miércoles, 20 de noviembre de 2013

El sorteo

  - Escúcheme, Don Carlos. ¿Sabe ya cuándo van a hacer el sorteo?
  - ¿Cómo dice?
  No se escuchaban, de fondo sonaba el teléfono del local, un teléfono de disco ancestral, con una campana capaz de hacerse escuchar a dos cuadras. García volvió a repetir su pregunta, pero esta vez gritando.
  - Ah, el sorteo. No, García. No se sabe todavía. Pregúnteme mañana. O pasado. Pero no deje pasar más de dos días, eh, recuer--
  - Sí, ya sé, que pasados dos días de no reclamado el premio se vuelve a sortear. Me lo dice siempre, Don Carlos.
  - ¿Cómo dice?
  - ¡Que ya sé!
  García se retiró, desganado, olvidando saludar a Don Carlos. "No es para tanto", pensó. "Mañana lo vuelvo a ver. Lo veo todos los días".
  Habían pasado cuatro meses desde que había comprado el boleto de lotería. Tendría que haberse sorteado a la otra semana, pero, por alguna razón, lo habían pospuesto de manera "indefinida". Así decía el comunicado del Ente Organizador de Juegos de Azar (EOJA). Y así lo repetía su vocero lunes a lunes, en su conferencia de prensa. García había escuchado ya a varios de sus compañeros contando, risueños, cómo habían perdido y olvidado ya sus boletos. La resignación había ya eliminado a varios de sus competidores (calculaba, extrapolaba), y eso sólo ayudaba a García a seguir pendiente del eventual sorteo, de no perder el boleto, de no dejarse vencer por la desidia y la apatía. Así es que, todos los lunes, acudía a la conferencia de prensa del vocero del EOJA, donde era, casi siempre, el único asistente. Y día a día visitaba a Don Carlos, claro, su quinielero de confianza.

  El teléfono lo recibía sonando otra vez.
  - Buen día, Don Carlos.
  - ¿Eh?
  - ¡Buen día!
  - Ah, sí, todo bien. ¿Qué necesita?
  - ¿No se imagina?
  - Hable más fuerte, no alc--
  Don Carlos acercaba su oreja derecha por encima del mostrador. García ya estaba acostumbrado, pero no podía creer que la conversación fuera igual todos los días.
  - Atienda, Don Carlos, por favor. Atienda el teléfono. Después hablamos.
  - No, el cliente cara a cara tiene prioridad, siempre. Sería una falta de respeto.
  El quinielero ya gritaba también.
  - ¿Sabe, Don Carlos? Si usted atendiera alguna vez el puto teléfono, yo no vendría todos los días. De hecho, antes de salir, siempre lo llamo. ¿Por qué no atiende?
  - Siempre tengo gente, García. ¿Qué necesita? Dígame o deje pasar a Martita, que está detrás suyo esperando.
  Martita había dejado de ser Martita hacía, mínimo, cuarenta años. Era una vieja con todas las letras. Sus bufidos y mohínes de impaciencia lo comprobaban.
  - El sorteo, Don Carlos. ¿Para cuándo?
  - Todavía nada, García. No se sabe. Pase mañana.
  - No. Mañana atienda el teléfono.
  - Siempre y cuando no tenga gente...
  Saludó a Don Carlos y a Martita, que no le devolvió el saludo, y fue hasta la oficina. Sentado en su cubículo, miraba su boleto y se preguntaba en qué momento ese pequeño papelito, esa promesa de ponerle un fin a la rutina si la suerte lo elegía, se había hecho parte del tedio que debía ayudar a destruir. "Tenés que aguantar, macho" se decía. "Ya lo van a sortear".

  El teléfono sonaba. La persiana estaba baja, pero el teléfono sonaba. Esperó y, a los cinco minutos, salía Don Carlos.
  - Buenas noches, Don Carlos.
  - ¿Eh? ¿Qué hace acá, García? Ya cerré.
  - No me atendió. Llamé todo el día y no me atendió.
  - Mucha gente, García. Pero le tengo una buena noticia: el sorteo todavía no se sabe cuándo se hace, pero hoy se vendió el último número. Ya no hay más boletos, eso tendría que acelerar las cosas, ¿no cree? Póngale la firma, antes de fin de mes se sortea.
  - Le tomo la palabra, Don Carlos.
  - No, ojo, no es oficial, es mi... mi corazonada. Mi apuesta. Y yo de apuestas sé, ¿eh?
  Don Carlos reía, evidentemente tenía mucho mejor humor luego de cerrar su modesto local. Se despidieron, pero antes de alejarse demasiado, García se volvió.
  - Dígame, Don Carlos: ¿por qué mierda no desconecta el teléfono?
  - No, García. Eso sería una falta de respeto. No, no. Jamás.
  García se volvió a su casa, convencido de que el quinielero definitivamente lo gastaba. En el camino, sacó el boleto de la billetera y lo miró, como hacía todos los días, a todas las horas. Algún día lo tenían que sortear. Había pasado un día más. Quedaba un día menos.

