Dedicada a todos los estúpidos que (alguna vez) escuchamos "Creep" y nos sentimos identificados.
Es el deseo festivo de este blog que ya no te pase. Por un 2014 libre de llantos imbancables.
viernes, 27 de diciembre de 2013
martes, 24 de diciembre de 2013
Una entre doce
Es una tortura cada vez que una chica linda se sienta al lado mío en el tren. No puedo evitar pensar qué puedo decirle, de qué manera puedo llamarle la atención, qué puedo hacer para generar en ella un interés análogo al que siento. Pero por cada acción que quiero emprender, se genera una reacción contraria de igual magnitud. Es una de las leyes básicas de la física, y la vida se rige por ella. Es así que, si pienso en comentarle lo linda que es, me llamo cerdo por dentro, me tildo de superficial, y ojalá ahí me detuviera, pero no, me acuso de machista, de invasivo y repulsivo. No, no, no le voy a decir que es linda. ¿Y si saco el libro que tengo en el bolso, para que vea lo que leo? Pretencioso, snob, imbécil. No.
- Perdoná, ¿este tren va para Banfield, no?
¡Es ella la que me habla! Tan fácil era.
- Sí.
Es todo lo que le contesto. No me sale nada más, no sé qué más podría decirle, miro por la ventanilla como un gil y rezo a las fuerzas místicas que nada hacen en mi vida para que ella no espere nada más, para que me haya olvidado. El tren finalmente abandona la terminal y me siento un imbécil, creo que me superé una vez más, que todo lo que hago sube un poquitito más el techo de imbecilidad que creí que ya no podía sobrepasar.
Cuando los fantasmas que me acusaban de snob se callan, saco mi libro y me dispongo a leer. ¿Qué más puedo hacer? Mejor ya no pensar en ella, de nada sirve, tuve una oportunidad y la dejé pasar. Que este sea un viaje en tren como todos y listo. ¿De dónde salen esas esperanzas estúpidas, por qué espero que una chica linda (tampoco es tan linda, digamos una piba tirando a normal) se siente al lado mío para empezar a fantasear? ¿De qué me sirve?
Me digo todo esto, intento leer, pero no puedo dejar de prestarle atención a ella, de espiarla con el rabillo del ojo. Cierro el libro. Se está quedando dormida. Cabecea, y cada vez que frenamos en una estación, se para toda sobresaltada tratando de identificar dónde estamos.
Ya sé.
- Si querés te aviso cuando estemos por llegar a Banfield. Mirá que yo me bajo después.
- No, no. Sé dónde bajarme.
- Está bien, yo... decía por si querías... dormir.
Estuvo bastante bien. No aceptó mi ayuda, es cierto. ¿Me pregunto qué me habría constestado si yo fuera lindo? O "pibe tirando a normal", por lo menos. No, eso no tiene nada que ver. Lo que sí me pregunto es esto: ¿habría ofrecido mi ayuda si ella no fuera una ella y en cambio fuera un él? Es difícil ofrecerle ayuda desinteresada a otro hombre. No existe la ayuda desinteresada. Todo el que te ayuda te quiere coger. O quiere algo, y la mayoría de las veces es coger. O no, no necesariamente, pero a lo que voy es que no me arriesgaría a que un tipo pensara que me lo quiero coger. Si una mina lo piensa, bueno, me dará vergüenza y me sentiré un cerdo, sí, no me volverá a hablar y yo pensaré en la mierda de mundo en que vivimos, sí, o se sentirá halagada y coqueteará levemente para nunca volver a verme, sí. Pero con un tipo me arriesgo a comerme una trompada. O una poronga. Mejor quedarse en el molde.
Gerli. Otra vez se para y mira. Me hubieras dejado ayudarte, piba. No te quiero coger. Ni te conozco, pasarían meses hasta que ganara la confianza como para ponerme en bolas adelante tuyo. Quedate tranquila. Antes de que las puertas se cierren y el tren arranque, entra un pibito con estampitas. ¿Qué hago? ¿Vuelvo a abrir el libro para poder ignorarlo libremente? No. Lo miraré a los ojos y rechazaré su estampita. Es lo menos que puedo hacer.
- No, te agradezco.
Sostiene mi mirada y, haciendo caso omiso de mis palabras, me deja la estampita encima de mi libro. Se va, y la estampita comienza lentamente a deslizarse, tentada por la gravedad. Con un rápido movimiento la retengo, puteando por dentro al pibito que se cagó en que le dije que no quería la estampita. Que, ahora que la veo, no es una estampita. Es un calendario con un signo del zodíaco. Tiene el carnero de Aries. Mi signo. Miralo vos al pibe. Yo teorizando sobre el rechazo, la osadía, los ofrecimientos, la confianza, y el pibe así nomás me da una clase magistral. Me obligó a tomar lo que me ofrecía y yo rechazaba, y ahora lo quiero. Lo quiero, porque me divierte mucho pensar en que podía ser cualquier otro signo, pero me enchufó el mío. Una entre 12, no es tan improbable, pero aún así vale algo en mi extraña escala de valores. A ella le tocó Tauro. Se la queda mirando. Creo que ya hay confianza, ¿no?
- ¿Con vos también la embocó? A mí me dio la de mi signo.
- Mirá vos... sí, conmigo también. Soy de Tauro.
Gracias, pibe. Me diste la excusa perfecta. Quizás no le diga nada más, pero... Pero nada. Me olvido de la piba, me olvido de que me mira y me sonríe, me olvido de que me la quiero coger (luego de varios meses de conocimiento mutuo, claro), me olvido de las minas en general y vuelvo a mi primer amor: una entre 144. Es algo bastante más improbable que una entre 12. "Es el destino, es esta chica". Una mierda. Esta piba no tiene nada que ver. ¿O sí? Se me ocurre una manera de averiguarlo.
- Che, flaco. ¿Qué signo te dio a vos?
El tipo que está sentado atrás mío me mira confundido, sin escucharme, tiene auriculares metidos en las orejas. Le hago la mímica para indicarle que se los saque. Le repito mi pregunta. Cáncer.
- ¿Y sos de Cáncer?
El tipo sonríe. Una entre 1728. La vieja que está sentada al lado dice que ella es de Escorpio, igual que el calendario que tiene en la mano. Una entre 20736. La gente comienza a reírse, a gritar, a levantarse. Todos tienen un calendario con su signo y yo me estoy exprimiendo la cabeza para seguir calculando potencias de 12. Mi celular tiene calculadora. Por fin sirve para algo.
- No puede ser, ¿no?
Ni le respondo. Qué lástima. Era linda, al final. ¿Cuántos somos en el vagón? No importa, es al pedo, adivinar el signo de seis personas consecutivas ya es algo imposible, guardo el celular.
- ¿Te pasa algo?
Otra vez no le contesto. Salgo disparado a buscar al pibe de los calendarios, pero todo es confuso, la gente sigue gritando, el tren para en Lanús y me parece que el pibe se está bajando, dejó los calendarios y se fue a la mierda, ¿qué significa todo esto? Me bajo, grito sin saber bien cómo llamarlo, lo pierdo de vista, el tren se empieza a ir, la veo a ella mirándome por la ventanilla.
Sólo me queda el calendario. Comparto algo hermoso con toda esa gente del vagón, pero ellos son los que siguen juntos. Yo me quedé solo.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
El sorteo
- Escúcheme, Don Carlos. ¿Sabe ya cuándo van a hacer el sorteo?
- ¿Cómo dice?
No se escuchaban, de fondo sonaba el teléfono del local, un teléfono de disco ancestral, con una campana capaz de hacerse escuchar a dos cuadras. García volvió a repetir su pregunta, pero esta vez gritando.
