martes, 17 de junio de 2014

El pelado

Estoy en la estación de Lomas, esperando el colectivo. En la fila ocupo el quinto lugar. En los primeros cuatro lugares hay, respectivamente: un pibe joven, flaco y morocho, con pelo corto y peinado con gel; una chica joven, bonita, pelirroja y con anteojos; un tipo alto, pelado, vestido con ambo azul; un señor petiso y de cara arrugada, con anteojos.

Estoy cruzando las vías de la estación de Lomas, llegando a la parada del colectivo. Hay sólo un tipo esperando (mala señal, porque implica que el tiempo de espera será prolongado, ya que no ha pasado mucho tiempo desde que el último vehículo se retiró). Me coloco detrás de él. Es un tipo alto, con cara de malo. Es pelado, lleva una campera sobre su ambo y tiene un maletín en la mano.

Estoy en un colectivo, a pocas cuadras de mi casa. Un pelado se levanta y va hacia la puerta delantera. Me suena, lo vi en algún lado. Pasan dos cuadras, y no se baja. Voy hacia la puerta trasera, toco el timbre: es mi parada. El pelado baja por adelante, en la misma esquina. Cruza por delante del colectivo antes de que este doble, camina hacia la misma dirección que yo emprenderé, una vez que el colectivo termine de doblar. Lo veo caminar mientras llego hasta mi casa. Me sacó más de media cuadra de distancia.

Llego a la parada del colectivo, estoy en la estación de Lomas. Adelante mío está el pelado del ambo. Prácticamente, viajo con él todos los días. Siempre se sienta adelante, suele ser uno de los primeros en subirse al colectivo y elige uno de los asientos más cercanos al chofer. También se baja por adelante, creo recordar. Siempre en la esquina de mi casa.

Estoy llegando a la estación de Banfield, en el tren. Generalmente viajo leyendo, pero contando las estaciones, siempre. A veces, cuando la lectura es muy atrapante, puede que me saltee alguna. No estoy seguro de que haya pasado, quizás sí, pero lo que importa es que tengo la sensación de que me pasa, o de que me puede pasar: es por eso que, además de contar las estaciones, miro por la ventanilla cada vez que el tren se detiene, para reconocer en qué estación estoy (siempre y cuando la lectura no esté demandándome tanta atención como para hacérmelo olvidar, cosa que no sé si alguna vez ocurrió, repito). Son seis estaciones hasta Lomas, siendo la de destino, la séptima. Yrigoyen y Avellaneda son las estaciones elevadas, son las más fáciles de distinguir de las demás, pero las más fáciles de confundir entre ellas. Por suerte, después viene Gerli, que es la más fácil de todas: las puertas se abren del lado derecho, cuando todas las demás (hasta Lomas, al menos) abren del lado izquierdo. Después viene Lanús, con el Bingo del lado derecho. Escalada, con los viejos talleres del lado izquierdo. Y Banfield, a la cual estoy llegando. Es la que más me cuesta, porque si no presté atención antes de que entráramos a los andenes (a la plaza del lado izquierdo), me veo obligado a contorsionarme para ver el cartel con el nombre de la estación, que está, al igual que la plaza, del lado izquierdo. Veo el cartel, me quedo tranquilo. Las puertas se abren, hay gente que baja, gente que sube. Las puertas se cierran y el tren reanuda su marcha. Instantáneamente, un pelado se pone delante de la puerta. Qué gracia me da esa gente tan apurada por ser la primera en bajar, que se prepara con tanta anticipación. Cuando el tren finalmente llega a Lomas, el pelado baja y sube las escaleras de la terminal corriendo. Es el pelado que compartirá luego el colectivo conmigo, y que se bajará a media cuadra de mi casa.

Estoy en un colectivo, a pocas cuadras de mi casa. El pelado se levanta y va hacia la puerta delantera. Me pregunto por qué siempre se baja por adelante, y también me pregunto por qué eso me molesta tanto.

