viernes, 24 de febrero de 2012

Cuentos de caballeros psicoanalizados y hadas histéricas, 2da entrega: el camino de sangre


  Sir Lawrence y Sir Edward volvieron a la torre dos semanas más tarde, en lo que fue el primer momento libre que tuvieron para descansar de la horrible guerra que mantenían con los orcos de la Llanura pestilente. Partieron del campo de batalla directamente hacia los dominios de la princesa, prefiriendo sacrificar el único momento que tenían para ver a sus familias y afectos. Eso había sido decisión de Sir Lawrence, el que verdadera e inútilmente amaba a Valentina, y el que perseguía una vida de sacrificios y desafíos. Sir Edward no estaba convencido, pero era el turno de su amigo por intentar rescatar a la princesa, así que le pareció correcto que aquél determinara el cómo y cuándo.
  - ¡Hermoso caballero! ¡Mi cuerpo reclama vuestras caricias, pues mi tormento no es el de la soledad y el aislamiento, sino el tremendo dolor de no teneros a mi lado! ¡Vuestro enigmático rostro ilumina mis más vergonzosos sueños, pero es allí donde todo nos es permitido, y también lo será en nuestro lecho matrimonial, si tan sólo subieseis a ofrecerme tu corazón y aceptar el mío! Mas, ¡apurad el paso! ¡Las llamas en mi vientre consumirán pronto mi habitación, y no habrá más que cenizas de un amor no consumado para recibiros!
  El apasionado discurso de Valentina ofendió un poco a Sir Edward, que pronto comprendió que allí había un marcado favoritismo. Sintió celos, y deseó el fracaso de su mejor amigo, aunque inmediatamente sintió culpa por sus infantiles sentimientos y, con su fuerza de voluntad, se obligó a sentir lo contrario. A fin de cuentas, ¿cuál de los dos realmente amaba a la princesa? Todo encajaba, y cuanto antes reclamara Sir Lawrence a Valentina, antes podría visitar Sir Edward a su prima Lorianna. Qué hermosa y delicada era Lorianna...
  - Allí voy, princesa mía- contestó Sir Lawrence, con su potente voz de bajo y, acto seguido, se persignó.
  Comenzó a atravesar los pantanos del linde oriental de la torre, con su escudo en alto pero su espada envainada. No lastimaría a ninguna criatura que se cruzase por su camino, eso ya lo habían aprendido. Así que cuando tres ogros se abalanzaron sobre él armados con garrotes gigantes, Sir Lawrence hizo uso de su gran repertorio de fintas, ridiculizando a los ogros que no podían atinar más que golpes superficiales. Luego de diez minutos de esa resistencia pacífica, dos de los tres ogros habían decidido sentarse a descansar, frustrados por la pericia de Sir Lawrence, conocido campeón de los salones de baile de toda la comarca. Pero el último parecía incansable. Luego de un error de cálculos por parte de nuestro héroe, el ogro consiguió asirlo del brazo derecho, y retorciéndolo, lo arrancó de cuajo. Sir Lawrence cayó de rodillas vencido por el dolor, y el corazón de Sir Edward, espectador impotente, sufrió un vuelco. El ogro lo tenía ahora a su merced, pero tanto esfuerzo físico lo había dejado extenuado y hambriento, así que se entretuvo devorando lo que pronto dejó de ser el brazo más temido por las huestes del mal. Sir Lawrence aprovechó esa oportunidad para seguir avanzando hacia la torre, esperando perder la menor cantidad de sangre en el camino, pensando en el bochorno que le significaría desmayarse frente a su futura esposa.
  Ya no había escalera para llevarlo hasta la puerta de la habitación de la princesa, así que debió escalar, con una sola mano, piedra a piedra, palmo a palmo, doscientos metros luchando contra la gravedad y su desangramiento.
  Cayó la noche y las estrellas iluminaron el reguero de sangre que, a la distancia, marcaba el ascenso de Sir Lawrence. Habían pasado dos horas desde que había comenzado a escalar la torre, y Sir Edward miraba atónito, casi sin respirar. Lo vio llegar hasta la puerta. Lo vio golpear con su única mano. Lo vio gesticular ampulosamente, como buen orador que era. Lo vio entristecerse. Tanto lo conocía, que aún viendo su lejana figura envuelta en placas y placas de armadura podía determinar sus estados de ánimo. Lo vio gesticular aún más. Lo vio avergonzarse. Lo vio perder el conocimiento y caer hasta la base de la torre. Lo vio, horas más tarde, arrastrándose a su encuentro, aún marcando su camino con sangre.
  - Os llevaré con Mephisto para la curación, noble caballero. ¿Deseáis compartir con tu viejo amigo lo acaecido en la torre?
  - Oh, Sir Edward... No sé si es por toda la sangre que he perdido, pero no alcanzo a comprender la situación. Al llamar a la puerta, la princesa contestome que pasase otro día, que al despuntar el alba debía realizar ciertos encargos para su señora madre. Me habló de plantas que precisaría regar, prendas que tendría que perfumar, sobres que debería sellar. Que pasase otro día, ¿comprendéis? Acudí a su llamado, ¿verdad? ¿Cómo puede pedirme tal cosa? Intenté explicarle que había acudido allí para rescatarle, que su rutina diaria ya no importaba, y que todo ese amor que me profesaba por fin podría encontrar un cauce... Pero no. Insistió con que pasase otro día. ¡Incluso mencionó que el estado de su pelo era calamitoso, que estaba haciéndome un favor!
  - Callad, malogrado amigo. Mephisto reconstruirá vuestro brazo con sus artes, veréis que todo irá bien.
  - Que pasase otro día... Que pasase... otro día...

(con esas desesperanzadoras palabras culmina "camino de sangre", el segundo pergamino de las "Andanzas de Sir Lawrence y Sir Edward; de la princesa Valentina y su madre y su analista; de Sir Garald y la princesa Clementia; de Sir Gjoffständ, el jinete de dragones; de Mephisto, el hechicero; de Pinzón, el honorable juez de Salamea; y del escriba Alexandros, el más bello entre los hombres sabios". Continuará...)

5 comentarios:

  1. La banco a la princesa. Entiendo y comparto lo mortificante de tener que dejarse ver en lo que los yankies denominan bad hair day. Igual, entre nos, me parece que la deserotizó verlo con un brazo menos, todo sudado, cubierto de sangre y tufo a ogro.
    Sigo esperando las aventuras de Alexandros, el escriba más bello entre los hombres sabios.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. (applause)

      Valentina, ladies and gentlemen. Ok, let's move on...

      Eliminar
  2. Por eso digo yo que no hay como tener a mano una buena peluca postiza. Además, en este caso, hubiera sido útil para un torniquete. Nada como una belleza pragmática.

    ResponderEliminar
  3. Pd. Me encantó esta entrega!!! Bravooo

    ResponderEliminar
  4. El llamado de una dama histérica es algo que todo caballero digno de llamarse psicoanalizado debería interpretar siempre bajo la Sagrada Premisa Histérica: "Sí pero no. No pero sí". Valor, noble caballero, a todos nos pasó.

    ResponderEliminar