- Ah, el sorteo. No, García. No se sabe todavía. Pregúnteme mañana. O pasado. Pero no deje pasar más de dos días, eh, recuer--
- Sí, ya sé, que pasados dos días de no reclamado el premio se vuelve a sortear. Me lo dice siempre, Don Carlos.
- ¿Cómo dice?
- ¡Que ya sé!
García se retiró, desganado, olvidando saludar a Don Carlos. "No es para tanto", pensó. "Mañana lo vuelvo a ver. Lo veo todos los días".
Habían pasado cuatro meses desde que había comprado el boleto de lotería. Tendría que haberse sorteado a la otra semana, pero, por alguna razón, lo habían pospuesto de manera "indefinida". Así decía el comunicado del Ente Organizador de Juegos de Azar (EOJA). Y así lo repetía su vocero lunes a lunes, en su conferencia de prensa. García había escuchado ya a varios de sus compañeros contando, risueños, cómo habían perdido y olvidado ya sus boletos. La resignación había ya eliminado a varios de sus competidores (calculaba, extrapolaba), y eso sólo ayudaba a García a seguir pendiente del eventual sorteo, de no perder el boleto, de no dejarse vencer por la desidia y la apatía. Así es que, todos los lunes, acudía a la conferencia de prensa del vocero del EOJA, donde era, casi siempre, el único asistente. Y día a día visitaba a Don Carlos, claro, su quinielero de confianza.
El teléfono lo recibía sonando otra vez.
- Buen día, Don Carlos.
- ¿Eh?
- ¡Buen día!
- Ah, sí, todo bien. ¿Qué necesita?
- ¿No se imagina?
- Hable más fuerte, no alc--
Don Carlos acercaba su oreja derecha por encima del mostrador. García ya estaba acostumbrado, pero no podía creer que la conversación fuera igual todos los días.
- Atienda, Don Carlos, por favor. Atienda el teléfono. Después hablamos.
- No, el cliente cara a cara tiene prioridad, siempre. Sería una falta de respeto.
El quinielero ya gritaba también.
- ¿Sabe, Don Carlos? Si usted atendiera alguna vez el puto teléfono, yo no vendría todos los días. De hecho, antes de salir, siempre lo llamo. ¿Por qué no atiende?
- Siempre tengo gente, García. ¿Qué necesita? Dígame o deje pasar a Martita, que está detrás suyo esperando.
Martita había dejado de ser Martita hacía, mínimo, cuarenta años. Era una vieja con todas las letras. Sus bufidos y mohínes de impaciencia lo comprobaban.
- El sorteo, Don Carlos. ¿Para cuándo?
- Todavía nada, García. No se sabe. Pase mañana.
- No. Mañana atienda el teléfono.
- Siempre y cuando no tenga gente...
Saludó a Don Carlos y a Martita, que no le devolvió el saludo, y fue hasta la oficina. Sentado en su cubículo, miraba su boleto y se preguntaba en qué momento ese pequeño papelito, esa promesa de ponerle un fin a la rutina si la suerte lo elegía, se había hecho parte del tedio que debía ayudar a destruir. "Tenés que aguantar, macho" se decía. "Ya lo van a sortear".
El teléfono sonaba. La persiana estaba baja, pero el teléfono sonaba. Esperó y, a los cinco minutos, salía Don Carlos.
- Buenas noches, Don Carlos.
- ¿Eh? ¿Qué hace acá, García? Ya cerré.
- No me atendió. Llamé todo el día y no me atendió.
- Mucha gente, García. Pero le tengo una buena noticia: el sorteo todavía no se sabe cuándo se hace, pero hoy se vendió el último número. Ya no hay más boletos, eso tendría que acelerar las cosas, ¿no cree? Póngale la firma, antes de fin de mes se sortea.
- Le tomo la palabra, Don Carlos.
- No, ojo, no es oficial, es mi... mi corazonada. Mi apuesta. Y yo de apuestas sé, ¿eh?
Don Carlos reía, evidentemente tenía mucho mejor humor luego de cerrar su modesto local. Se despidieron, pero antes de alejarse demasiado, García se volvió.
- Dígame, Don Carlos: ¿por qué mierda no desconecta el teléfono?
- No, García. Eso sería una falta de respeto. No, no. Jamás.
García se volvió a su casa, convencido de que el quinielero definitivamente lo gastaba. En el camino, sacó el boleto de la billetera y lo miró, como hacía todos los días, a todas las horas. Algún día lo tenían que sortear. Había pasado un día más. Quedaba un día menos.
Terminó de anudar su corbata, y volvió a intentar convencerla.
- ¿No venís, Claudia?
- No. Y, francamente, me parece ridículo que vos vayas.
- ¿Desde cuándo es ridículo ir a un funeral? Despedir a alguien que veías todos los días, rendirle tributo. ¿Qué hay de ridículo en eso?
- Era tu quinielero, negro. No tenés nada que hacer ahí. Es una falta de respeto a la familia. No me metas en eso. Yo no voy.
- Bueno. Igual les mando tus respetos.
García se fue, solo. Llevaba su boleto encima, como siempre.
Luego de la muerte de Don Carlos, García tuvo que depender de los informes del EOJA, exclusivamente. No le gustaba el muchacho que lo reemplazaba. No confiaba en él, en sus pearcings, en su pelo violeta, en sus anteojos de marco celeste. La rutina se le hizo más engorrosa, porque el edificio del EOJA le quedaba mucho más lejos, pero no veía otra salida. Eso sí: había que reconocer que el pibe nuevo atendía el teléfono. Lástima que fuera tan poco confiable.
- Negro. Negro. Negrito, ¿dormís?
Que Claudia lo despertara en medio de la noche era una mala señal. Lo primero que pensó es que, en algún momento, hacía añares, ella podía despertarlo para coger. Pero esa ya no era una posibilidad.
- ¿Qué, Claudia? ¿Qué pasa?
- ¿Vamos a ir con mi hermana al glaciar? Son dos semanas. Hace un montón que no salimos de campamento.
García se lo veía venir. Y Claudia sabía la respuesta. Era una conversación cerrada de antemano. ¿Para qué volver a tenerla? ¿Y para qué a las tres de la mañana?
- No, chola. No. No puedo irme. Tengo que estar acá, ya sabés.
Claudia se incorporó, hecha una furia. La ternura con la que había iniciado el diálogo desapareció en menos de un segundo.
- ¡Dejá de romper las pelotas con esa lotería! Hace años que esperás el sorteo, no podés dejar que tu vida esté alrededor de eso, ¿no te das cuenta de que sos el único boludo pendiente de ese sorteo de mierda, cuando todo el mundo sabe que no se va a hacer nunca?
García respondió, calmo.
- Se va a hacer, se va a hacer. No pueden no hacerlo. La gente pagó por los boletos, lo van a hacer.
- Pedí que te devuelvan la plata, como hizo todo el mundo. O mejor, olvidate del asunto. Diez pesos roñosos te salió el boleto. Venite conmigo, vamos al glaciar. No seas tarado, por favor. Hacelo por mí.
La ternura había vuelto.
- No puedo, cholita. No puedo.
Al despertar, García vio las lágrimas del otro lado de la almohada. Pensó que estaba obrando mal, que todo se le estaba yendo de las manos. Más tarde vio el boleto, y olvidó por completo las lágrimas y la almohada.
"Claudia, soy yo. No veo por qué no volviste a casa. Entiendo que fuiste de campamento con tu hermana, entiendo que fuiste sola porque yo no fui capaz de acompañarte, entiendo que no me avisaras porque estabas enojada conmigo, pero no entiendo por qué no volviste."
No le atendía el teléfono, su cuñada tampoco, así que el e-mail era su única vía posible de comunicación.
