viernes, 20 de septiembre de 2013

Para Ana (y Manuel)

  Muchas veces, paseando por los pasillos de la facultad, haciendo tiempo, te vi. Las primeras veces te encontré de casualidad, y durante un tiempo estuve sin saber si eras vos o no. Cuando me convencí, y quizás antes también, comencé a buscarte. Ya no hacía tiempo y entonces te encontraba, sino que me hacía un tiempo para encontrarte. Está de más acotar que nunca te hablé, que lo pensé muchísimas veces, que me paré para mirarte a través de los enormes ventanales del aula que ocupabas esperando que, quizás, me vieras y reconocieras. Con eso me alcanzaba, con el ínfimo hecho de que supieras que yo existía, que otra vez compartíamos un espacio y que podías llegar a verme paseando por ahí, solo.
  Pero lo interesante, esta vez, es que no me arrepiento. Esta vez, hice bien en quedarme callado y a la sombra. Claro, parecía que esta iba a ser otra de las tantas confesiones lacrimógenas, oh, por qué te dejé ir. No. Por una vez, estoy orgulloso de haberme quedado en el molde. Igualmente, quiero imaginarme que te digo todo esto, que lo leés, y que ni sabés quién te lo dice, porque no te acordás de mí. ¿O te hacías la boluda? ¿Cómo puede ser? Pero me estoy adelantando...
  ¿Cómo podés no acordarte de Manuel? De hecho, si yo me acuerdo de vos, si me vi obligado a perseguirte por los pasillos de la facultad, es por Manuel. Manuel, en quinto grado, nos enseñó a todos los chicos del curso qué era el amor. Eso que él sentía por vos, dejaba a todos nuestros enamoramientos como una cosa pueril e insustancial. La locura que tenía por vos, el brillo en los ojos cuando te nombraba, aún cuando las cosas que decía eran las más chabacanas que habíamos oído hasta ese momento, aún así eso era amor. ¿Cómo no te acordás de él? Era el pibe más gracioso. Y medía un metro. ¿Cómo no te acordás de él, si por él aprendimos qué eran "insuficiencia renal" y "diálisis"? Quinto y sexto grado giraron alrededor de Manuel. Y, por ende, a tu alrededor. Casi todos dejamos de mirar al resto de las chicas para mirarte a vos, celosos de ese amor que Manuel sentía, para tratar de hacerlo nuestro. Yo, el capitán frío, ese pibe que estaba totalmente alejado de todo y todos, yo, me paraba en la vereda de mi casa cinco minutos después de llegar de la escuela porque sabía que vos ibas a pasar por ahí, acompañando a Zaira, y que seguramente te ibas a burlar de mí, me ibas a cargar con Laura, la rubia del grado, cuando yo en ese momento quería que me cargaran con vos. Pocas cosas me avergüenzan más que esa espera en la puerta de mi casa. La humillación que me dedicabas era, para mí, lo mejor del día.
  Entonces, ¿cómo es que no te acordás de Manuel? ¿Cómo es que Pablo y Manuel fueron hasta tu casa unos años después de que te cambiaras de escuela y vos no los recordabas? ¡Manuel medía un metro! ¿Cómo podías olvidarlo? Eso es lo que trato de explicarte y de explicarme. Para nosotros, Manuel y vos nos enseñaron qué era el amor, ese amor de mierda que le caga la vida a tanta gente, ese amor que te obliga a pensar que tenés que querer a otro por más que ese otro no te quiera ni ver, ese amor que te hace pensar que podés medir un metro pero que, si sos gracioso, capaz que salís ganando. Pero vos, si es que aprendiste algo, preferiste olvidarlo.
  Manuel ahora está muerto. Nombrarlo es llamarse al silencio.

5 comentarios:

  1. Lo leí dos veces. Una trompada.

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  2. ¿No se acordaba de Manuel? Patrañas: se hizo la pelotuda. Que no se acordara de mí, vaya y pase (yo no me recordaría). ¿Pero no recordar a Manuel?
    Ir hasta la casa de ella fue una de las cosas más humillantes que sufrí porque, a mí también y como a todos, me gustaba Ana. Estaba ahí con Manuel, en la vereda, y decía que no se acordaba de nosotros. Hija de puta. El esfuerzo, con lo tímido que soy, que representó ir ¡hasta la casa a tocarle el timbre! para que me dijeran "no tengo idea quién sos".
    Y lo más triste es que Manuel insistió en quedarse en esa vereda, a pesar de que le estaban diciendo "te olvidamos". Fue patético, muy triste Ale. Yo quería irme corriendo de ahí... Y Manuel sacaba charla...
    ¿Cuántos años teníamos? No creo que más de catorce o quince.
    La vida es una mierda Ale -sobretodo en mi adolescencia-, gracias por recordármelo.

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    1. "Y lo más triste es que Manuel insistió en quedarse en esa vereda, a pesar de que le estaban diciendo 'te olvidamos'."

      Bueno. Eso. Eso eran Manuel y Ana. Eso es lo que él nos enseñó del amor. Y pobre de aquel que se le dio por aprenderlo.

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    2. Si esto salió de nuestra última charla... bueno, no sabés cómo estoy. Así que lo próximo será terrible.
      Deberíamos escribir un libro de auto ayuda Ale. Le levantamos el ánimo a cualquiera...

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