miércoles, 9 de diciembre de 2015

Tres maneras de equivocarse en la obsesiva búsqueda de patrones (o "no soy tan boludo")

  Tuve una novia que era muy inteligente. Una de las personas más inteligentes que conocí en mi vida. La segunda más inteligente, seguro. La más inteligente, puede ser. Hace unos siete años, más o menos, me prometió que se iría del país el día que Macri fuera presidente. Para probar que ella era mucho más inteligente que yo, me reí de su miedo, asegurándole que un pelotudo como Macri jamás llegaría a presidente, que se quedara tranquila. En realidad, estaba tratando de tranquilizarme a mí mismo. Yo no me quería ir a vivir a otro país, y no podía pensar en no vivir con ella. Las cosas cambiaron. Y hoy (un hoy que no es hoy, pero que casi), Macri es el presidente. Esa promesa sólo me la hizo a mí. O no, es decir: el día que me lo dijo, no había nadie más escuchándola. Y en las incontables charlas de política que compartimos con otras personas, no la escuché repetirlo. Quizás sea el único al tanto de su promesa. Quisiera saber si la recuerda. Quisiera saber dónde está, quizás ya no esté en el país. ¿Quisiera saber de ella? No lo sé, en momentos de angustiante soledad es difícil darse cuenta de cuánto valen los demás, de si los otros son las personas que se supone que tienen que ser o si son, más que nada, un remedio para esa tremenda angustia. Lo que sí sé, y creo que es lo más triste, es que quisiera saber si tiene planeado irse, porque me gustaría volver a la casa que compartíamos. Quisiera saber si no me la alquila.

  Salí con tres mujeres en toda mi vida. Las tres usaban (usan, calculo, pero el pretérito es el único tiempo del que puedo estar seguro) sus segundos nombres para identificarse. Las iniciales de esos nombres son, en orden cronológico, "A", "L" y "E". ALE. Si hay alguna especie de orden superior, acabo de entender lo que me quiere decir: se llegó a donde se tenía que llegar. Aunque también recuerdo la sentencia de un amigo muy querido, el más sincero y bestial que tengo, que alguna vez, al escucharme describir a una chica que me gustaba (ni "A", ni "L", ni "E", sino la única chica que me gustó que no me dio bola), me espetó un "Kaos, tenés que dejar de enamorarte de vos mismo". Así que puede ser obra de un orden superior, u obra mía, que soy capaz de manejar la realidad que me rodea de manera simbólica para dictar señales oscuras y ambiguas. O puede ser una casualidad, claro. Pero no puedo perder la oportunidad de compararme con Dios, ¿no?

  Casi no estoy leyendo, pero nunca en mi vida compré más libros que ahora. También me compré más instrumentos de los que podré aprender a tocar en mi perra vida, pero bueno, estoy rellenando vacíos con cosas. Lo hacemos todos. Lo que me llama la atención es qué libros estoy comprando (y leyendo). Son libros que me recomendó o que le gustaban a una piba que sé que no voy a volver a ver. Son libros que me quedé con ganas de comentar con ella, para enterarme de su opinión. ¿Para qué elegirlos, entonces? La respuesta real es que son libros buenos, buenísimos. Aunque me asusta pensar que, quizás, sea una manera de fingir que la conversación con esta persona continúa, o que es posible, que me tengo que preparar para cuando finalmente se reanude. Son libros buenos, nada más. No soy tan boludo. No soy tan boludo. No. No soy tan boludo.

11 comentarios:

  1. Respuestas
    1. No es lo importante. Hay que dejar de hablar de libros, hay que romper el círculo vicioso, porque de hecho lo escribí en primera persona pero estoy de los dos lados. Y no me di cuenta hasta este comentario.

      Qué grande, Anónimo. Seguro que soy yo. Sí, seguro que hablo solo.

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  2. Respuestas
    1. Sí. Sos vos. Leete "Calles y otros relatos" de Stephen Dixon, entonces.

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  3. Tiene sentido leerlo si no soy con quien hablaste de él?

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    1. Sos Anónimo. ¿Tiene sentido que hagas esa pregunta?

      Para empezar, es un librazo. Para continuar, no se supone que se tome de manera literal todo eso que dije. Y para terminar, me pareció gracioso recomendarle un libro a alguien que nunca me va a decir qué le pareció su lectura. Porque, repito, sos Anónimo. Lo más probable es que seas yo mismo firmándome el blog para no sentirme tan solo.

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  4. Fuá... Lo de las iniciales es genial. Tenés que jugar a la quinela. Para comprarte más libros y más instrumentos.

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    1. Lo de las iniciales es lo único que no quería dejar de contar. El resto es relleno.

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  5. Ale airbender, moldeás tu propio destino a tu imagen y semejanza, somos todas proyecciones tuyas

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  6. Aún si no me lo hubieses recomendado, Stephen Dixon me hubiese remitido a vos, a este blog.
    Situaciones disparatadas en la vía pública, mujeres que desprecian regalos, hombres abandonados y desde ya el estilo directo y por momentos autobiográfico (sospecho) con el que escribe.
    Algunos relatos me hicieron largar risas en voz alta (lo cual no me pasaba hace rato con un libro) otros me generaron incomodidad (leí "El Intruso" haciendo la cola en un correo y se ve que ilusamente creo que hay personas que se contorsionan ridículamente con tal de pispear las lecturas ajenas como hago yo), otros una especie de nostalgia, un par no los entendí del todo...
    Me gustó mucho, no pude más que leer también "Ventanas...". Así que gracias.

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    1. De nada. Era casi un deber recomendar ese autor, acá. Dixon hace todo lo que yo quiero hacer, pero bien. Muuuuy bien. Lo estuve imitando de manera chapucera todo este tiempo sin siquiera conocerlo.

      Tendría que alcanzarme el cumplido de que te haga acordar a lo que escribo. Pero prefiero quedarme con el hecho de que te presenté otro buen autor. Son pocas las recomendaciones que llegan a buen puerto.

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