"Acá estamos bien, el gato te extraña. Llamame, o atendeme. O volvé, directamente. No tiene sentido todo esto, exageraste. Yo te quiero."
No alcanzaba. Hacía falta decir algo más. Dudó bastante, pero finalmente lo escribió.
"P.D.: si gano el sorteo, ¿volvés?"
sábado, 16 de noviembre de 2013
Cruel, pero justo
- ¿Por qué ya no me hablás?
- Creo que podría preguntarte lo mismo.
- ¿Podrías? Preguntarme eso demostraría que querés que te hable, o que por lo menos lo esperás.
- Puede ser, ¿no? Capaz que es por eso que no lo hago, y que vos hacés este planteo.
- Creo que podría preguntarte lo mismo.
- ¿Podrías? Preguntarme eso demostraría que querés que te hable, o que por lo menos lo esperás.
- Puede ser, ¿no? Capaz que es por eso que no lo hago, y que vos hacés este planteo.
martes, 12 de noviembre de 2013
Ojos azules
Si bien era mi primera vez en el calabozo, sentía familiar la vista de los barrotes desde este lado. Mi vocación era la del prisionero. Tenía sentido mi aislamiento, mi privación de libertad. Yo la había buscado, había intentado escaparme cuando no había todavía de dónde escapar.
- ¿Cuándo me van a dejar salir, Gómez? ¿No te das cuenta de que no soy como los demás?
- Claro que no sos como los demás. Y es la mejor razón para no soltarte.
Fui un imbécil, ¿cómo no anticipé su respuesta? Había sufrido lo mismo que el resto de los cautivos, es cierto. Pero yo me había recuperado. O, mejor dicho, había recuperado parte de mi conciencia, de mi antigua vida. Pero no estaba recuperado, y eso me hacía peligroso. Imbécil.
- Dale, Gómez. Sabés que me necesitan. Aunque sea, péguenme un tiro. No malgasten la poca comida y agua que nos queda para alimentar un prisionero peligroso.
- Mirá, Floro. Nunca me caíste demasiado bien. No tires de la cuerda. ¿Estamos?
"Floro". Así me bautizaron. Me gustó desde el primer momento. Podrían haber asociado las flores que me gusta recolectar y clasificar con algo femenino. Pero no, por suerte eligieron "floro". Es un apodo claramente masculino, esa "o" final y grotesca lo prueba. Siguen queriendo decirme "puto", pero es más sutil, y quizás ese sentido pueda perderse con el tiempo.
- A mí, en cambio, siempre me caíste bien, Gómez. Por eso pensaba que esta noche, en que te toca ser mi carcelero, pudiera ser la de mi liberación. Pero bueno, ya veo que no. Por lo menos comunicale al comandante mi petición de cambiar comida y agua por algunas balas para mí y para el resto de los "traidores dormidos".
- Vos bien despertito estás. Ojalá fueras como el resto.
La carta de diferenciarme del resto de los prisioneros ya no me iba a servir. La había jugado mal, quizás ni siquiera tuviera la oportunidad de jugarla otra noche. Qué imbécil. Me olvidé de Gómez por un momento, y los ojos de afuera volvieron a llamarme. Los ojos que habían empezado todo. Hacía meses que estábamos encerrados, todos, en una pequeña base de campaña improvisada en ese bosque que parecía cubrirlo todo. Varados ahí, cagados en las patas porque no sabíamos por qué habíamos ido a parar ahí, por qué de repente los vehículos dejaron de funcionar, por qué ese bosque parecía ser habitado sólo por lobos, o criaturas que se les parecían tanto, al menos. Eran definitivamente más peligrosos que los lobos.
- ¿Les viste los ojos, Gómez?
- ¿Vos estás en pedo? ¿Querés que termine como vos?
- Tsk, no, no de los lobos. Los ojos de los traidores. Ya no son los mismos. Están como vacíos. ¿Los viste?
En los primeros días, los de exploración y esperanzas de reanudar la marcha, los lobos probaron ser más veloces, más crueles y mucho más inteligentes que cualquier mamífero, exceptuando al hombre. Pero parecían lobos, eso era cierto. Una vez que nos decidimos a sólo intentar sobrevivir, esperando un rescate que, ahora yo lo sabía, nunca llegaría, la batalla con los lobos cesó. Dejaron de atacarnos, y se sentaron a esperar. Mirándonos. Detrás de cada ventana, había un lobo. Siempre. Cada vez que alguien miraba hacia el exterior, un par de ojos azules respondía a esa mirada. Y emitía un llamado. Débil, pero constante.
- ¿A vos también te llamaron, Gómez? ¿Te llaman?
- Callate, por favor.
Lo llaman. Seguro que lo llaman. Pero no como a mí. Conmigo es diferente, lo sé. Por eso estoy despierto, por eso no soy un "traidor dormido". Todos los que escucharon (o, mejor dicho, obedecieron) el llamado de los lobos, la orden que esos ojos azules impartían, cayeron en un estado catatónico. Una vez detenidos, claro. La llamada es simple. Sólo piden que les abramos las puertas. Que los dejemos entrar. Nos matarían a todos, seguro. Es por eso que los traidores dormidos están encerrados, es por eso que Gómez se rehúsa a dejarme caminar libre por la base. Yo abatí al primero de los traidores, quitándole el sueño que el resto disfruta. Se llamaba Bocchio. Miento: se llamó Bocchio. Porque los ojos de los lobos quitan la voluntad, roban la identidad de los cuerpos. El que se acercó por primera vez intentando abrir las puertas del complejo no fue Bocchio. Fue el cuerpo de Bocchio, pero ya vacío de su esencia, un mero instrumento para intenciones ajenas a su perdida naturaleza. Un traidor, bah. Le di dos tiros por la espalda, y derribé también a un lobo que casi alcanzó a atravesar el umbral de la puerta que el cascarón de Bocchio había dejado abierta. Fui un héroe. El primer héroe. El primer héroe, y ahora el último traidor.
- Gómez, ¿vos te acordás de la primera vez que se manifestó esta especie de síndrome de Estocolmo? ¿Te acordás?
- No.
Miente.
- El primero fue Bocchio. ¿Te acordás de Bocchio?
- Hm.
- Yo lo frené. Si no fuera por mí, todos estaríamos muertos. Todos. Y ahora me tienen acá encerrado.
- Te tenemos encerrado porque después hiciste lo mismo que él. Les quisiste abrir la puerta.
- Pero ahora estoy bien. No me va a volver a pasar. De hecho, creo que es más probable que te pase a vos antes que a mí. ¡Soy el único que sobrevivió al llamado de los lobos! Vos sos más peligroso que yo. Tendrías que estar de este lado de la jaula.
Finalmente lo había hecho enojar. Se levantó de su silla y se acercó, con la cara transformada por la furia. Me acerqué a la reja, y lo miré a los ojos. Y pasó. Fue tan simple. Lo miré, y toda su furia desapareció. Toda expresión en su cara se disipó. Era un cascarón vacío. Y me abría la puerta. Salí de mi jaula y me coloqué detrás de él. Saqué de la funda el cuchillo que llevaba atado a su pierna, y lo apoyé en su cuello. Ni siquiera cuando le corté la garganta pude atisbar expresión alguna en su rostro. Lo dejé caer sobre el charco de su propia sangre y me dirigí hacia la entrada principal. Era tarde, casi todos dormían. Pero la puerta estaría protegida, por dos guardias. Después de tantos episodios como el mío (ninguno como el mío, en realidad, todos estaban catatónicos), habían redoblado la vigilancia. Pero no me importaba, sabía que mi deber era abrir esa puerta. Era curioso, pero no guardaba recuerdo alguno de mi primera "traición". La primera vez que intenté abrir la puerta, había perdido la conciencia: yo también era un cascarón vacío. Pero ahora no. Ahora me impulsaba el regocijo de estar enmendando un error, de estar encaminándome hacia la gloria. Me veía representado como Jesús en "la última cena", con doce lobos alrededor.
