarse a esperarlo. Todo era irreal, nada tenía sentido. Y en esa noche de preguntas, algunas horas más tarde comenzaría a relacionar la canción de la radio con el accidente.

  "Cuando le diga se va a caer de culo", pensaba. Subía las escaleras relamiéndose, en anticipación por la conversación que iba a tener con su mejor amigo. "Jessica, esa piba hermosa que conocimos en la secundaria. Sí, me encontré con Jessica. Vive acá a la vuelta, a dos cuadras de donde vivimos nosotros. Vive sola, no vive con un tipo, está sola, no sale con nadie. Y me preguntó por vos. ¿Entendés?". Sí, se iba a caer de culo...
  - ¡Fernando! Boludo, a que no sabés con quién me encontré.
  Fernando estaba sentado frente al monitor de su computadora, totalmente quieto. Ni siquiera parecía respirar.
  - ¡Eh! Fer, ¿me escuchás?- se acercó a su amigo, todavía excitado, y lo obligó a mirarlo, girando su silla- ¿Sabés a quién me encontré recién?
  Fernando lo miraba a los ojos, pero completamente ausente e inexpresivo.
  - A Jes-- a Jessic-- a Jes-- a Jessica- contestó finalmente, sin pestañear, pero con grandes problemas para hablar.
  Martín se quedó boquiabierto.
  - Pero, ¿cómo puede ser...- comenzó a indagar- ¿Ya la habías visto? ¿También te la encontraste? Pero ella no sabía nada de vos, se sorprendió cuando le dije que vivíamos junt--
  - Vivo en Rivadavia al 2000- lo interrumpió Fernando, parándose violentamente y siempre con la mirada ausente-. ¿En serio vivís acá nomás? ¿Con Fernando? ¿En serio? ¿Y cómo está?
  Su voz era impersonal, carecía de tono, y sus palabras eran exactamente las mismas que había pronunciado Jessica, o, más bien, eran las que recordaba Martín, deseoso de comunicarlas.
  - ¿Me estás jodiendo, Fernando? ¿Qué es esto?
  Martín estaba enojado, pero pronto abandonó el rencor de creerse objeto de burla, ya que la nariz y el oído izquierdo de Fernando comenzaron a sangrar, y éste perdió el conocimiento. Una hora después yacería sin vida en la camilla de una ambulancia.

  - Sentate encima mío- le ordenó.
  Las órdenes la excitaban, y a él lo excitaba que ella cumpliera sus órdenes. Acariciaba su espalda mientras ella le daba pequeños y lentos besos en el cuello. La espalda de Julia lo enloquecía. La curva con la que la espalda se convertía en la cola era su lugar favorito en todo el universo. Paseó sus manos por ahí hasta llegar a sus nalgas. Buscó con su boca la lengua de ella, y la encontró, y la aprisionó. Ella siempre cedía a ese juego, y él se perdía en su boca, en su lengua, en su aroma, en su sabor.
  Le quitó el corpiño.
  - Sacate la bombacha- le ordenó.
  Julia obedeció.
  - Sentate encima mío.
  - Despacito- pidió ella.
  Eso también lo excitaba. Suavemente, se deslizó dentro de ella. Sus leves gemidos lo desestabilizaban, casi que no podía controlar su ritmo, evitar morderla. "Despacito, más adelante" se decía. Con los ojos cerrados, seguía acariciando su espalda.
  - Ay, Julia, estás tan buena- le susurró al oído. Siempre después de decirle algo así se sentía un imbécil, se arrepentía, pero debía decírselo.
  - Me gustás tanto, Julia.
  Julia comenzó a moverse con él, mientras se aferraba con sus uñas a su espalda.
  - Sí, rasguñame- pedía él.
  Romina comenzó a chuparle los pezones. Tenía los pezones muy sensibles, pero ella había sido la única en reparar en eso. Mientras cogía con Julia, sentía cómo Romina le chupaba los pezones. Sentía las voluminosas nalgas de Romina en sus manos.
  - Ay, Romina.
  Julia se detuvo instantáneamente.
  - ¿Romina?
  Abandonó la silla que compartían, encendió la luz, y comenzó a vestirse.
  - Andate- le dijo-. Andate y no vuelvas, cerdo.
  No había nada que pudiera decir. La conocía, lo que había hecho era imperdonable. Pero también era lógico, y natural. Era Romina. Estaba cogiendo con Romina. No entendía muy bien cómo ni por qué, pero había sido así.
  - Perdoname, no te pongas así por una boludez- le dijo mientras se vestía-. Me voy a ir, está bien. Pero no te pongas así porque fue una boludez. Sabés que estoy fumado, no exageres.
  - Callate y andate. Tarado.
  Tarado. Imbécil. Cerdo. Ella no podía entender el error porque jamás caería en él. Jamás lo llamaba por su nombre. Ni siquiera usaba apodos cariñosos. Nunca. Era llamativo, y casi una muestra de virtuosismo, pero se las arreglaba para estar con él sin tener que pronunciar jamás su nombre.
  En eso estaba pensando, tratando de invertir los roles de la situación, mientras caminaba de regreso a su casa. Pero Romina volvió a acometer contra sus pezones, y tuvo que dejar de caminar. No entendía qué ocurría, pero era obvio que ahora Romina lo miraba a los ojos mientras descendía hacia su vientre, y sin usar las manos, se llenaba la boca. No entendía qué pasaba, pero a pesar de todo, parecía natural y lógico que sus piernas dejaran de responderle y que tuviera un orgasmo allí mismo, tendido en medio de la calle.