  Terminó de anudar su corbata, y volvió a intentar convencerla.
  - ¿No venís, Claudia?
  - No. Y, francamente, me parece ridículo que vos vayas.
  - ¿Desde cuándo es ridículo ir a un funeral? Despedir a alguien que veías todos los días, rendirle tributo. ¿Qué hay de ridículo en eso?
  - Era tu quinielero, negro. No tenés nada que hacer ahí. Es una falta de respeto a la familia. No me metas en eso. Yo no voy.
  - Bueno. Igual les mando tus respetos.
  García se fue, solo. Llevaba su boleto encima, como siempre.

  Luego de la muerte de Don Carlos, García tuvo que depender de los informes del EOJA, exclusivamente. No le gustaba el muchacho que lo reemplazaba. No confiaba en él, en sus pearcings, en su pelo violeta, en sus anteojos de marco celeste. La rutina se le hizo más engorrosa, porque el edificio del EOJA le quedaba mucho más lejos, pero no veía otra salida. Eso sí: había que reconocer que el pibe nuevo atendía el teléfono. Lástima que fuera tan poco confiable.

  - Negro. Negro. Negrito, ¿dormís?
  Que Claudia lo despertara en medio de la noche era una mala señal. Lo primero que pensó es que, en algún momento, hacía añares, ella podía despertarlo para coger. Pero esa ya no era una posibilidad.
  - ¿Qué, Claudia? ¿Qué pasa?
 - ¿Vamos a ir con mi hermana al glaciar? Son dos semanas. Hace un montón que no salimos de campamento.
  García se lo veía venir. Y Claudia sabía la respuesta. Era una conversación cerrada de antemano. ¿Para qué volver a tenerla? ¿Y para qué a las tres de la mañana?
  - No, chola. No. No puedo irme. Tengo que estar acá, ya sabés.
  Claudia se incorporó, hecha una furia. La ternura con la que había iniciado el diálogo desapareció en menos de un segundo.
  - ¡Dejá de romper las pelotas con esa lotería! Hace años que esperás el sorteo, no podés dejar que tu vida esté alrededor de eso, ¿no te das cuenta de que sos el único boludo pendiente de ese sorteo de mierda, cuando todo el mundo sabe que no se va a hacer nunca?
  García respondió, calmo.
  - Se va a hacer, se va a hacer. No pueden no hacerlo. La gente pagó por los boletos, lo van a hacer.
  - Pedí que te devuelvan la plata, como hizo todo el mundo. O mejor, olvidate del asunto. Diez pesos roñosos te salió el boleto. Venite conmigo, vamos al glaciar. No seas tarado, por favor. Hacelo por mí.
  La ternura había vuelto.
  - No puedo, cholita. No puedo.
  Al despertar, García vio las lágrimas del otro lado de la almohada. Pensó que estaba obrando mal, que todo se le estaba yendo de las manos. Más tarde vio el boleto, y olvidó por completo las lágrimas y la almohada.

  "Claudia, soy yo. No veo por qué no volviste a casa. Entiendo que fuiste de campamento con tu hermana, entiendo que fuiste sola porque yo no fui capaz de acompañarte, entiendo que no me avisaras porque estabas enojada conmigo, pero no entiendo por qué no volviste."
  No le atendía el teléfono, su cuñada tampoco, así que el e-mail era su única vía posible de comunicación.
  "Acá estamos bien, el gato te extraña. Llamame, o atendeme. O volvé, directamente. No tiene sentido todo esto, exageraste. Yo te quiero."
  No alcanzaba. Hacía falta decir algo más. Dudó bastante, pero finalmente lo escribió.
  "P.D.: si gano el sorteo, ¿volvés?"

8 comentarios:

  1. ¿A qué lotería le jugó?

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    1. A la lotería de la vida, Anónimo. Se jugó una sola vez, y se aferró a esa jugada.

      Un boludo.

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  2. Nunca hay que dejar las cosas que importan en manos del azar

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    1. Anónimo perfecciona sus técnicas, y a veces permanece, efectivamente, en el anonimato.

      Las cosas más importantes siempre hay que dejarlas en manos de otro. Llámese azar, Dios, o ella. Uh, qué buen nombre para el blog. "Azar, Dios, o ella".

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  3. Espectacular, es fantástico!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Puedo ser tu amiga? (o puedo seguir siéndolo?). Me encantó

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    1. Que seas mi amiga me suma porotos para el día del juicio final. Así que, por mi parte, jamás dejaremos de serlo. Porque soy así, interesado, ¿viste?

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  4. ¡Muy bueno Ale!

    (Soy Pablo, no inicié sesión)

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