domingo, 31 de enero de 2016

Tilt #1: ¿Cinco? ¿Seis?

  Volvió a cruzarse con la revista buscando algún pantalón que no oliera tanto. Tirada en un rincón, entre ropa sucia y botellas vacías, lo obligó a hacer cuentas. Habían pasado cinco años. ¿O seis? Cinco o seis, habría que leer la fecha en la portada y la duda desaparecería, pero el esfuerzo de empequeñecer sus ojos para contrarrestar la miopía le pareció excesivo, dado que llevaba apenas dos minutos despierto (levantar la revista para acercarla estaba directamente fuera de discusión). Serían cinco o seis años, poco importaba la diferencia. Le preocupaban otras dos cosas. En primer lugar, el hecho de no recordar con seguridad si eran cinco o seis años. La entrevista que le habían hecho en ese ejemplar de "Pokerface" representaba uno de los pocos logros en su vida, si no el único, y su principal virtud siempre había sido su muy buena memoria. Y estas dos cosas estaban emparentadas: su buen desempeño en el poker se basaba casi por completo en su enfermiza memoria. ¿Cómo podía olvidarse entonces de si habían pasado cinco o seis años? ¿Ya no le importaba tanto el hecho de haber sido considerado una estrella en ciernes del poker latinoamericano? ¿O empezaba a perder su siempre afilada memoria? Ninguna de las dos posibilidades era alentadora, ya que necesitaba ambas certezas para mantenerse vivo. Tenía que conservar su interés por el poker, y tenía que tener una excelente memoria. Si perdía alguna de las dos cosas, perdería a la otra también.
  Su segunda preocupación, alrededor de la antigüedad de la revista, fue pensar que probablemente fuera su posesión más reciente. Cinco o seis años. Era menos tiempo que el que llevaba sin comprarse un pantalón. En esa búsqueda que desembocó en su reencuentro con la revista, había pasado por encima de un Angelo Paolo (veinte años de antigüedad), por citar el ejemplo más exagerado. Hizo un inventario de los pantalones que había encontrado y descartado, y recordó el mes y el año en que había comprado cada uno. El más reciente lo había comprado un verano en San Bernardo hacía ya siete años. Fueron sus últimas vacaciones. Si bien vivía desempleado y en un estado de inactividad casi perpetuo, ese viaje a San Bernardo había sido su última excursión recreativa, lo que la mayor parte de la gente normal entiende como "vacaciones". Siete años. Siete años sin comprarse un pantalón, siete años sin irse de vacaciones, siete años sin hablar con Mariel, siete años sin ver a Facundo. Recordaba las palabras de despedida de cada uno de ellos. Facundo se iba diciéndole "no podés ser tan pelotudo, no podés dejar que Mariel se vaya". Y lo que Mariel decía todavía le dolía tanto que tenía como ley no recordarlo. Las primeras tres palabras sonaron en su cabeza, "en realidad nunca", pero el resto de la frase quedó sepultada debajo de la estrofa de una canción que cantaba siempre en esos momentos, cuando parecía que las palabras de Mariel volvían para torturarlo. "Life's a piece of shit, when you look at it", cantó. "Life's a laugh and death's a joke, it's true". Era una manera muy efectiva de aturdirse.
  Siete años, entonces, de la malla que se trajo aquel verano, el verano de San Bernardo, y de Mariel, y de Facundo, y de las reputísimas madres que los parieron a los dos. Siete años, y la malla que compró un martes en un local que daba a la playa, con una señora que lo atendía pero que no era la dueña, que la dueña era la hermana de su comadre, pero que ella venía en temporada para ayudarla y se hacía unos pesos, y que esa malla te queda bárbaro, es más moderna que esto que usás, ¿o no que le queda bárbaro? ("bárbaro", con Mariel a partir de ese momento siempre diciendo "ah, qué bárbaro esto, ¿no te parece bárbaro?"), ¿y de dónde son, chicos?, ah, qué bárbaro, ¿y qué hacen? ¿cómo que jugás al poker?, no, yo digo de trabajo, de qué trabajás. Recordaba todo. Su memoria funcionaba a la perfección. Pero habían sido siete años, y eso había sido definitivamente después de la entrevista. Justamente, después de la entrevista empezó a creerse que era un jugador de poker, que a eso se dedicaba, que podía ser una profesión. No podía haberle contestado eso a la señora (Mindy, decía llamarse Mindy) antes de que le hubieran hecho la entrevista para Pokerface. Mierda. Entonces habían pasado más de cinco o seis años. ¿Siete?
  Finalmente, se acercó al rincón donde yacía la revista y la levantó para leer la fecha. En los segundos que eso le tomó, pudo continuar con el inventario de sus pertenencias clasificándolas por su antigüedad. Celular, ocho años (regalo de Mariel); cepillo de dientes, seis años (lo indignaba que quisieran venderle uno nuevo cada tres meses, era una estafa); cinturón, dieciséis años (un amuleto, robado a Facundo, usando ese cinturón había ganado su primer partida importante). Levantó la revista. ¿Cinco, seis, siete? Apostó en su cabeza, a último momento decidió ir en contra de sus impresiones iniciales. Ocho. Apostaría por ocho.
  Habían pasado catorce años.

1 comentario:

  1. Hacía rato que no pasaba. Justamente me encontraba reflexionando acerca de la soledad...

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