lunes, 13 de febrero de 2012

Comando de chirlos

06/06/2012 - Ricardo Hernández (en adelante RH) intenta dar de baja su servicio de internet móvil de una compañía de telefonía celular. No sólo no tiene necesidad de ese servicio, sino que no tiene oportunidad para usarlo: ya no tiene computadora. El operador telefónico le dice que tiene que seguir pagando el servicio durante los meses que le restan de contrato (7). RH señala que, al momento de contratar el servicio, preguntó si podía darlo de baja en cualquier momento, y que la respuesta que le habían dado era un sí. Lo ponen en espera.

04/07/2012 - RH sigue llamando para dar de baja el servicio, con resultados similares al del primer intento. Mantiene conversaciones burocráticas con varios operadores, pero todo sigue igual. Se cuida de desatar su ira con los telefonistas, ya que considera que no son los culpables, y que son también víctimas.

07/07/2012 - El operador que atiende esta vez a RH, se apiada del estado de desesperación del mismo y le da un consejo: que reporte el módem portátil como robado, así su tarifa mensual se reduce en un 75%. Es lo más cercano a lo que RH pretende, que es dejar de pagar.

01/08/2012 - RH va hasta las oficinas centrales de la compañía de telefonía celular. Recibe las mismas evasivas, y monta un escándalo. Lo escoltan a la salida, pero lo dan de baja. No pagará los meses que faltan.

08/08/2012 - RH cuenta todo su periplo burocrático en una cena de amigos. Uno de ellos, que había trabajado como empleado de un call center para una compañía de televisión satelital, le explica que sí, que todo eso está regulado, que la única manera de conseguir que a uno lo den de baja en casos como esos es recurriendo a la violencia. Que la solución está allí, que es tan simple para la compañía como presionar un botón, pero que sólo lo hacen cuando los clientes pierden el control o llevan a cabo acciones legales. RH se indigna.

10/08/2012 - RH vuelve a convocar a sus amigos para comentarles un plan que acaba de idear. Ya que no hay manera de, legalmente, hacerle pagar esas molestias y abusos a los directivos de las compañías de servicios, y que estas situaciones generalmente evolucionan en episodios violentos que afectan sólo a los empleados de menor nivel, es necesario implementar alguna clase de escarmiento. Él propone lo que popularmente se conocería, más tarde, como "comando de chirlos". Cada uno de los comensales se compraría una pequeña palmeta plástica o de madera, en venta en cualquier sex-shop, y entre todos investigarían y estudiarían las caras y las rutinas de las cabecillas de las compañías de servicio, para golpearlos con sus palmetas, en cualquier lugar, en cualquier momento, de ser posible en lugares muy concurridos, para luego desaparecer. La mayoría de sus amigos lo considera una estupidez, pero algunos, tomándolo más como un juego de corta vida, deciden pertenecer a dicho comando.

19/08/2012 - Augusto Conte (en adelante AC), vicepresidente regional de un proveedor de conexión a internet, es golpeado con palmetas tres veces en el camino a su casa. El último golpe, recibido de RH, le deja una visible marca en la cara.

30/09/2012 - RH dicta una declaración de reglas y principios para su comando de chirlos. Lo difunde en varias redes sociales y, en pocos días, aunque de manera desprolija y sin organización central, la práctica se populariza.

15/10/2012 - AC contrata guardaespaldas y comienza a portar un arma.

17/10/2012 - Alejandro Díaz Herrera, gerente de ventas de la compañía de telefonía móvil cuyo accidente generó todo el movimiento, es el blanco preferido de RH, que lo golpea siempre sin dejarse ver cinco veces por semana durante esos dos meses. Esa misma noche se suicida, sin dejar ninguna carta a la familia, pero no es sorpresa: todo su entorno comenta que no era el mismo desde hacía semanas, que estaba paranoico e inestable.