Los ojos de los cadáveres de los guardias me miran, ya sin vida, pero también me hablan. Me llaman Judas, pero la imagen de la última cena permanece inmutable. Abro las puertas al frío de la noche, y veo varios pares de ojos azules esperando. Me divertiría pensar que son doce, pero no tengo tiempo de contarlos. Recién en ese momento se me da por preguntarme: ¿me perdonarán la vida, o será mi cuerpo también parte del festín?
miércoles, 9 de octubre de 2013
Treinta años
Las manos le temblaban. Lavaba su piedra afilada en la orilla, y no conseguía afirmarla entre sus manos. Había perdido también la fuerza. Y todas esas arrugas, por primera vez en años se detuvo a estudiar sus manos, tratando de recordar cómo habían sido la primera vez que puso un pie en la isla. Ahora que ya no era una persona, ahora que era un naúfrago, ahora que no tenía cara porque nadie estaba allí para mirarla, ¿cómo se veía?
Pensó que el agua quizás pudiera ayudarlo a verse la cara. Buscó su reflejo pero de nada sirvió. El agua turbia era un pésimo espejo. Siguió luchando con su piedra, olvidó la curiosidad por su apariencia, por el significado y la importancia de la apariencia, y siguió con lo suyo. Trató de contar cuánto tiempo había pasado ya. Más de treinta años, seguramente. Más de la mitad de su vida.
Se acostó de cara al horizonte oriental de la isla, su prisión de sangre y arena. La misma rutina desde hacía más de treinta años. Ver las diferentes embarcaciones pasar a lo lejos. Ya no se esforzaba tratando de comunicarse, de que lo vieran para rescatarlo. Era mucho mejor ahorrar las energías para las cosas importantes.
Pero el barco de ese día se mantuvo allí donde él lo veía por un tiempo prolongado. Se vio obligado a estudiarlo. Estaba lejos, pero le pareció que un bote pequeño se desprendía de la embarcación y comenzaba a acercarse. ¿Sería una alucinación? ¿Habría enloquecido finalmente? No tenía sentido hacerse ese tipo de preguntas. Todo lo que lo rodeaba era su única realidad. No hay posibilidad de relecturas en una isla desierta.
A la media hora estaba seguro de que el bote efectivamente se acercaba y pronto tocaría tierra. Abandonó su cómoda posición horizontal y se acercó hasta derrumbarse de rodillas en el agua, esperando con el corazón enloquecido el arribo de la primera persona que veía en, seguramente, más de treinta años.
- ¿Qué me cuenta, don? ¿Todo en orden?
- Sí, muchacho. Hace un lindo día, ¿no?
- Lindo, sí. Lindo. Un poco ventoso, pero lindo.
- Sí.
Era mucho más joven que él. Parecía tranquilo, mientras que él vivía toda la situación con muchísimos nervios.
- Em, joven. ¿No quiere comer algo? Seguramente tenga alguna cosa por acá...
- No, abuelo. Deje. Ya me vuelvo para el barco. Pasaba a saludar.
- Ah. Ah, bueno, vaya nomás.
- Cuídese, viejo.
El bote dio media vuelta y comenzó a alejarse. Habían pasado más de treinta años para eso. Treinta años. La espera había valido la pena.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Todavía duele
La escena es simple. Simple y corta.
Se encuentran. Él lleva libros envueltos para regalo en su morral. Son para ella. En un punto estratégico de la noche, los revela. Ella se sorprende, se sonroja y sonríe. Se besan. Lo reta por regalarle cosas todo el tiempo. "Son libros, nada más", dice él. "Ya sabés que no me cuestan nada". Ella lee las dedicatorias de los libros, vuelven a besarse. Él la acompaña a la casa, y se va. Sola y en su habitación, ella cuidadosamente corta la página de la dedicatoria con una trincheta. La deja sobre el escritorio, y guarda el libro en su biblioteca, donde otros libros a los cuales les falta la primera página en blanco descansan. Se va a dormir con una sonrisa en los labios.
En algún punto durante las siguientes dos semanas, la hoja con la dedicatoria pasa del escritorio al tacho de basura.
viernes, 20 de septiembre de 2013
Para Ana (y Manuel)
Muchas veces, paseando por los pasillos de la facultad, haciendo tiempo, te vi. Las primeras veces te encontré de casualidad, y durante un tiempo estuve sin saber si eras vos o no. Cuando me convencí, y quizás antes también, comencé a buscarte. Ya no hacía tiempo y entonces te encontraba, sino que me hacía un tiempo para encontrarte. Está de más acotar que nunca te hablé, que lo pensé muchísimas veces, que me paré para mirarte a través de los enormes ventanales del aula que ocupabas esperando que, quizás, me vieras y reconocieras. Con eso me alcanzaba, con el ínfimo hecho de que supieras que yo existía, que otra vez compartíamos un espacio y que podías llegar a verme paseando por ahí, solo.
Pero lo interesante, esta vez, es que no me arrepiento. Esta vez, hice bien en quedarme callado y a la sombra. Claro, parecía que esta iba a ser otra de las tantas confesiones lacrimógenas, oh, por qué te dejé ir. No. Por una vez, estoy orgulloso de haberme quedado en el molde. Igualmente, quiero imaginarme que te digo todo esto, que lo leés, y que ni sabés quién te lo dice, porque no te acordás de mí. ¿O te hacías la boluda? ¿Cómo puede ser? Pero me estoy adelantando...
¿Cómo podés no acordarte de Manuel? De hecho, si yo me acuerdo de vos, si me vi obligado a perseguirte por los pasillos de la facultad, es por Manuel. Manuel, en quinto grado, nos enseñó a todos los chicos del curso qué era el amor. Eso que él sentía por vos, dejaba a todos nuestros enamoramientos como una cosa pueril e insustancial. La locura que tenía por vos, el brillo en los ojos cuando te nombraba, aún cuando las cosas que decía eran las más chabacanas que habíamos oído hasta ese momento, aún así eso era amor. ¿Cómo no te acordás de él? Era el pibe más gracioso. Y medía un metro. ¿Cómo no te acordás de él, si por él aprendimos qué eran "insuficiencia renal" y "diálisis"? Quinto y sexto grado giraron alrededor de Manuel. Y, por ende, a tu alrededor. Casi todos dejamos de mirar al resto de las chicas para mirarte a vos, celosos de ese amor que Manuel sentía, para tratar de hacerlo nuestro. Yo, el capitán frío, ese pibe que estaba totalmente alejado de todo y todos, yo, me paraba en la vereda de mi casa cinco minutos después de llegar de la escuela porque sabía que vos ibas a pasar por ahí, acompañando a Zaira, y que seguramente te ibas a burlar de mí, me ibas a cargar con Laura, la rubia del grado, cuando yo en ese momento quería que me cargaran con vos. Pocas cosas me avergüenzan más que esa espera en la puerta de mi casa. La humillación que me dedicabas era, para mí, lo mejor del día.
Entonces, ¿cómo es que no te acordás de Manuel? ¿Cómo es que Pablo y Manuel fueron hasta tu casa unos años después de que te cambiaras de escuela y vos no los recordabas? ¡Manuel medía un metro! ¿Cómo podías olvidarlo? Eso es lo que trato de explicarte y de explicarme. Para nosotros, Manuel y vos nos enseñaron qué era el amor, ese amor de mierda que le caga la vida a tanta gente, ese amor que te obliga a pensar que tenés que querer a otro por más que ese otro no te quiera ni ver, ese amor que te hace pensar que podés medir un metro pero que, si sos gracioso, capaz que salís ganando. Pero vos, si es que aprendiste algo, preferiste olvidarlo.
