miércoles, 10 de diciembre de 2014

Sin título, número 1

  El primer día no me enteré de nada. No noté nada extraño. Las desapariciones eran sólo eso, no las integré a una visión general. Raro en mí. Siempre me creí algo así como un cazador de patrones. Lo que confirma que la opinión que tenemos de nosotros mismos es siempre desacertada. Até cabos recién al segundo día. Ese primer día, sólo noté que Guillermo había faltado al trabajo. Le pregunté a Julia si necesitaba que me quedara hasta más tarde, para cubrir su turno. Su única respuesta fue una mirada fría, difícil de precisar si era de desprecio o de indiferencia. Me volví a mi casa a la hora de siempre. Julia no contestó a mi saludo.

  El segundo día, sí. Lo noté. En el colectivo sólo viajaban mujeres. Y yo. La chofer era una de las pocas mujeres que trabajaban en esa línea, la misma que me había llevado y traído de vuelta el día anterior. ¿Dónde estaban los hombres? Yo estaba ahí, ¿dónde estaba el resto? Julia no me dice nada, pero sé que Guillermo hoy tampoco viene. Hoy sí me quedo hasta tarde.

  Les mando mensajes a mis amigos, pero ninguno me contesta. Llamarlos, así, de la nada, me parece demasiado invasivo. Aún en una situación como esta. Espero a que respondan. Hace tanto que no hablo con ellos. Su silencio no significa nada. Nada nuevo, al menos.

  Las mujeres en el colectivo me miran mucho. Demasiado. Es la misma mirada fría de Julia, no sé qué significa. ¿Dónde están los hombres? ¿Me culpan por su desaparición? ¿O me culpan por no haber desaparecido?

  En el trabajo contratan a una chica para ocupar el lugar de Guillermo. Ya no me quedo hasta tarde. También contratan a una chica que hace mi horario, y trabaja en mi escritorio. Me mudo de escritorio pero no le pido explicaciones a Julia. He olvidado el sonido de su voz, pero creo recordar que me aterraba.

  Los hombres existieron. Hay fotos, hay miles de pruebas. Pero ya no queda ninguno más que yo. Todas ellas me miran, algunas sorprendidas. Me acostumbré a vivir en esta extrañeza. No fue tan complicado: sólo hay mujeres. Pero para ellas es más complicado. Sólo hay mujeres, hasta que yo paso caminando. Entrar y salir de esa realidad debe ser incómodo, puedo entender el odio detrás de algunas miradas.

  A la noche me cuesta dormir. Recuerdo que antes podía temer la intrusión de algún agente externo violento. En todas esas fantasmagorías pesadillescas, el intruso era un hombre. Ahora que ese temor es obsoleto, ¿qué es lo que me aterra? Lo que sea que haya hecho desaparecer a los hombres ha decidido ignorarme, no es eso. Me cuesta tratar de detectar a qué temo. Mis pensamientos son interrumpidos por el terror que produce cualquier mínimo ruido. Y cuando es de día, ya no tengo necesidad de pensar en el miedo nocturno.

  La colectivera pasó de largo. Van dos días seguidos. Camino hasta paradas en donde haya mujeres esperando. Ahí sí, entonces para.

  Este mes no me depositaron el sueldo. Quizás sea mejor así. Voy hasta el estudio de una abogada conocida, tengo el número de teléfono pero prefiero presentarme en el estudio y aguardar. En la sala de espera hay dos mujeres. Menos de un minuto después de sentarme, una de ellas se retira. La otra se me acerca, ofuscada, y me espeta un "¿No le da vergüenza?". La verdad es que sí.

3 comentarios:

  1. Qué barbaridá. Y yo que pensaba que ser el último hombre en la Tierra era la solución a todos mis problemas.
    Tendré que aprender a teletransportarme.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ... para que, cada vez que llegues a tu destino, te esté esperando alguien (probablemente una mina) que te reciba con un "Bufff... ¿no era que te ibas, vos?".

      Eliminar
  2. Bravísimo. Qué lindo verte de vuelta en las canchas.Gracias.

    ResponderEliminar