28/10/2012 - Se dicta una ley inexplicable para más de la mitad de la población, que no estaba al tanto de las operaciones del comando: se prohibe la venta y tenencia de palmetas, con penas de hasta 25 años de cárcel. A partir de ese momento, los medios comienzan a hablar de la "actividad terrorista".

11/11/2012 - Tres conocidos miembros del comando de chirlos son apresados. Uno de ellos es acribillado a tiros en el lugar de la captura, por resistirse. Las fotos de las palmetas confiscadas aparece en las portadas de todos los diarios. Otros cuatro miembros perecen en episodios poco claros, que los medios relacionan con el "fenómeno de la inseguridad".

13/11/2012 - El comando de chirlos abandona el uso de las palmetas, y comienza a escupir y sopapear a sus blancos.

16/11/2012 - Los guardaespaldas de AC matan a RH de una golpiza, luego de que éste escupiera a su jefe. No son juzgados, y no pasan ni siquiera una noche bajo custodia policial. La opinión pública está dividida.

17/11/2012 - Hay escraches multitudinarios en la casa de AC y en sus oficinas. La compañía para la que trabaja lo despide. La fuerza policial reprime, y hay 27 muertos, dos de ellos, policías.

21/12/2012 - Se declara estado de sitio. Los policías tienen derecho a apresar a cualquier persona que les parezca sospechosa, sin rendir cuentas a nadie. Salivar se convierte en delito federal. Las cámaras instaladas por toda la ciudad le permiten a la policía detener a gran parte del comando de chirlos. La mayoría no vuelve a aparecer.

23/12/2012 - Agustina Zaldivar va a las oficinas centrales de un proveedor de televisión por cable a pedir la baja del servicio y el reintegro de la última cuota, puesto que el servicio no está en condiciones desde hace dos meses, y jamás fueron a repararlo. La hacen pasar amablemente a una sala de espera, donde no hay nadie más. Le dan un tiro en la nuca y la tiran al río.

