viernes, 15 de enero de 2016

Las fauces del león, anexo

  - ¿Sabías que papá lo vio a Carlitos manejando el colectivo? ¿Te acordás de Carlitos?
  No lo puedo creer. Y no sé cómo hacer para mostrarle a mi vieja mi asombro, cómo explicarle en ese colectivo ruidoso en el que viajamos que hace más de un mes que le doy vueltas al asunto de Javier sin saber por qué, que no puedo creer la casualidad enorme de que me lo nombre ahora, que estoy tratando de ordenar mis recuerdos y dejarlos por escrito, para que dos o tres personas que ella nunca conocerá lo lean y se pregunten si es verdad o si estoy inventando todo. Escribo esto todavía shockeado, encantado una vez más por un momento de magia mundana, y otra vez en un colectivo. Es simbólico (para alguien que se maneja buscando patrones y símbolos) que se dé en un viaje, en un colectivo. Para un ermitaño como yo, acostumbrado a ser su único interlocutor, es el único lugar desde donde alguien más puede intentar decirme algo. Dentro de mi cueva (sea mi casa, o la librería), nada ni nadie me alcanza. No hay posibilidad de comunicación. Cada vez que estoy obligado a salir, por otra parte, pueden pasar cosas como esta. Que Javier esté manejando un colectivo que tomo todos los putos días. ¿Lo habré visto? ¿Será eso lo que lo empujó desde el más vergonzoso de los olvidos para colocarlo en el centro de mis desvaríos?
  Debe ser eso. La vida es simple y aburrida. Hacemos literatura de ella para tratar de darle algo de significado y dramatismo, y nos imaginamos entonces que yo escribo esto, y que lo conjuro, y que mis viejos, que jamás leerán esto, están escribiendo en sus cabezas esta misma historia, desde sus propios puntos de vista. Y que todo esto que cuento es cierto. Porque lo es.

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