sábado, 12 de marzo de 2011

Damián y Lucrecia: en mi bolsillo

  Y otra vez lo mismo. Hija de una gran puta... Me lo hizo otra vez. Pero el boludo soy yo, no hay persona más boluda en todo Buenos Aires. ¿No aprendo más? ¿Qué me pasa? Ella me pasa, la puta que me parió... Ella y sus mensajes, ella y sus miradas, ella y sus sí. Para todo, un sí. ¿Y después? Después esto. Después Damián, el forro, esperando solo en una esquina. No, no "esperando en una esquina". Esperando a secas, durante toda una semana, para luego esperar solo en la esquina de turno. Y ni siquiera eso describe la situación: porque llevo esperando años, años completos con docenas de semanas como esta. Tendría que comérmela y listo, aquí no ha pasado nada. "No, me re-olvidé. Ah, ¿habíamos quedado en algo? Jaja, no, se me re-pasó. Bueh, menos mal, ¿no? Si iba, iba a esperar como un boludo. No, todo bien...".
  Pero no. No me sale. Lo que me sale es la bronca, el odio, todas las ganas de cagarla a palos, y a besos, de cogérmela a la fuerza, de pegarle, de escupirla, de hacerle pagar tanta humillación. Ese es el problema. Más me lo hace, y más me caliento. Más me engancho. Soy un boludo... La voy a llamar. Seguro que está con algún otro tipo, para colmo. Me juego la cabeza. La conozco tanto. Y, sin embargo, caigo una y otra vez.

  Me está llamando. Sí, él. ¿Quién más podría ser? Y esa vibración en mi bolsillo, es lo mejor que puede ofrecerme. Seguí vibrando. Haceme vibrar, y vibrá vos también.

  Nunca me atiende. Hija de puta... ¿Estará despierta Marcela? Pobre, siempre la termino llamando si Lucrecia me deja plantado... Ahora que lo pienso, estoy acá nomás de su casa. Bah, le caigo sin llamarla. Sí, va a estar bueno.

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