martes, 3 de abril de 2012

Siesta

  Me doy cuenta, tarde, de que el recital es hoy. ¿Cómo no lo pensé antes? Todas las entradas están en mi poder. ¿Por qué ninguno de los que va conmigo me llamó todavía? ¿Nadie se acuerda de que hoy es el recital? Miro la hora, pienso. Ezequiel está acá, conmigo. Estamos con nuestra familia, todos ríen, yo me empiezo a desesperar. Le digo "Hoy era el recital, ¿no?". "Ah, no sé, puede ser. ¿Era hoy, no?", me responde. Abro el aparador donde guardé las entradas, pero no las veo. Están las entradas para Secret Chiefs, pero no las de Radiohead. ¿Dónde las puse? ¿Era hoy? ¿Pero cómo es que nadie me llamó? Ah, ahí están. Debajo de aquel libro. Cinco entradas. Las dejo ahí. Una para mí, otra para Eze, otra para Gona, otra para Leandro, y otra para Laüra. ¿Se acordará ella que era hoy el recital? Más temprano hablamos, y me dijo que se iba a dormir la siesta. Debe estar durmiendo, no se acuerda. Mi familia sigue en su mundo, compartiendo risas y comida. ¿Era hoy? Vuelvo al aparador, a ver la fecha de las entradas. ¿Y hoy qué día es? Miro la fecha en mi celular. Mi celular, que cada vez anda peor. La pantalla está rara, me cuesta leer los números. Sí, es hoy, la puta madre. Dentro de una hora y media. Tengo que llamar a Laüra, tengo que lograr que se despierte, se tiene que preparar, tiene que estar lista, nos tenemos que encontrar. Rápido. La llamo, me voy de la casa para llamarla desde la vereda. Suena, suena, no me atiende. Hasta que siento que el tono se corta, y escucho algo así como un ruido ambiente. Me atendió, pero sólo para que deje de sonar. Dejó el teléfono descolgado (aunque con un celular esa expresión no tiene mucho sentido, pero hizo su equivalente: atendió y lo volvió a poner en su mesita de luz). Escucho con los ojos, veo el techo de su pieza, veo ese silencio poblado de interferencia. No me escucha, no me quiere escuchar. Quiere seguir durmiendo, se peleó con la madre y no quiere saber nada de nada. Pero tiene que atenderme, el recital es hoy. Corto. No tiene sentido volver a llamar, me va a dar ocupado. Tampoco puedo mandarle mensajes. ¿Qué hago? A todo esto, le indico a mi primo que llame a Gona y a Leandro, que les avise que es hoy, que las entradas todavía las tengo yo, que nos encontramos allá, pero rápido, tiene que ser rápido, nos vamos a perder a Radiohead. Llamá a Leandro, Eze. Y pienso. ¿Qué hago con Laüra? Vuelvo a buscar las entradas, las guardo dentro de un libro, vuelvo a salir a la vereda. Tengo el número de su casa. Claro, puedo llamar directamente a su casa, hablar con su madre, por primera vez, contra los deseos de ella, hablarle y decirle "necesito que despierte a su hija, tengo una entrada que es de ella, y el recital está por empezar. Entre a su pieza, dígale que me llame". ¿Podré hacerlo? Sí, es la única solución. ¿Se enojará ella después? Es probable. Entro otra vez a la casa, le digo a Ezequiel que nos tenemos que ir. Salimos, empezamos a caminar, le pregunto si llamó a Leandro, me dice que le mandó un mensaje de texto. ¿Y qué te dijo, qué le dijiste? Es un imbécil, le mandó una especie de cita a una canción que nos gusta, el otro no va a entender que-- ¿Por qué no lo llamaste? Ayudame un poco, no puedo hacer todo yo... ¿Qué hora es? Falta una hora para el recital. Ni siquiera nosotros vamos a llegar, y no sé dónde es. Es decir, tengo la dirección, pero no sé cómo llegar. Y no tengo la guía encima. Pará, esperame, tengo que volver a entrar. Esperame acá, y llamalo a Leandro. Vuelvo, agarro mi bolso, donde está mi guía, vuelvo a salir. Una vez afuera, busco la dirección. Está en las entradas. ¿Y dónde dejé las entradas? Estaban en el libro que tenía en la mano, cuando fui a buscar el bolso lo dejé en la mesa del living. Vuelvo entonces, pensando "no llegamos más, y todavía tengo que llamar a Laüra, ¿y Gona? ¿Alguien le avisó?". Salgo corriendo, tenemos que lleg


Las pesadillas de las siestas son las peores.

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