jueves, 9 de febrero de 2012

Baño cósmico

/¿Me está mirando esa chica? No.
/Vos seguí leyendo, no le des bola.
/Pero siento que me mira... La tengo al lado y me mira. O no, quizás quiero que me mire, solamente. ¡Ahí está! Me miró. Aunque claro, como se mira a cualquier persona en el colectivo, nos miramos unos a otros todo el tiempo.
/Ahí te miró otra vez.
/¿Y por qué me mira? ¿O por qué la miro yo?
/Ahí está el tema. Vos sabés por qué la mirás, y querés que la respuesta a por qué te mira sea la misma. Pero no. Tener tetas grandes sólo sirve cuando sos mina.
/Callate, estúpido. Pero tenés razón.
/Claro que tengo razón. Eso es lo bueno de discutir con vos mismo. Siempre tenés razón.
/¿No estará tratando de descifrar qué es lo que leo? Como hago yo siempre...
/No, infeliz. Esa mina no lee. Las minas que sacan las tetas así para afuera no leen. Fijate el piercing que tiene en el ombligo, fijate que se le vea el ombligo, justamente, fijate el pantaloncito que lleva. Esas pibas no leen.
/¿Puedo ser tan prejuicioso? Sí, puedo. A fin de cuentas, suelo defender a los prejuicios diciendo que son herr--
/amientas, sí. No te sientas mal. Ni ella ni el novio leen. Porque, sigamos con los prejuicios, pero está viajando con el novio. O con lo que sea, pero es una persona con la cual se relaciona desde el cuerpo, desde el deseo, desde el sexo. Quizás se relacione desde ese lugar con todo el mundo. Quizás ese sea el hermano, ¿no? Ja, eso sería grandioso...
/Pará, sólo la estamos viendo desde hace dos minutos parada en un colectivo. No podemos armar la maqueta de su vida entera a partir de esto poquito que vemos.
/Pero si te encanta generalizar, y buscar patrones, y utilizar a los prejuicios para completar los (y cito) fractales personales de los cuales te encanta hablar. Y ella encima no soporta que lo hagas, qué imbécil que sos.
/Imbécil serás vos.
/Eso dije.
/Ahí me miró otra vez...
/Dale. Yo te ayudo a pensar eso que querés. Que sos lindo. Que los lentes te quedan bien, que el hecho de estar leyendo ya te hace más interesante y misterioso, que, bueno, sos pelado pero que no es para tanto. Que ya no sos taaaaan gordo, que tu belleza radica en, justamente, no ser para nada bello.
/No, no quiero pensar eso. Quisiera no tener que pensar todo esto sólo por el miedo que me daría pensar eso... Lo que quisiera pensar es en que, quizás... En que...
/Dale. Decilo. ¿O querés que te ayude?
/Quisiera pensar en que... ¡Pero mirá cómo saca las tetas! No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué esa pose? ¿Por qué me mira, por qué busca mi mirada?
/Vos buscás su mirada, vos te preguntás todo esto. Ella capaz que ni te vio...
/Pero esas cosas pasan, ¿no? Ves, en eso quiero pensar. En un cuento.
/Y dale con tus cuentos y tu blog y la puta que te parió. ¿Cuándo lo vas a cerrar?
/Callate. ¿Qué le pasa a la mina por la cabeza? Está viajando un sábado a la noche en un colectivo con el novio, y está sacando tetas y tratando de atraer los ojos de otros hombres. No, mejor quisiera saber que le pasa a un tipo que ve eso, como yo, pero que se siente un winner, aunque nada que ver, y capaz que se imagina toda una historia, como yo intento no hacer, pero en realidad... No, sería mejor pensarlo desde el novio.
/Mirá. Se desocupó el asiento de enfrente. Se va a sentar, y ya no van a poder jugar a mirarse...
/Opa.
/Ah... Esa no te la esperabas, eh...
/...
/Tenés miedo, es increíble.
/No, boludo. Pero es raro, ¿no? Me miró, y el novio le dijo que se siente, y ella le dijo que no, y el pibe insistió, y ella siguió diciendo que no, que se sentase él. ¿Seré demasiado machista que la situación me parece rara?
/No. El problema es que, en tu cuento, pasaría eso. ¿No? Lo estás viviendo como si fuera tu cuento.
/Ja, claro, tenés razón. En mi cuento, entonces, ahora que el chabón está de espaldas, y sentado, y mirando por la ventanilla, ahora que ya no la ve a ella ni a mí, enton--
/...
/...
/Ahora yo también tengo miedo.
/Es increíble. No. Mi cuento no tenía que hablar de eso. Mi cuento tiene que hablar de esto que acaba de pasar. De cómo estaba pensando en que ahora ella tendría que ir más allá, tendría que llamar mi atención, y me imaginaba que me tocaba haciéndose la distraída, y eso hizo: estiró su mano para agarrarse del asiento y tocó mis manos. ¿Cómo pudo darse al mismo tiempo? ¿Cómo pude anticipar eso, aunque por las razones equivocadas?
/Claro, ahora cagamos. Para no pensar en que la mina puede estar queriendo llamar tu atención (ya que sus tetas pareciera que no alcanzan), vas a empezar a pensar en todo ese rollo de los cruces temporales y de la no-linealidad del tiempo y--
/¡Claro! Como eso que quiero escribir.
/Todavía no lo escribiste. Pero ya está escrito.
/¿Me estás gastando? A veces no sé cuándo me gastás y cuándo no...
/No importa eso. Mirá. Se bajan.
/Sí, no me importa ya. Ya no importa. Lo que pasó fue mágico. Fue como la vez esa, ¿te acordás?
/Es al pedo que finjas que me hablás a mí. Todo lo que vos recuerdes, yo lo recuerdo. Pensalo, o escribilo, mejor dicho, y listo.
/Tenés razón. Una noche en que con unos amigos, en nuestra más estúpida adolescencia, nos propusimos generar un ambiente paranormal, comencé a buscar señales, comencé a buscar mensajes de algún orden superior, comencé a exagerar cualquier eventualidad convirtiéndola en algo con un significado oculto e importantísimo. Así fue que, marqué como primera señal, el cadáver de una cucaracha, que apareció de la nada. Mal augurio. Marqué como otra señal, un souvenir de bautismo que un amigo mío rompió sin intención al moverse torpemente. El souvenir era un pequeño angelito, eso tampoco podía ser bueno. La noche siguió, ya empezábamos a sentir cierta paranoia, aún siendo dos de los cuatro participantes ateos escépticos que siempre se ríen de todo. Yo jodía constántemente con que, eventualmente, la radio nos daría una señal. Estaba desenchufada, pero yo recordaba cada tanto, que llegaría ese momento. Ese momento llegó. Aburrido, quizás impulsado por algún silencio, o quizás porque me divirtió pensar que había llegado el momento, dije "bueno, ahora vamos a ver qué nos dice la radio". Un segundo después, uno de mis amigos estaba pálido, con los ojos desorbitados, y yo sé que estaba cagado en las patas. Era el único que, además de un servidor, conocía el tema que estaba sonando justo cuando encendí la radio. Y yo reí. Yo fui feliz. Me sentí como rejuvenecido por un baño cósmico. Eso que tenía que pasar, pasó. Eso que buscaba estaba ahí. El tema que sonaba era uno llamado "between angels and insects". Trato de pensar en algún tema más adec--
/Te tenés que bajar.
/¿Qué?
/Que te tenés que bajar del colectivo, te vas a pasar.
/Ah. Gracias.

