miércoles, 9 de abril de 2014

Elogio del desprecio (un fósforo)

para el Tucu

  Es muy simple. Se toma toda la pasión, todo el deseo, todo el cariño que uno esté sintiendo en ese momento, y se le acerca un fósforo. Arde con una violencia inusitada, es un proceso que no lleva más que un par de horas. Duele como pocas cosas en la vida, pero es sumamente útil: esa persona que uno adoraba, pasa a ser odiada, y luego el tiempo hará su parte. Deja de ser una preocupación.
  Y ni siquiera hace falta que duela, ni hace falta viajar de extremos tan separados. Es muy fácil destruir nuestras emociones, nuestra curiosidad. Lo he visto muchas veces, y estando de los dos lados. Y es lo más sano, la volatilidad emocional es la respuesta. Hay que acumular mentiras, eso está clarísimo, lo hacemos y lo haremos todos. Pero cuando esas mentiras ya no sirven, cuando molestan: puf. Un fósforo y a la mierda.
  Y cualquier cosa puede servir de disparador. He conocido el caso donde fue un chiste desafortunado. Más de un caso, me temo. El humor mal entendido es muy destructivo. Un reproche mínimo. Una diferencia de gustos musicales. El interés aparece y desaparece. Una simpatía mal colocada, una palabra inocente pero que el receptor relaciona con algo profundo. Cualquier cosa sirve, y lo que antes estaba no está más. Nada importa realmente, hay miles de personas alrededor nuestro. ¿Por qué no descartarnos, no odiarnos sin culpa, no olvidarnos rápidamente?
  Además, esto tiene su contrapartida, su costado luminoso: cualquier persona que conozcamos puede ser adorada instantáneamente. Es un juego de espectros, de figuras de cartón. Ponemos y sacamos, nada importa realmente: lo hacemos todo desde nuestra absoluta soledad, desde nuestro acotadísimo punto de vista, desde nuestro más sanguinario narcisismo. Pongo por caso: hoy, en el subte, vi una mina. No era la gran cosa, pero tenía algo que me encantaba, un conjunto de pequeños detalles que la pintaban de manera hermosa. La miré con más atención, y sentí el gusto de la nostalgia, la vi como a ella, me recordó a ella, a la olvidada. No me molesté en sentirme imbécil, me dejé llenar de una placidez anacrónica, y obtuve un premio: la mina sacaba de su bolso un libro. No era cualquier libro el que leía. Era mi libro favorito, mi libro de iniciación, mi libro. Mío, porque casi nadie lo conoce, casi nadie lo consigue, casi nadie lo ha leído, casi nadie quiere leerlo, tampoco. Y, curiosamente, un libro que la otra, el espectro que ocupaba el lugar de esa chica del subte, había leído porque yo se lo había prestado. El único libro que le había prestado, el único libro que me había pedido, el único libro que puede que le recuerde mi persona. Una casualidad, pero alcanzaba, alcanzó para que amara a esta chica del subte, alcanzó para que llorara al verla partir, alcanzó para sentirme idiota después, también.
  Y alguien podrá argumentar que estoy equivocado, que lo que ahí pasó desmiente todo lo dicho anteriormente, que yo nunca olvidé, que nunca dejé de amar, de extrañar, de querer. Que ese espectro es la prueba de que no sé dejar ir, que veré fantasmas allí donde vaya, que nada morirá hasta que yo no muera. Bueno, invito a quien quiera a decirme eso. Y le probaré lo fácil que mando a cagar a la gente, y para siempre.

7 comentarios:

  1. https://www.youtube.com/watch?v=8gJZtv9rLTc&feature=kp

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  2. ¿Qué libro? Si una mina pela Ubik en el subte me enamoro instantáneamente. La otra vez me pasó con una mina que estaba leyendo el Retorno del Rey, pero en inglés. Aunque ya ni siquiera recuerdo su cara...

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    1. Ubik es mío. Lo que tenés que hacer si ves una mina leyéndolo, es conseguirme su teléfono. Necesito nuevos fracasos.

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    2. No me dijiste que libro era. ¿Era Ubik?

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    3. No dije y no digo y no diré. Hay cosas que es mejor no decirlas.

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  3. Tremendo hermano, leído perfectamente un mes después. Muchas Gracias. Disparamos a Sábato, y metemos a Macedonio en el baúl, no queda otra.

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  4. Segunda lectura, literal. impresionante. Tu escritura va creciendo, y lo sabes.

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