Manuel ahora está muerto. Nombrarlo es llamarse al silencio.
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¿Que qué?,
Exceso de comas,
Le pasó a un amigo,
Los peligros de convertir a la gente en conceptos,
Pruebas de mi paso por la Tierra,
Saudade
martes, 30 de julio de 2013
Diez pesitos lo que le cobro, nada más
Buenas noches, dama y caballero, ante todo le pido disculpa por la molestia que pueda ocasionarle, pero lo que hoy le traigo bien vale los cinco minutitos de atención que le voy a pedir. Fijesé: el kit de cortar al medio a la bella asistente. Invento argentino, le permite cortar a la mitad a cualquier bella dama que lo esté asistiendo, en cualquier momento y lugar. Todos estuvimos en una situación como esta, es frustrante y nos hace perder muchísimo tiempo intentar cortar al medio a, por qué no, una secretaria, una prima, o una bailarina que esté compartiendo el escenario con nosotros. Que se resiste a los golpes, que es un enchastre, que ni bien comenzamos a atravesar la carne con el serrucho comienza a gritar y muchas veces pierde el conocimiento o muere mucho antes de que la podamos separar en dos mitades. Pero con este invento eso es cosa del pasado, repito, es un invento ar-gen-ti-no, de los mismos fabricantes del enhebrador de aguja, fijesé usté, aquí tengo mi bella asistente, la coloco cómodamente dentro de la caja, cuidado que quede la cabeza saliendo por este agujero, los pies por este otro y por acá sale una mano, cierro la caja, vea cómo la señorita nunca deja de sonreír, por esta ranura se pasa el serrucho, es un serrucho especial que viene con el kit, vea usté, atravieso la caja entera con el serrucho, no hay sangre, no hay gritos, la manito y los pieses se mueven, la chica sigue sonriendo y separo ambas mitades de la caja. En menos de un minuto ya está la chica cortada a la mitad y usté puede seguir con lo que tenga que hacer, mire lo que le vengo a ofrecer. El kit de cortar al medio a la bella asistente, en menos de un minuto la tiene en dos mitades, diez pesitos lo que le pido, un billete, cinco monedas, menos de lo que le sale un serrucho ordinario, mire lo que le digo. Ni hablar si tiene que pensar en consultas al médico por heridas graves, o a un abogado porque se lo acusa de intento de asesinato o si tiene que contratar una casa de sepelio. Diez pesitos, el kit de cortar al medio a la bella asistente, diez pesitos le cobro. Muchas gracias, y que tenga un buen retorno a sus hogares.
(eso es más o menos lo que escucho cuando ofrecen el "enhebrador de aguja". hay ciertos misterios con los que no se debe jugar. seguiré enhebrando mis agujas a ojo, con saliva y pulso firme)
sábado, 20 de julio de 2013
Escribo
Escribo con la urgencia del suicida, como único y último cronista. Escribo porque hay que hacerlo, alguien tiene que hacerlo, necesita hacerse, necesito hacerlo. Estas líneas son un testimonio, un grito en el desierto. Quizás el último vestigio de una poderosa raza, quizás el principio de una nueva y diferente etapa, quizás el único primer escalón de un camino lleno de peligros pero necesario.
Escribo con sangre, ahora que ya no sirve más que para dejar todo esto asentado. Escribo arañando los tablones de madera que forman el suelo de mi habitación, escribo con mi propia mierda en las paredes, escribo vociferando ante una ventana empañada por mi propio aliento, creyendo que algo de mi grito debiera impregnarse. Escribo desesperado, tajeando en mi cuerpo palabras con los restos de esa ventana ahora rota.
Escribo ya sin palabras, habiendo olvidado cómo se escribe. Escribo recortando palabras de otros libros, destruyendo mi biblioteca, mutilando el último de mis santuarios. Escribo al ritmo de mi acelerado corazón, perseguido por el fin, sé que no hay tiempo suficiente, esta obra también quedará incompleta, todo esfuerzo habrá sido en vano, pero nada más podría haber hecho con mi urgencia, con mi grito, con mi sangre, con mi mierda, con mi ventana, con mi cuerpo, con mi biblioteca.
O no.
Quizás no escribo. Aun.
sábado, 6 de abril de 2013
Thelonious
- Che, Juan, ahora a la salida vamos a ir a un barcito de acá a la vuelta. Hay happy hour, así que... Vamos algunos de la oficina, y vienen también algunas chicas del edificio de al lado, las de las oficinas esas que mudaron para acá, para conocernos un poco entre todos. ¿Venís?
- Em... Ssssssí, no, en realidad no puedo, tengo cosas que hacer. Otros planes, ya había arreglad--
- Dale, Juan. Vení. ¿Viste a las pibas nuevas?
- Sí, no, lo que pasa es que ya arreglé. Ya arreglé con otras personas.
No era mentira. Era un arreglo tácito. Todos los lunes, miércoles y viernes a la noche en Thelonious. Él con su guitarra, quizás el o la del piano, esperaba que la del clarinete (tenía que ser mujer, estaba seguro), el o la flauta (no faltaba nunca), probablemente el pesado del saxofón (clavado que era un tipo). Sí. Podía decirse que había arreglado con otras personas, no era necesariamente una mentira.
... el piano estaba ahí, planchaba acordes graves que se difuminaban para volver a nacer, graves, graves, cada vez más graves, la flauta jugaba con soplidos más que con notas, todavía no había forma, el clarinete también estaba ahí, mimetizándose con el piano, jugando a agregar notas disonantes, Juan se sentó en la oscuridad y escuchó por unos minutos, hasta que sintió el deseo urgente de participar, y entonces, nunca antes, enchufó su guitarra y compartió sus primeras notas...
- ¿Y? ¿Cómo anduvo el finde? No sabés la que te perdiste. Paulita preguntó por vos toda la noche, una pesada. Igual Gerardo se la besó, dormiste otra vez.
"Se la besó". Juan no pudo ocultar su cara de asco. ¿Se podía usar esa expresión sin tener menos de 17 años?
- Todo bien, todo bien. Me alegro. Te dejo porque justo teng--
- No, esperá. No sabés la que te perdiste, te estoy diciendo. Te cuento, mirá: las chicas de la oficina de al lad--
- Después me contás, Ramiro. Después.
Después. Después, después se iría, después podría pensar en lo importante. Por qué siempre ese puto saxo, y por qué él siempre el único sin poder seguirlo. ¿Celos? Tenían que ser. Por algo les ponía géneros. LA flauta, LA clarinete, LA piano (ese viernes se había decidido), pero EL saxo. EL saxo que irrumpe, que llama, y ellas que contestan. Casi siempre se tenía que desenchufar cuando pasaba. No era justo. Ni ahí se podía soltar, ni ahí podía ser normal.
... él marcaba el ritmo, el piano se había callado quizás se hubiera ido, la flauta que ahora había reaparecido lo acompañaba, la clarinete que lo abrazaba, le respondía, y él la contenía, ella entonces se abría y la melodía llenaba la oscuridad, él se vestía de escalofríos para ella, comenzaba a tocar sin pensar, se dejaba llevar, y el saxo. otra vez el saxo. otra vez.