jueves, 2 de febrero de 2012

Fantasmas

  - Disculpame... ¿Vos sos Ernesto Franchín?
  - Sí... ¿nos conocemos?
  - No, no. Bah, en realidad, yo creo que te conozco. Es la primera vez que te veo pero... No, además, no te conozco. No. No, no nos conocemos. ¿Me puedo sentar? Gracias.
  - Em, sí. Siéntese. ¿Su nombre es...?
  - No importa. Mirá, voy a intentar ser directo, y robarte poco tiempo. Vos a los 16 años causaste una gran impresión en una chica, ni siquiera sé si la recordás. Lorena. ¿Te suena? Morocha, muy bonita, Lorena Solano.
  - Ssssí... Lorena. Fuimos compañeros en la secundaria, sí. Bonita chica... ¿Está bien? ¿Le pasó algo?
  - No, ella está bien. Y tampoco vengo a reprocharte nada que le hayas hecho o dejado de hacer. No es de mi incumbenc--
  - Momento, señor. No sé quién es ni qué le hace creer que puede venir a--
  - Te estoy diciendo que no me importa nada, dejá de atajarte.
  - No, me parece una falta de respeto. Vuelvo a preguntarle, ¿quién es usted?
  - Digamos que soy el tipo que está con ella. O que estaba. Ella no lo sabe, pero me parece que acabo de dejarla. De eso se trata esta charla. Necesito que vuelvas a su vida. ¿Hace cuánto que no se ven?
  - ¿Qué?
  - Hace cuánto que no se ven.
  - ...
  - Dejá de actuar tanta indignación, por favor. Bueno, está bien. Vos escuchame. Mirame y escuchame, dejá de ojearlo al mozo, no te voy a hacer nada, sacate ese miedo estúpido de la cara y escuchame. Esta piba no te olvidó, por alguna razón te idealizó. Sí, le dije "piba", y nosotros hace tiempo que no somos pibes, pero ella se quedó ahí, o andá a saber dónde, quizás antes. Y vos sos como un ancla. O eso ella cree. Porque, y perdón por la sinceridad, pero no sos la gran cosa. Ahí está, la cara de desprecio te queda mejor, además de que es más acertada. No, no, no amagués a levantarte, quedate y escuchá. Escuchá porque es interesante. La boluda esta persigue fantasmas, quizás todos lo hagamos. Yo fui uno de esos fantasmas, una persona en la que ella no podía dejar de pensar. Una piedra, un obstáculo en su vida. No podía estar con otros tipos, porque quería estar conmigo.
  - Tampoco sos la gran cosa.
  - Y vos sos muy obvio. Pero por lo menos ya me estás tuteando, algo es algo. Claro, yo soy un desastre, ni de cerca soy lo que ella esperaba. Aunque mi impresión es que ella no deseaba más que esto, esta cosa imposible, un desastre de persona, como seguramente podés apreciar. Pero me consiguió, me convenció. Y acá estamos. Vos sos el próximo fantasma. No me preguntes cómo lo sé, no tengo ganas de alimentar tu ego. De hecho, si no fuera una emergencia, me ahorraría el tener que pedirte algo. Porque sos seguramente tan imbécil, y esto lo digo con todo respeto, que debés estar pensando que hay una mina que quiere estar con vos, después de tantos años, una mina qu-- ¿Te tengo que pedir disculpas? Dale, sentate. Te la hago corta, son cinco minutos. ¿Está bien?
  - ...
  - Bueno. Volvamos al tema de los fantasmas. Vos también sos un fantasma. Y estás casado, y no tenés interés, espero, por una mina problemática como Lorena, y lo bien que hacés. Pero yo tengo muchísimo interés, y más que nada por resolverle ese jueguito de los espectros que no la dejan relacionarse con tipos. Entonces: te pago dos lucas por mes. Dos lucas por mes, para que la empieces a ver, una vez por semana. Decile que dejaste a tu mujer, no me importa.
  - Estás loco. Es una locura.
  - Pará, pará. Vos escuchame. La empezás a ver, te la llevás a un hotel. No va a aguantar más de un par de meses. Y ahí va a aparecer otro fantasma, siempre es así. Vamos apareciendo, pero siempre para atrás, ¿entendés? Somos fantasmas de su pasado. Y no hay tipos en su vida antes que vos, la conozco bien. Sólo queda el hermano. Y ahí vemos qué pasa. Porque al hermano lo tiene a mano, ¿entendés? A vos te tuve que venir a buscar, pero en cuanto vea que quiere estar con el hermano, cuando empiece a sentir que siempre quiso estar con el hermano... Va a ser buenísimo.
  - Yo lo conozco al hermano. Sos un imbécil. Y un loco peligroso.
  - Todo lo que quieras. Pero, desgraciadamente para todos nosotros, siempre tengo razón. Así que escuchame. Dos lucas por mes. Por cogerte a una mina que está buena. Ni vos sos tan boludo como para decir que no. Aparte, te digo que ni bien te agarre... Mamita. No lo vas a poder creer. Pero dura poco, ese es el tema. Con nosotros, por lo menos. Capaz que con el hermano dura más. ¿Pero se animará?
  - ¿Estás hablando en serio? ¿Viniste hasta acá para pedirme que salga con tu novia?
  - No es mi novia.
  - ¿Y querés que se coja al hermano?
  - ...
  - Sos un enfermo.
  - No hace falta que te indignes y que te vayas. Conmigo no tenés que actuar. En fin... Llevate el teléfono, tomá. Pensá que la piba está mal y que yo estoy jodiéndole la vida. Llamala para ayudarla, aunque sea.
  - Una mierda. Eso es lo que sos.
  - Blablablá. Hacé la tuya.
  - Imbécil.
  - Chau. Saludos a la familia.
  - ...



