viernes, 18 de enero de 2013

Ventanas


  Nunca te vi más que unos segundos, y siempre a través de la ventana. Supongo que estabas en tu casa, que ese era tu living, que esa era tu mesa, que servías la comida para tu familia, aun sin saber tu lugar ahí. Por momentos me parecías la hermana mayor, por otros te veía como la madre, pero no, no podía ser, eras tan joven. El evidente patriarca, tan gordo, tan viejo, tan desagradable. Debía ser tu padre, tu tío. Aunque una tensión sazonaba la relación entre ustedes, lo intuía.
  La primera vez sólo lo vi a él. De hecho, así fue por semanas. Pero algo en él me llamaba la atención, con sólo verlo sabía de tu existencia, no podría precisar por qué. Me divierte pensar que era un asunto de composición, de contrapeso pictórico, o vaya a saber qué. Lo cierto es que, la primera vez que te vi, ya te conocía. Y cada nuevo paso por esa ventana, por esa casa a dos cuadras de la mía, me revelaba un nuevo detalle que yo ya conocía. Tu piel morena, tu sonrisa tímida, tu pelo oscuro, tan bello en esa trenza, tan bello cuando suelto. Aprendí que suelto lo llevabas estando sola. Y también aprendí que comenzaste a usarlo en trenza aun estando sola, porque me esperabas, porque sabías que pasaría y te miraría. Y allí, a través de la ventana, y por solo una trenza, comprendí que eras mía de alguna manera, y que yo era tuyo, que mis pasos en tu vereda ya te pertenecían.
  Aprendimos a hacer de cada ventana (porque así bauticé cada uno de nuestros encuentros) algo especial. Un día, me dabas una risa. Al otro, me ofrecías tus ojos cerrados, descansando en tu silla de mimbre. Alguna vez acariciaste a alguno de los niños, y ahí dudé, esa caricia podía ser de madre. Pero la única caricia que me interesaba era la de amante, y cuánto me dolió el día que me la ofreciste, el día que acariciaste ese torso peludo y descuidado que se sentaba al lado tuyo (y no, no era tu padre, quizás un tío, cada cual hace lo que quiere), qué dolor placentero.
  Al poco tiempo comencé a ofrecer algo de espectáculo, también. La ventana tenía dos lados, yo bien lo sabía. Me viste detenerme oportunamente frente a tu familia para encender uno de mis cigarrillos. Me oíste cantar, caminando tranquilo bajo la llovizna. Me viste al resguardo de tu balconcito, en días de tormenta. Me viste guiñarte un ojo, insinuarte un beso, pensarte desnuda.
  Quizás me hayas soñado, como yo. El universo tiende a la simetría, tengo eso de mi parte. Quizás nos encontráramos allí, en esos sueños que invadían también la vigilia, desnudos y felices. Quizás también soñaras que mataba a tu padre (quizás lo fuera, finalmente), que comía sus ojos frente a tus hijos/hermanos, que me sentaba yo a la mesa con el torso desnudo, que cerraba la ventana. Quizás soñaras con mi voz.
  Pero hoy el espectáculo iba a ser diferente, casi cruel. Pensé en tomar otra calle, caminar algunas cuadras más para desviarme de una ventana que no sería justa, pero volví a pensar en la simetría, y quizás pudiera devolverte la caricia de amante que me habías ofrecido. Marina venía finalmente a mi casa, caminaría con ella esas cuadras, tomándola tímidamente de la cintura, sin saber si me correspondía. El destino (es decir, Marina) quiso que nos besáramos justo frente a tu ventana, nuestro primer beso, el primero de muchos que finalmente olvidaré, porque yo pensaba en vos, en la ventana, en cómo no estabas ahí para verme porque adivinaste todo de antemano y sabés que ya no te necesito.

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