viernes, 5 de febrero de 2016

Tilt #2: Apuesta segura

¿Practicás tu cara de poker frente al espejo?

Todo lo contrario, no hay manera de practicar la "cara de poker" en soledad. O más bien sin estímulos, sí, eso quise decir. Calculo que si alguien quiere practicar su cara de poker tendría que... no sé, mirar alguna película de terror o alguna comedia y tratar de permanecer impasible, pero tampoco serviría de nada, es una ridiculez lo que estoy diciendo (risas).

(¿Sabés lo que hago al mirarme al espejo? Es algo que hago automáticamente desde que tengo memoria, cada vez que entro al baño. Cuando me veo, primero me sorprendo de verme como realmente soy y no como la imagen mental que calculo que dejó de actualizarse hace quince años. Inmediatamente después, hago la mímica de apuntarle al reflejo con una pistola imaginaria y aprieto el gatillo. Todo ocurre rapidísimo, la mayoría de las veces es todo el mismo movimiento, mientras estoy cerrando la puerta del baño, y es ya un ritual inconsciente. Se lo conté una vez a una mina con la que nos encontrábamos para coger y le cayó como el orto. Después de eso no nos volvimos a ver, y aprendí a callarme la boca. Descubrí que esas boludeces no se cuentan. También descubrí una de las desventajas de jugar bien al poker: aprendés a leer el disgusto en las caras ajenas de manera infalible.)

  "Catorce años, mierda". Tiró la revista otra vez al rincón. No iba a repetir esta vez el mismo juego de siempre, el de leer las preguntas y contestarlas desde el presente. Era inútil e inverosímil: ya nadie tenía interés en preguntarle nada, y esa sinceridad escandalosa que ensayaba en las nuevas respuestas sólo era un acto capaz de existir en soledad. "No te animarías a contestar así", se desafió. Volvió a pensar en esa ambivalencia que aún no podía eliminar. ¿Quería recobrar su pequeñísima fama perdida? ¿Quería volver a jugar de manera profesional? ¿Quería salir de ese pozo en el que estaba tan tranquilo, en el que aparentemente había pasado CATORCE AÑOS sin darse cuenta? Bien mirado, su presente era el de un jugador profesional. Vivía en un pequeño departamento por el cual no pagaba absolutamente nada, bajo la condición de jugar dos veces por semana al poker en el bar del dueño del departamento, con el cual dividía las ganancias. El poker lo mantenía, le pagaban por jugar. ¿No era eso ser un jugador profesional?
  Había algo en los antiguos torneos importantes que quizás extrañara, pero estaba demasiado aturdido como para seguir pensando qué era, qué quería, cómo se sentía, qué buscaba, y por qué había pasado tanto tiempo sin encontrar una respuesta.
  Aún así, antes de tratar de olvidar todas esas preguntas, vio la posibilidad de una apuesta en la cual no podía perder. Se apostó a sí mismo que, si alguna vez volvía a aparecer en las mesas de esos grandes torneos y a alguien se le ocurría entrevistarlo, contestaría de manera sincera. Quedaría como el perdedor que sentía que era, haría que cualquier persona que posara en él su atención riera de manera burlona. Era su manera de tentar a la suerte. Dios no da nada sin recolectar antes el diezmo, el Diablo nada entrega sin llevarse antes tu alma.

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