  - La vas a llamar. La vas a llamar. Es una mierda, pero siempre tengo razón.

lunes, 16 de enero de 2012

Guerrilla

  - Dios es perfecto.
  - Dios es omnipotente. Hay una diferencia.
  Se miraron a los ojos por un breve instante, midiéndose. Durante esos segundos, Tomás tuvo la ilusión de que estaban en igualdad de condiciones, a pesar de estar desnudo y de rodillas sobre el suelo mojado, con sus manos atadas a la espalda, cubierto por su propia sangre reseca y con el cañón de una pistola apuntándole directo a la frente.
  - ¿Y cuál es esa diferencia, a ver?
  "Eso es, dudá", pensó Tomás.
  - Dios es omnipotente. Dios dice lo que está bien y lo que está mal. Dios, entonces, es el que escribe la historia, el que decide que Él es perfecto. ¿Y qué valor tiene eso? ¿Acaso esa es razón suficiente para seguirlo?
  Vio el temblor del cañón, sabiendo que, en cualquier momento, un disparo interrumpiría su discurso. Casi sin esperanzas, estaba viviendo sus últimos minutos, y jugándose sus últimas fichas.
  - Dios ES perfecto.
  - Dios es. Dios es un hijo de puta, eso es. Dios es un tiran--
  René martilló su pistola, y a Tomás se le secó la garganta.
  - Pará, René. Escuchame. Ambos sabemos que Dios existe. Ambos sabemos que Dios nos domina, porque bien sabés que no nos creó, no sabemos cómo fue la mano pero a vos también te hace ruido todo ese cuento del Génesis, no seas hipócrita. Pero nada de eso importa. Lo que importa es: ¿tenemos necesidad de seguirlo? Es la historia del más fuerte y los más débiles. ¿Por qué la verdad la dicta la fuerza? ¿Por qué, si es tan bueno, condena el diálogo y la duda? ¿Por qué me toca el infierno si fui un tipazo pero jamás recé, pero va al cielo un flor de hijo de puta que le paga los vicios a un pastor igualmente hijo de puta?
  Tomás sentía cómo cada "hijo de puta" que pronunciaba iba acercando la bala a su destino: el piso mojado, luego de atravesar su cerebro. Veía en René una furia y un asco apenas contenidos, y sabía que no habría manera de escapar a la muerte. "Pero si, aunque sea, puedo sembrar la duda en él, no habrá sido en vano".
  - El hijo de puta sos vos- contestó René con palabras atropelladas-. Un soberbio hijo de puta, ¿quién mierda te creés, eh? ¿Qué sos? Sos un insecto, no sos nada, sos un efímero destello en un mosaico infinito y perfecto. ¿Cómo no lo celebrás, cómo podés intentar rebelarte? E "intentar" ni siquiera es la palabra, porque no hay posibilidad de éxito- ya se iba calmando, recuperaba su tono y ritmo normal-. No podés trastocar el orden de la creación del Señor, no podés negarlo ni escapar de su presencia. Él es uno con el tiempo y la materia. La soberbia de ustedes es... inexplicable.
  - Nuestra soberbia no es tal. Llamalo "orgullo" si querés. Es el orgullo y la celebración, justamente, de nuestra condición humana. De nuestra capacidad de decidir qué está bien y qué está mal.
  - Pero eso es parte del plan del Señor. Él nos otorgó el libre albedrío...
  - No, imbécil- y la bala se acercó aún más-. Eso es lo único que no supo sacarnos. Porque es lo que no entiende, lo que no forma parte de su naturaleza. Si él nos creó, lo hemos superado. Porque hemos vencido todos los absolutos que él propone, todos los límites que ustedes defienden ciegamente. No me tenés que matar, René. Pensalo. Si Dios es perfecto y tiene un plan, nosotros somos parte de él. Nuestra existencia, y hablo de nosotros, los ateos, los agnósticos, los satanistas, los humanistas, es parte de su plan divino, de su mosaico infinito y simultáneo, y no somos un peligro. Vos estás ahí, y sos dueño de tu pistola, de tu bala, de tu tiempo- al decir todas estas palabras, sentía el calor del disparo abriéndose camino en su cabeza, y no encontraba cómo ordenar su discurso en tan poco tiempo-. Si existe un plan, no soy un peligro. No soy nada, como vos dijiste. Pero vos mismo estás ahí, dudando. Y si podés elegir no matarme, es porque no soy un peligro. Más aún. Quizás Él sea el peligro. Quizás Él y su sed de sangre, de mi sangre. Pero lo podemos vencer juntos.
  - Dios es perfecto, Tomás. Y tu discurso es muy confuso.
  - ¡Probá a hablarle a tu verdugo después de haber sido golpeado durante días, hijo de una gran puta!
  La bala ya comenzaba a ejercer presión sobre su piel.
  - Dios es perfecto, Tomás. Ya te lo dije. Y yo soy su soldado. Jamás es Él el que se equivoca. Somos nosotros, la carne de su voluntad, la que no alcanza a comprender sus designios. Jamás dudaré de Él. Ese es tu camino, y mirá hasta dónde te trajo.
  - Tu Dios es un sorete, René. Mirá cómo está el mundo, mirá lo que somos como raza. Mirá lo que te obliga a hacer.
  - Mi Dios no me obliga a nada. Él sólo perdona.
  Y la bala se alojó, finalmente, en el suelo.