- Esta vez sí, vas a ver. ¡Juan! ¡Vení! Hoy. Nueve de la noche. Los putos de al lado dicen que nos pasan el trapo, sale partido. Están re-calientes porque pegué onda con la gordita. Un balazo, la gordita. No nos podés fallar. ¡NO! No podés. Hoy no. Hoy venís. HOY. No hay excusas. No me importa, no le importa a nadie. Juan, ¿sabés lo que dicen que hacés? Te vieron saliendo de Thelonious. Tenés que salir un poco más, viejo. No podés pasarte encerrado ahí toooodas las noches, flaco. Dale, jugá para nosotros. Si querés te vendamos los ojos, va a ser casi lo mismo.
... el saxo haciendo lo que quiere, la flauta enloquecida, la piano, o el piano, ahora volvía a dudar, pero seguro la piano, seguro ahí, alrededor del saxo, falo ciego, violento, torpe, creído, la clarinete encantada, dando vueltas, o en silencio escuchando, y después se esperaban a la salida, él con su saxo a cuestas, no le avergüenza nada, no esconde su instrumento como el resto, lo lleva encima, seguro que ni siquiera va en auto, va con el saxo colgado caminando por la calle, todo le chupa un huevo, tiene barbita y es tirando a hippie, pero es todo postura, es un machista de mierda, machista sos vos, salame, machista sos vos que no podés tocar sin pensar en cosas que nada tienen que ver, ¿cómo que no tienen que ver, iluso? el lugar se llama "thelonious", cada sesión es una orgía, eso lo sabe todo el mundo, gol, de repente les hicieron un gol y todos lo putean...
- Sinectek, buenas tardes, habla Ramiro. ¡Ah, Juan! A que adivino: no venís a trabajar porque te duele el orto. A todos nos duele el orto, a todos nos lo rompieron, eh. Y buena parte de la culpa es tuy-- ¿en serio? ¿Qué tenés? Bueno, dale. Tomate la semana. Chanta. Pero sabés qué significa esto, ¿no? Que a la revancha venís. Y vas al arco, patadura.
... todas las noches, a pernoctar, cuando antes se preguntaba qué sentido podía tener eso, a escuchar, toda la noche, el desfile, la flauta estaba ahí, intermitente como siempre, no siempre había armonía, no siempre había cohesión, y eso lo sorprendió, sus sesiones, las de los lunes, miércoles y viernes eran realmente una suerte, viendo qué mal podía salir todo, y la flauta siempre ahí, ¿pero qué le pasaba a esa piba? ¿no tenía otra cosa que hacer? ¿no tenía trabajo? de vez en cuando tocaba algo, pero no podía dejarse en evidencia, no podían saber que estaba ahí toda la noche, ¿quién hacía eso? era una locura, la flauta estaba loca, loca...
- Un turno, habitación especial: son 185 pesos. Me pagás cuando salís, ¿dale?
- Bueno. ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Sí, decíme.
- Em... vos sos la flauta, ¿no?
Ella sonrió, Juan no paraba de temblar.
- Sí. ¿Vos sos el saxo?
- No. No, no soy el saxo. Chau.
... se ponía colorado cada vez que escuchaba la flauta, colorado de rabia "vos sos el saxo", no, la puta madre, no, y tocaba más fuerte, trataba de taparla, machacaba rítmicamente hasta que se calmaba, la piano parecía de buen humor, eso era una suerte, "vos sos el saxo" y otra vez la bronca, otra vez los machaques, y hablando de Roma, el saxo que acometía violentamente, le respondía, él no lo pudo aguantar, se desbocó, en menos de medio minuto sólo quedaban ellos dos y eran una nube de ruido, dos falos gritones, la flauta se sumaba y se podía adivinar la risa detrás de cada nota atropellada, Juan se desenchufó abochornado...
- ¿Por qué te vas? Sos la guitarra.
- Eran 185 pesos. Acá tenés. Chau.
- No te vayas, están tocand--
Se fue, furioso, sin tapar la guitarra que llevaba en el asiento de atrás de su auto, ya sin importarle si alguien podía vincularlo con el instrumento. Manejaba llorando, sin saber que en Thelonious, el piano, el saxo, y la desorientada y recién llegada clarinete tocaban una y otra vez uno de los motivos característicos de Juan, conjurándolo, en un intento de reconciliación. La flauta los dejó hacer, respetó en silencio el ritual, sabiendo sólo ella que eso no era más que un réquiem.
miércoles, 27 de marzo de 2013
El instrumento que siente
- Disculpame, te estuve mirando todo el viaje, y te lo tengo que decir. Sos igual, pero igual, a mi hijo. En todo, la cara, los gestos, cómo te pasás la mano por la cabeza, todo, es increíble.
- ...
(¿qué puedo contestar? ¿qué está esperando que le diga? Si hablo corro el riesgo de que mi voz sea igual a la del hijo... ¿y por qué es eso un riesgo? ¿estará vivo el hijo?)
- Te juro que si no fuera que es imposible, creería que eras él. Cuando subí, sentí el impulso de decirte "¿pero qué hacés acá?". Si no fuera que-- mirá, te voy a mostrar una foto.
- ...
(está muerto. está muerto. cagué. está muerto, soy el hijo muerto. y todavía me falta un montón para bajarme, no me puedo escapar, llegaría tarde al trabajo. que igualmente llego tarde todo el tiempo, soy un desastre. ¿estará muerto? sí, ¿si no, para qué me hablaría? necesita hablar con su hijo muerto, soy el hijo muerto.)
- Mirá, acá en esta foto no se ve bien, pero sos igual, es increíble. Mirá.
- ...
(es pelado, sí. y gordo. qué fácil que me es ser parecido a cualquier gordo pelado. pero el chabón estaba con una mina en la foto, ahí hay una gran diferencia. podría decirle eso a la señora. todavía no le dije nada. ¿pero qué le puedo decir? nada, ella quiere que le hable el hijo muerto. ¿y si realmente soy el hijo muerto? quizás mi vida haya empezado ahora, quizás todos mis recuerdos sean falsos, a fin de cuentas, los recuerdos, ¿qué son? no son nada, son una fantasía, tan reales como un sueño. quizás no haya vivido nada de lo que creo haber vivido, quizás no sea Alejandro, todo este Alejandro es un invento, soy en realidad Martín, ¿cómo sé que se llama Martín? que me llamo, lo sé porque soy él, acabo de renacer para que ella me viera en un colectivo, para que ella pueda hablar con el hijo muerto. pero si acabo de aparecer, es porque el hijo no puede llevar muerto tanto tiempo, quizás, entonces, lleve vivo -en este cuerpo- el tiempo que Martín lleva muerto, ¿cuándo habrá muerto?)
- Perdoná, eh. Pero sos igual, te lo tenía que decir. Es increíble. Si no fuera que está viviendo en Tucumán...
- ...
(no está muerto. está en Tucumán. pero no, quizás haya muerto ahora, claro, yo tenía razón, empecé a vivir ahora, mi vida en este cuerpo se da a partir de este viaje, soy el último contacto con la madre, ella ahora llegará a su casa y encontrará un mensaje de algún familiar, quizás la mina que está en la foto con Martín, ¿se llamará Martín? y le dirá que Martín murió, ahora, hace unas horas. este viaje en colectivo será para ella un hito en su vida, una experiencia religiosa, y para mí también, aún sin saberlo con seguridad, ¿quién puede asegurarme que llevo vivo más que estos treinta minutos arriba de este colectivo? ¿y cómo seguiría mi vida a partir de ahora? eso no es lo importante, el cuento tendría que hablar de la madre, el viaje es el de la madre. me suena a cuento Cortazariano, alguno así había, sí, ahora lo recuerdo. entonces tendría que escribirlo desde mi perspectiva, desde la vida falsa, desde el instrumento que siente. y ese sería un cuento de Philip Dick, que de hecho ya leí.)
- Sos igual. Qué cosa...
- ...