Bajo del colectivo, el pelado no pudo cruzar antes de que el colectivo doblase. Me le paro al lado, los dos sobre el cordón, expectantes. Hace meses que lo veo todos los días. Pienso en la posibilidad de saludarlo. Quizás no sepa que tomamos el mismo tren y el mismo colectivo todos los días, quizás no me reconozca. Somos vecinos, viajamos todos los días juntos y ni nos saludamos. No creo que esté bien, me hace sentir incómodo.

Estoy en la estación de Lomas. No hay colectivos, hubo un paro sorpresivo. Veo al pelado de todos los días putear, se va. Sé que vivimos muy cerca. Podríamos compartir un remís, sería lógico y provechoso. Lo veo irse.

Estoy sentado en el colectivo, en la terminal. Veo al pelado subir. No es algo común, siempre llega antes que yo a la parada. Alguien sentado atrás mío lo reconoce. Lo saluda, lo invita a sentarse a su lado. Charlan todo el viaje. Por fin escucho su voz. Hablan de una iglesia evangélica a la que iban. Me invade la desilusión.

Hace días que cortan la luz en mi barrio a la noche. El colectivo cambia constantemente de recorrido, para colmo, y nunca estoy seguro de dónde me terminaré bajando. Esas cuadras a oscuras, nunca las mismas, antes de llegar a mi casa, son una pequeña preocupación. Llego a la estación de Lomas. Veo al pelado del ambo en la parada. Me tranquiliza.

Estoy en la estación de Lomas, esperando el colectivo. La espera es larga, ya van 25 minutos. Comienzo a estudiar a la gente de la fila, para combatir el aburrimiento. Caigo en la cuenta de que falta el pelado grandote con cara de malo, el del ambo. Poco tiempo después recuerdo que es sábado: nunca lo he visto un día sábado.

Estoy llegando a Lomas. La puerta del tren se abre y el pelado del ambo baja trotando. Esta vez apuro el paso, trato de no perderlo de vista, quizás su prisa constante tenga que ver con un mejor conocimiento del horario de los transportes. Cruzamos las vías por las escaleras, me aventaja por treinta metros, lo veo correr con vehemencia, ahora sí, para llegar a la parada. Ese pique repentino sólo puede deberse a que el colectivo está en la parada, a que puede estar por irse en cualquier momento. Corro también, veo que, efectivamente, el colectivo está por irse, el colectivo arranca, el pelado está a diez metros, yo sigo atrás, el colectivo frena en un semáforo, seguimos corriendo, llegamos a la puerta al mismo tiempo, el pelado le golpea la puerta al colectivero, el chofer lo ignora, el pelado le grita "¡cornudo!", nos comenzamos a retirar hacia la parada, el colectivo sigue frenado en el semáforo, el pelado continúa puteando. Sé que me habla a mí, es la primera vez que lo hace. Me hace cómplice de su furia, va alistando diversos insultos, así, en fila, hijo de puta, sorete, pedazo de puto. Lo único que se me ocurre responderle es un incómodo "nunca entendí esa tendencia de los choferes por no abrir la puerta fuera de la parada, estando frenados en un semáforo". Su respuesta es determinante. Es la respuesta que pone fin a este catálogo de encuentros, a estos pequeños intentos por conocer al pelado, por develar quién es. A partir de ahora, lo veré todos los días, pero ya no le prestaré atención, no intentaré descubrir nuevos datos sobre su persona. "¿Y qué querés, si era un negro de mierda? A esos negros hay que prenderlos fuego ni bien nacen".

5 comentarios:

  1. Qué bravo ese pelado, cagadísimo de miedo de que sea vecino mio. Excelente texto. Gran abrazo, hermano!

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  2. "No, pero no entendiste, quiso decir negro de alma, de mente, no de piel"

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  3. Este país está lleno de pelados. Pelados de alma y de mente...o sea, no estoy discriminando, yo tengo un amigo pelado.

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  4. 1º Me encantó.
    2º Lo de las estaciones me pasa desde los catorce años (desde que empecé a viajar solo). Banfield es la estación más chota.
    3º http://labibliotecadeartholia.blogspot.com.ar/p/habia-un-tipo-que-se-tomaba-el-bondi-en.html

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  5. ya es hora de un nuevo escrito, Dr Kaos Polyester

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