lunes, 14 de mayo de 2012

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 3ra entrega: el tercer hombre


  "Es una semilla.
  Tratadla como tal.
  Que no falte el agua,
  y el brazo crecerá,
  cual rama de peral."

  Con esas musicales palabras había despedido Mephisto al dolorido Sir Lawrence, ya hacía dos semanas. Y la razón había estado de su lado, confirmando que el mote de "hacedor de milagros" lo tenía bien ganado: el brazo se reconstruyó a la perfección, teniendo incluso viejas cicatrices de batalla que el caballero creía que habría perdido para siempre.
  - Es vuestro turno, Sir Edward. Valentina os espera.
  Sir Edward había pasado esas dos semanas siguiendo de cerca la recuperación de su compañero, postergando su visita a la torre. Era lo que su amistad le exigía, y además le servía para evitar de momento a la caprichosa princesa, con la cual ya sabía que no deseaba ni el más mínimo contacto. Pero de esto último jamás pronunció ni una palabra. De hecho, para explicar su inactividad, respondía a Sir Lawrence con un "Descuidad, caballero. Nadie más que vos podría rescatar a la princesa. No irá a ninguna parte hasta que vuestra recuperación sea óptima".
  Al llegar a la torre, una sorpresa los esperaba. Otro caballero se había sumado a la empresa, alentado por las historias del fracaso del gran Sir Lawrence. Esa princesa se había convertido ahora en el deseo de todos los hombres valerosos de los alrededores, y a ese llamado acudió el noble Sir Garald, compañero de Edward y Lawrence en sus días de formación, antes de que ganaran sus títulos.
  - ¡Nobles sires! ¡Hinco mi rodilla en la tierra para recibiros! ¿Venís a rescatar a la princesa? Espero que mi presencia aquí no sea tomada como una invasión, pero oí historias de lo acaecido hace poco más de 10 jornadas, y he creído pertinente dar mi brazo armado para salvar a tan bella dama de su prisión... ¿Creéis que obro de manera innoble?
  Sir Edward ahogó un reproche, al ver que su amigo se adelantaba.
  - Noblísimo Sir Garald- díjole-, Valentina ganará una fortuna equivalente a la de diez jeques si es vuestra intención desposarla. No seré yo, y menos mi compañero, el que se interponga entre esa frágil damisela y su felicidad. Y la vuestra, pues además de frágil, esa doncella es la dulzura misma encarnada, una muestra del más precioso néctar que los dioses han puesto sobre la tierra para que nuestros pobres y humildes ojos conozcan lo sublime.
  - Muchas gracias, Sir Lawrence. Vuestra generosidad y gratitud sólo son comparables con vuestro valor... ¡Contemplad, entonces, mi magna obra de ingeniería! Al no haber manera de escalar esta torre sin escaleras, he usado mi tiempo construyendo este andamiaje. Habéis llegado justo para ver mi triunfal ascenso.
  Sir Edward no comprendía sus sentimientos. Por alguna razón, sentía que Sir Garald era un arrebatador, un aprovechador, aunque se sentía aliviado por no tener que enfrentar a "esa arpía", como llamaba a Valentina en su mente. Y más confundido se sentía al ver cómo su amigo apoyaba la misión de este otro competidor, aún amando a Valentina. ¿No debiera ser al revés, entonces? ¿No debería él apoyar a Sir Garald, de quien, además, tenía una buena impresión? ¿Y no debería ser Sir Lawrence el que reaccionara con resentimiento? Evidentemente, el camino del caballero era uno difícil de recorrer, y Sir Lawrence podía enseñarle mucho. Pero aún teniendo eso en cuenta, el resentimiento que sentía escapaba a su propia comprensión.
  Sir Garald comenzó su ascenso, su construcción era firme y sólida. ¿Qué era lo que quería Sir Edward? ¿Quería que la rescatara, o que fracasara? Sobre eso reflexionaba al verlo subir, y viendo la estoica expresión de Sir Lawrence, comenzó a comprender su batalla interna. Lo que quería, era que la princesa fuese rescatada por su amigo. Aunque eso requiriera que Sir Garald, un caballero hecho y derecho, fracasara. Aunque eso requiriera otro intento de rescate propio, con todo el odio que sentía por las injustas exigencias de la princesa. "Tanto odio y tanto amor mal colocados. No veo la hora de que todo esto termine", se decía, mientras observaba a Sir Garald llegando a la puerta de Valentina...
  - Hermosa Valentina, vuestros días de encierro han terminado. Yo, el noble y hermoso Sir Garald, he llegado a rescataros...
  La princesa se asomó al mirador que gobernaba el lado oriental de la torre, a un costado de la puerta. Desde allí contempló a Sir Garald, apuesto, inmaculado. Lanzó un sonoro suspiro, y mientras volvía al interior de su habitación, pronunció su sentencia.
  - ¿Qué tengo que hacer para que un caballero me pase a buscar sobre una montura alada alguna vez?
  Sir Garald no daba crédito a sus oídos, Sir Lawrence asentía con expresión adusta, y Sir Edward ahogaba una risa, totalmente sorprendido por un ridículo que ya aprendía a aceptar como lógico. El despreciado caballero descendió y se unió en la base con sus compañeros. Su expresión era digna, pero sus vidriosos ojos revelaban una herida profunda. Habló con voz fluctuante, casi quebrada.
  - Amigos. Aparentemente, domar un dragón será mi próximo paso.

(con estas optimistas palabras culmina "el tercer hombre", el tercer pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios". Continuará...)

2 comentarios:

  1. Creo que toda literatura es autoreferencial, aunque uno no se de cuenta de ello. Si estuviera en lo cierto, flaco, las mujeres con las que te vinculás despiertan el más feroz de mis instintos asesinos. Más allá de eso, tus Cuentos de caballeros psicoanalizados son realmente muy divertidos y están muy bien escritos.

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    1. Muchas gracias, Lauro. Más que nada, por el uso de la palabra "literatura". Hoy me voy a dormir pensando que soy un grosso.

      Y ella no es tan mala, eh. En serio.

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