(qué loco si el pibe se murió. sería tremendo. pero no, no pasó nada, la vida suele ser aburrida, por suerte. por algo inventamos la literatura. aunque, ¿quién me saca esta paranoia Dickiana de no ser quien creía? tendría que pensar menos... tendría que haberle dicho algo a la señora, no le contesté nada en ningún momento, sólo le sonreí como un imbécil. tendría que escribir ese cuento. tendría que decirme que una mina me habló en el colectivo, en vez de preguntarme si soy una hormiga eléctrica. y cuando me baje del colectivo, ¿la saludo o no?)
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jueves, 7 de febrero de 2013
La máquina de resentimiento
No me parece que esta página tenga sentido. Digo "página" como todo, hablando de estas líneas pero también de las que conforman todo el blog. Es sólo un momento, claro, en que prefiero la más estricta soledad (salvo escasas excepciones) y el nunca mentiroso silencio. En que todo me parece francamente inútil o, en el mejor de los casos, prescindible. No sé si esto es estar "deprimido", no creo. Creo, más bien, que estoy cansado. Un poco agobiado, y creo, a riesgo de sonar exageradamente pelotudo, que facebook tiene gran parte de la culpa.
Mantuve mi facebook totalmente libre de pelotudos durante mucho tiempo, casi como mi vida. Hice también allí un culto del silencio y del ostracismo, del "menos es más", y cuando hablo de eso también me refiero a la cantidad de contactos. Puedo todavía contar con los dedos de una mano la cantidad de solicitudes de amistad que mandé. Y sí, hay algo de orgullo en eso que digo. Es el orgullo de la soledad. Es la contradicción del que se odia a sí mismo (otra exageración, más bien una "simplificación estilística", o quizás subestime enormemente a mis interlocutores, vaya uno a saber) pero que se ofrece como un premio, un pequeño lujo.
Pero entonces, ¿qué estoy queriendo decir? Porque ya me estoy dando asco con todo esto que digo (eso es cierto, ahí no exagero), cuando lo que quiero decir es más simple, y divertido: tengo ganas de abrirme una página de facebook, una de esas en las cuáles se puede poner "me gusta", llena de fotos tiernas con frases pelotudas. Perdón, no "pelotudas", solamente ingenuas, extremadamente positivas, poco inspiradas, simplistas, pseudo-espirituales, en fin, inútiles y prescindibles. Porque estoy cansado, agobiado de leer esos discursos prefabricados sobre fondos coloridos que tan de moda se pusieron. Y porque me parece gracioso, siempre me divirtió mucho esto que a veces me gusta hacer, emular un discurso pero vaciándolo de su... ¿funcionalidad? Sí, sería eso: diré lo mismo, intentaré decir lo mismo, pero sólo por decirlo. Y eso que es gracioso, puede ser hiriente, hasta pedante para otras personas. Entonces me pregunto: ¿por qué tengo que hacerlo? ¿Por qué cuando decir cualquier otra cosa es inútil, esto no lo es, habiendo además probado que me puede traer problemas? Quizás porque es divertido, sí. Quiero jugar a que hablo otro idioma, a ver si alguien piensa que lo hablo realmente, y no que es una charada.
Pero no, realmente, es una mierda. Es una forrada. Aunque tengo aceptado que soy bastante mierda y forro (y no digo que esté mal), pero es para problema. ¿Por qué el resentimiento pareciera ser mi único combustible? Complicado. Quizás viva equivocado, quizás necesite cambiar de rumbo, ayudado por la lectura de frases como esta:
"El viento sopla para todos, pero está en cada uno pescar la melodía que al espíritu regocija"
o
"De nada sirve enojarse. Ante aquel que no te entiende, ofrécele tu amor sazonado con la distancia, pues todos somos hermanos"
o
"Si te molesta lo que pongo en facebook, simplemente configurá tu cuenta para que no te aparezca como noticia cada huevada que publico. Ahora, si estás esperando ver las eventuales fotos en bikini de mis vacaciones en cuanto las suba, bancatelá, flaco"
He respirado profundamente cinco veces, y ya estoy mejor. Son mis hermanos y hermanas, y los amo.
Disclaimer:
Ningún animalito ha sido lastimado durante la redacción de este artículo.
Todos los hechos aquí relatados son estrictamente ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia. Cualquier mención referente a otras personas (como cuando dice "pelotudos", ponele) debe ser tomada como parte de un discurso ficticio, sujeto a criterios estéticos y no reales.
domingo, 27 de enero de 2013
Crónicas del cuidacasas: Lanús
Empiezo mis vacaciones cuidando la casa de alguien que se fue de vacaciones. Recuerdo el tiempo en que siempre hacía eso, era el que cuidaba las casas de los que se iban, siempre dispuesto con mi guitarra y una caja de 20 patis, no necesitaba nada más. Recuerdo mis relaciones en esa época, quiénes estaban en mi vida y qué significaban. Todas esas relaciones cambiaron, algunas radicalmente, algunas dejaron de existir. Me siento solo, siento que algo hice mal, instantáneamente pienso (porque pensar y sentir son cosas bien diferentes) que nunca hice nada, que todo lo que llegó así de fácil se fue, que lo que queda está pero no por mí, no por lo que yo haga. Quizás sí por lo que deje de hacer, quizás todas las omisiones que (creo que) me definen son las que permitieron que ciertas personas se acercaran, aprendieran a compartir cosas conmigo, y que eventualmente se fueran. Algunas para volver, otras para intentarlo, algunas de esas últimas consiguiéndolo, otras no (la elección de la palabra "persona" en esta parte del texto le debe todo a su género). Pienso eso mientras frío unas milanesas, las milanesas más ricas que comí en mi vida (por suerte mi madre no leerá nunca esto, pero mejor no pensar en quién puede llegar a hacerlo), y recuerdo otra época, más cercana en el tiempo pero casi tan remota en el sentimiento (horrible, buscar otra palabra después, seguir escribiendo por ahora, pero hacer ALGO con esta oración después), me recuerdo cocinando con alguien, cagándonos de la risa secando el aceite de las milanesas con papel higiénico porque SIEMPRE nos olvidábamos de comprar rollo de cocina. Era feliz, ese momento era la felicidad, esa risa compartida. ¿O sólo yo me reía? ¿A ella le molestaba? Ya no sé, luego de tanto tiempo siento (que no es lo mismo que "pienso", claro está) que eso le molestaba, que eso era todo lo que le molestaba, que esa podía ser la célula del bendito fractal del fracaso, del desamor, del hastío. Ojalá, prefiero hacerme el boludo, prefiero no pensar en cosas más importantes, en cosas que explicarían por qué estoy en mis vacaciones cuidando la casa de alguien que se fue de vacaciones, otra vez.
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Cuidacasas se nace,
De esa vez en que casi pierdo a mi amigo,
Egocentrismo en su estado más puro,
Exceso de comas,
Fractales (o "explicación matemática de la vida"),
Ideas circulares y/u opuestos que se tocan,
La nada misma,
Por qué soy un pelotudo,
Pruebas de mi paso por la Tierra
viernes, 18 de enero de 2013
Ventanas
Nunca te vi más que unos segundos, y siempre a través de la ventana. Supongo que estabas en tu casa, que ese era tu living, que esa era tu mesa, que servías la comida para tu familia, aun sin saber tu lugar ahí. Por momentos me parecías la hermana mayor, por otros te veía como la madre, pero no, no podía ser, eras tan joven. El evidente patriarca, tan gordo, tan viejo, tan desagradable. Debía ser tu padre, tu tío. Aunque una tensión sazonaba la relación entre ustedes, lo intuía.