domingo, 15 de enero de 2012

Diario de Dios y sus contemporáneos: Dios como evolución del hombre

  Hubo un tiempo en el que el tiempo no existió. Así como cada uno de nosotros emergió de la inconciencia, y nos sumergiremos en ella eventualmente, también lo hizo y hará el universo entero. La materia y el tiempo.

  Hace tiempo que olvidé lo que es sentir. Hace tiempo que olvidé qué es "ser feliz", o "sufrir". Reconozco sus efectos, veo seres que conocen la diferencia, que viven esos matices. Pero hace tiempo que he dejado de vivir. Hace tiempo que la palabra "tiempo" ha perdido su anterior significado. Nada y todo es lo mismo. Nada y todo me atraviesa, y estoy hecho de la misma fibra que el universo entero.

  En este universo, en esta versión de las infinitas posibles, se dio el fenómeno que nos gusta clasificar como "vida". Casi por azar, se fue desarrollando hasta engendrar esto, esto que se evidencia acá mismo, un lenguaje, una conciencia no plena pero sí abarcativa, una curiosidad constante. El hombre. El hombre y sus millones de etiquetas, de saberes, de conceptos, de inquietudes. ¿De dónde despertamos, qué había antes, qué habrá después?  Preguntas y más preguntas. Respuestas que, con la voracidad característica, destrozamos para reemplazar por otras que luego serían devoradas y que darían lugar a otras respuestas que a su vez encontrarían un reemplazo, así en un ciclo interminable, que se interrumpirá sólo Dios sabe cuándo.

  J. ha desaparecido. Se ha esfumado. Es el único de todos nosotros que ya no se presenta a las reuniones, ha dejado de informarnos de sus actividades, y nadie, ni siquiera aquellos más cercanos, saben qué le ha ocurrido. Él era el más dotado, y es por eso que nos entristece su desaparición.

  Dios fue una respuesta, la respuesta a todas las preguntas. Pero pronto, pasados algunos milenios, se abandonó casi por completo, dejando que apenas grupos reducidísimos de personas hablaran todavía en su nombre. El hombre controlaba finalmente su entorno, y su inquieto mundo interior. Ya no necesitaba la idea de un protector magnánimo. El hombre era su propio protector. El hombre, la especie entera, por fin funcionando como un solo organismo. En equilibrio.

  El dolor no existe. El dolor existe sólo en mi mente, yo lo conjuro. Y el dolor existe ahora en sus cuerpos, ellos me enseñan lo que olvidé, lo que fui. Ante mi orden brota la sangre. Yo doy y quito la vida. He quedado solo, ya que nadie habla mi nuevo idioma, que es el idioma de la creación.

  Y Dios reapareció. Y ya no hubo un pasado en que el tiempo no fue tiempo. Ya no hubo un comienzo. No hubo rincón de existencia que no fuera inundado por su presencia. Con su potencia creadora y arrogante, arrasó con toda la historia, con toda la humanidad, con todo. Y nos dijo que nos creó a su imagen y semejanza. Y nos dijo que siempre existió, y que siempre existiría. Y es la pura verdad, porque así lo quiso.

lunes, 9 de enero de 2012

Semáforo #2

  Preguntas para hacerte si querés cerrar tu blog 

  ¿Para qué escribir, cuando hay tanto por leer? ¿Para qué intentar vaciar un recipiente que está lejos de estar lleno, y que sigue pidiendo por contenido? ¿Para qué hablar, cuando es probable que nada de lo que digas se entienda, cuando ninguno de tus discursos adquiere la forma que habías pensado originalmente, cuando te es imposible una comunicación medianamente exitosa, en parte por tu críptico pudor y en parte por tu casi inexistente claridad de pensamiento? ¿Para qué hablar, cuando es siempre lo mismo, siempre diciendo lo mismo, siempre escribiendo lo mismo, y dale con lo mismo? ¿Para qué hablar, la reputísima madre, cuando te asalta el constante pensamiento de que tu interlocutor jamás te presta atención, y que cuando lo hace, está esperando que decidas callarte, que finalmente tengas la epifanía con la orden divina de dejar de mirar el mundo desde tu ombligo? ¿Para qué hablar, cuando como respuesta sólo alcanzás a ver muestras de fastidio, de aburrimiento? Quizás para ver si, por una puta vez, no tengo razón. Cómo se puede estar equivocado todo el tiempo y al mismo tiempo siempre tener la razón, jamás lo sabré.

  Puente 

  Confiar con el cuerpo, desconfiar con la mente. Ese pareciera ser el camino. Confiar ciegamente en cada acción, desconfiar detrás de cada sonrisa, de cada palabra amable. Darle la espalda al que vi que tiene un cuchillo en la mano, y pensar en dónde esconderá el cuchillo a la que se aproxima con una flor.
  Pobre ella. Ella o él, de quien desconfío. Porque no sé si lo escondo o no. Quizás se note, quizás siempre esté recordándoselo. Pero me manejo como si confiara plenamente en la práctica, lo que a mí me parece noble, pero no siempre a ella. O él, sí, también puede ser. Pero siempre es con ella.
  Entonces me creo un puente. No puedo ser un fin en mí mismo, nadie me puede tener como destino. Soy el camino hacia. ¿Hacia qué? No siempre lo sé. Muchas veces lo intuyo. Y duele. Pero acepto lo que me ofrezcan, y me ofrezco con todo el cuerpo, sí. Soy la vaina para tu cuchillo, siempre. O tan solo el puente, sí, el puente que debas pisotear para llegar a un lugar mejor. Aún así, me siento halagado. Todos los caminos conducen a Roma, pero me elegiste a mí.

  Figuras 

  La curva de una espalda (no, no de "una", de "la" espalda, mejor dicho). La cola, las caderas. Tan suave, un camino tan fácil para recorrer con mis manos, o para dejar mis manos allí, no descansando, sino aprendiendo. Aprendiendo a evocarla, a recordarla para siempre, a guardar esas sensaciones en un banco de memorias a prueba de todo, justo al lado de su aroma, del intenso sabor de sus besos. Del hermoso color de su piel, de las hermosas marcas que la distinguen y que ella odia, quizás por eso mismo. Sus hermosas tetas (sus tetitas, sí, no voy a decir ni "pechos", ni "senos", estúpidas y asépticas palabras que, justamente, intentan ser sólo letras y decir lo menos posible). No puedo escribir acerca de sus tetas, pero podría estar todo el día pensando en ellas, cosa que, de hecho, creo que hago. Su voz. Su risa. El enorme placer que significa oír su risa, enorme tesoro que me dedicaría a intentar desenterrar durante toda mi vida, todos los días, a toda hora. Su mano sobre la mía, en un tren. Su hermosa nariz. Ese precioso perfil, con los lentes puestos, mirando atentamente hacia el escenario, sin saber que yo la miro a ella, y que sonrío, río felizmente por dentro, le aprieto la mano y ella me mira, y nos besamos. Verla vistiéndose. Verla partir. El dulce dolor de no tenerla a mi lado, por momentos embriagador. La horrible sensación de que, quizás, todas estas figuras no se repitan. De que, quizás, todo haya terminado. Un nuevo mensaje suyo.