La primera vez sólo lo vi a él. De hecho, así fue por semanas. Pero algo en él me llamaba la atención, con sólo verlo sabía de tu existencia, no podría precisar por qué. Me divierte pensar que era un asunto de composición, de contrapeso pictórico, o vaya a saber qué. Lo cierto es que, la primera vez que te vi, ya te conocía. Y cada nuevo paso por esa ventana, por esa casa a dos cuadras de la mía, me revelaba un nuevo detalle que yo ya conocía. Tu piel morena, tu sonrisa tímida, tu pelo oscuro, tan bello en esa trenza, tan bello cuando suelto. Aprendí que suelto lo llevabas estando sola. Y también aprendí que comenzaste a usarlo en trenza aun estando sola, porque me esperabas, porque sabías que pasaría y te miraría. Y allí, a través de la ventana, y por solo una trenza, comprendí que eras mía de alguna manera, y que yo era tuyo, que mis pasos en tu vereda ya te pertenecían.
Aprendimos a hacer de cada ventana (porque así bauticé cada uno de nuestros encuentros) algo especial. Un día, me dabas una risa. Al otro, me ofrecías tus ojos cerrados, descansando en tu silla de mimbre. Alguna vez acariciaste a alguno de los niños, y ahí dudé, esa caricia podía ser de madre. Pero la única caricia que me interesaba era la de amante, y cuánto me dolió el día que me la ofreciste, el día que acariciaste ese torso peludo y descuidado que se sentaba al lado tuyo (y no, no era tu padre, quizás un tío, cada cual hace lo que quiere), qué dolor placentero.
Al poco tiempo comencé a ofrecer algo de espectáculo, también. La ventana tenía dos lados, yo bien lo sabía. Me viste detenerme oportunamente frente a tu familia para encender uno de mis cigarrillos. Me oíste cantar, caminando tranquilo bajo la llovizna. Me viste al resguardo de tu balconcito, en días de tormenta. Me viste guiñarte un ojo, insinuarte un beso, pensarte desnuda.
Quizás me hayas soñado, como yo. El universo tiende a la simetría, tengo eso de mi parte. Quizás nos encontráramos allí, en esos sueños que invadían también la vigilia, desnudos y felices. Quizás también soñaras que mataba a tu padre (quizás lo fuera, finalmente), que comía sus ojos frente a tus hijos/hermanos, que me sentaba yo a la mesa con el torso desnudo, que cerraba la ventana. Quizás soñaras con mi voz.
Pero hoy el espectáculo iba a ser diferente, casi cruel. Pensé en tomar otra calle, caminar algunas cuadras más para desviarme de una ventana que no sería justa, pero volví a pensar en la simetría, y quizás pudiera devolverte la caricia de amante que me habías ofrecido. Marina venía finalmente a mi casa, caminaría con ella esas cuadras, tomándola tímidamente de la cintura, sin saber si me correspondía. El destino (es decir, Marina) quiso que nos besáramos justo frente a tu ventana, nuestro primer beso, el primero de muchos que finalmente olvidaré, porque yo pensaba en vos, en la ventana, en cómo no estabas ahí para verme porque adivinaste todo de antemano y sabés que ya no te necesito.
sábado, 12 de enero de 2013
Te veo
Te veo. Una vez al mes, por lo menos, te cruzo en alguna esquina (¿para qué fingir? siempre es la misma esquina, la que cruzo cerca de veinte veces al día). Y es una bofetada, un segundo en que no entiendo bien qué pasa, siento como si alguien tomara mi cerebro con unos dedos finísimos y helados y lo rotara, apenas algunos grados, pero lo moviera, lo sacara de su eje. Siempre estoy apurado, generalmente cruzando la calle, o vigilando con ansiedad el semáforo, y te veo. El cerebro entonces se mueve, y yo me detengo. Es un segundo, como decía, aun menos, pero todo se trastoca hasta que entiendo que no, que no sos vos. Que no podés ser vos, que vos te fuiste, que ya no estás, que estás muerta. ¿Y si no fuera así? Porque eras vos, pero ya me cruzaste, ya no puedo verte y el semáforo me apura, y quedo pensando, ¿y si era ella? Y vuelvo a la rutina, a la realidad, pero a partir de ahí comienzo a rememorar, a repasar, a intentar entender qué es lo que pasó, quién fuiste, quiénes fuimos. Veo a tu padre tocando el timbre de mi casa (¿seguía siendo mi casa?), preguntando por vos, que no la escondieran. Veo a mi madre confundida, escucho otra vez el relato, y a medida que el relato envejece, va convirtiéndose en leyenda, se van agregando mitos. De repente, mi madre recuerda una llamada de alguien que no contestó al "hola", que cortó, y que cortó porque le respondí desganada, porque estaba acostada, y ella se dio cuenta y no respondió, ¿sabés? Pero no es la única que carga con una culpa como esa. Mi tía también tiene una historia parecida. Una llamada que nunca supo precisar cuándo fue realizada, con un mensaje en el correo de voz descubierto después de sabida la noticia, que sólo decía "flaca, por favor, ayudáme". Mierda, si hasta yo tengo una pieza del rompecabezas: un mensaje de texto, días antes, que no contesté, quizás porque no tenía crédito, quizás porque no sabía qué decirte. Veo después tu cuerpo colgando del techo, oscilante (una visión altamente cinematográfica, ¿por qué se movería el cadáver, por qué no colgaría inerte?), lo veo con los ojos de mi padre, y yo también digo "no me lo voy a olvidar más".
¿Y si eras vos? ¿Y si lo que cuentan no es así? ¿Y si, por alguna razón, pudiste escapar de todos nosotros, y ahora caminás tranquila por Corrientes? ¿Y si lo que haga tu hermana por fin te chupa un huevo, si ya te olvidaste de tu ex-marido, si ya dejaste de preocuparte por tu hija? ¿Pero por qué no me ves, por qué no me saludás? ¿O era mentira que yo era la persona que más querías, la mejor persona que llegaste a conocer? Era mentira, sí, pero no porque me mintieras, yo sé que eras completamente sincera, pero estabas confundida. No sé qué esperabas encontrar en mí. Siempre me asustó tu deseo de engancharme con tu hija. Pobre piba, me jurabas y perjurabas que estaba loca por mí, enamoradísima. No me hacía gracia tu fabulación, en ese momento era un insulto, ¿qué mina podía verme con admiración, con deseo? Te burlabas, y yo te perdonaba, porque sabía que eras sincera, pero estabas confundida. Y desesperada, no sé qué buscabas que le diera a tu hija, y quizás por eso no te respondí el mensaje, no porque no tuviera crédito, sino porque, ¿qué podía ofrecerle yo a tu hija, que realmente no me conocía? ¿Por qué me pedías que le hablara, que ella me extrañaba? Sólo era una carnada, ofrecías la carne joven de tu propia prole para conseguir unas palabras, aunque sea unas míseras palabras, pero pronto intentarías convertirlas en palabras de afecto, y eso me costaba tanto...
Siempre me sorprendió tu efusividad, pero lo peor era tu necesidad de reciprocidad (dad, dad, dad, inconscientemente me reprocho tanto, aún ahora), yo no podía contestar a tus "¿me querés?", no podía hacer lo más fácil, "sí, Raquel, te quiero mucho", no me salía, y podía ver el dolor en tu rostro. Me decía que era tu culpa, que no se le puede preguntar a otro si a uno lo quieren, pero acá estoy, Raquel, preguntándolo como un salame y acordándome cada vez de vos, desconfiando de las respuestas porque tu evocación es también la de tu hija, esa piba que afirmabas que me amaba cuando yo era un gordo gil al que ninguna mina podía soportar cerca.
Lo cierto es que no estás, pero te veo. Te veo y me obligás a mirar las piezas, el montón de piezas en el suelo y el tablero que pateaste.
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